Marilyn
Nora Barnacle, la mujer de James Joyce, naci¨® en Galway, una ciudad asomada a los acantilados del oeste de Irlanda. En su casa convertida en un peque?o museo, entre otras tarjetas, folletos y carteles de recuerdo los visitantes pueden comprar una foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulises, la m¨¢s intrincada cumbre de la literatura universal. La foto est¨¢ hecha en Long Island, Nueva York, en 1954. Marilyn aparece sentada en un tobog¨¢n de la playa, en un traje de ba?o explosivo, con los labios entreabiertos, embebida en la lectura, con la mirada de miope un poco perdida en la p¨¢gina. Tiene el pesado volumen de tapas duras apoyado en las rodillas, abierto por el ¨²ltimo cap¨ªtulo en el que Molly Bloom a altas horas de la madrugada, mientras espera a su marido en la cama, libera toda suerte de pensamientos obscenos en el famoso mon¨®logo interior. Por la expresi¨®n de su rostro se nota que Marilyn ni entiende lo que lee ni le importa nada lo que le pasa a esa mujer. En el momento en que se hizo esta foto Marilyn estaba enamorada de Arthur Miller, con el que ya viv¨ªa una pasi¨®n clandestina. No creo que este dramaturgo la forzara a leer el Ulises de Joyce, una cima tan dif¨ªcil de escalar, para medir el nivel de su inteligencia. Parece m¨¢s bien que la propia Marilyn se hubiera impuesto el reto de llegar hasta el final del libro para demostrar que era capaz de realizar semejante haza?a, bien por amor o por hambre desordenada de cultura. El sacrificio de leer el Ulises de Joyce, sin importarle nada, s¨®lo ten¨ªa sentido como inmolaci¨®n ante aquel amante al que cre¨ªa superior, pero Marilyn sab¨ªa de la vida m¨¢s que Joyce, m¨¢s que Molly Bloom y m¨¢s que el propio Miller. Fue una ni?a abandonada por su madre, una adolescente violada, una chica de calendario para camioneros, que pas¨® de los brazos del bruto y celoso h¨¦roe nacional Joe di Maggio a los de Arthur Miller, un jud¨ªo intelectual neoyorquino, convertida siempre en pieza de caza mayor, para acabar zarandeada por dos ciervos de catorce puntas de la familia Kennedy hasta la muerte. En esta tarjeta postal Marilyn parece dispuesta a sorber todo el fluido interior de Molly Bloom que arrastra grumos lascivos de su subconsciente abierto a un sexo cenagoso. No obstante, a Marilyn se la ve pura, perdida, transparente, sometida a una prueba in¨²til: tener que leer el Ulises de Joyce para presentarse ante el amante intelectual con la lecci¨®n aprendida, cuando ella se la sab¨ªa de memoria sin literatura simplemente por haberla vivido.
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