La c¨¢rcel del peque?o Aar¨®n
Los vecinos lamentan no haber denunciado el caso del ni?o muerto de desnutrici¨®n
Muchos en el pueblo sospechaban que detr¨¢s de aquellas persianas siempre bajadas de la calle Canteiro Jos¨¦ Cervi?o se viv¨ªa un drama, pero ninguno de ellos se atrevi¨® jam¨¢s a denunciarlo. Ahora lo lamentan, pero ya nada le podr¨¢ devolver la vida a Aar¨®n, el ni?o de 2 a?os que falleci¨® de desnutrici¨®n en la madrugada del pasado domingo en Ponteareas (Pontevedra). La juez que lleva el caso imput¨® ayer al padre un delito de homicidio por omisi¨®n, mientras la madre de la v¨ªctima y su hermana se recuperan en dos hospitales de Vigo de los mismos s¨ªntomas que acabaron con la vida del peque?o.
Abundaban los indicios de que aquella amplia pero modest¨ªsima casa en la que viv¨ªan de prestado, pomposamente bautizada Villa Esther, era en realidad una siniestra prisi¨®n donde Aar¨®n y su hermana Rebeca, de 3 a?os, agonizaban de hambre. Uno de ellos era el extra?o comportamiento de los padres, de los que no se sab¨ªa pr¨¢cticamente nada, y los ¨²nicos de la zona que no llevaban a sus peque?os al parque situado a 30 metros de la casa.
"Ni en la guerra muri¨® aqu¨ª nadie de hambre: las huertas est¨¢n llenas de alimentos"
En realidad, no los sacaban a ¨¦se ni a ning¨²n otro sitio, y cuando lo hac¨ªan era s¨®lo a horas intempestivas. "La ¨²ltima vez que los vi fue hace dos s¨¢bados a eso de las tres de la ma?ana, cuando iban a por agua a una fuente de aqu¨ª al lado", recuerda Manolo M¨¢rquez, propietario del restaurante Puenteareas situado a s¨®lo 15 metros de la vivienda del ni?o fallecido.
Antonio C. G., de 28 a?os y nacido en Fornelos de Montes (Pontevedra), y su mujer Felisa, de 24, llegaron a Ponteareas hace apenas un par de a?os procedentes de Navarra, de donde ella es natural. No tardaron los forasteros en provocar recelos en el barrio: su comportamiento huidizo -"Ni hola ni adi¨®s", precisa Eusebio, uno de los vecinos-, la casa siempre cerrada a cal y canto, la reclusi¨®n de los menores... No falta en este municipio pontevedr¨¦s de 20.000 habitantes, pr¨®ximo a Vigo, quien asegura que hasta la calle llegaban con asiduidad los llantos de los peque?os, a los que su madre s¨®lo llev¨® al Centro de Salud la noche que muri¨® Aar¨®n. El personal que lo atendi¨® no olvidar¨¢ con facilidad la terrible imagen de un ni?o "al que se le pod¨ªan contar todos los huesos", recuerdan, y al que "los ojos se le sal¨ªan de las ¨®rbitas".
La ¨²nica vez que la madre reclam¨® alg¨²n tipo de ayuda no fue para sus hijos, sino para el asesoramiento legal gratuito en su divorcio, en el Centro Municipal de la Mujer. Felisa y Antonio hab¨ªan emprendido los tr¨¢mites de separaci¨®n matrimonial hac¨ªa unos meses, y desde entonces ¨¦l trabajaba en Ourense en la vendimia y en la recogida de patatas. Dej¨® de frecuentar su casa. Fue en ese momento cuando Felisa, una chica a la que los vecinos definen como "gordita", comenz¨® a perder peso. En el supermercado, a escasos cien metros de la casa, dejaron de verla.
S¨ª la vieron Manolo M¨¢rquez o la portuguesa Ana, inquilina de una vivienda pegada a la de la v¨ªctima. Los dos calculan que habr¨ªa perdido no menos de diez kilos en unas pocas semanas. No sospecharon que el hambre tambi¨¦n estaba consumiendo a sus dos hijos.
El propietario del restaurante Puenteareas se arrepiente ahora de no haber denunciado la situaci¨®n en agosto del a?o pasado, cuando se dej¨® convencer por familiares, vecinos y clientes de que la denuncia no resultaba lo m¨¢s recomendable. "Era imposible prever que iba a ocurrir una desgracia como ¨¦sta; y, en el fondo, con nosotros no se met¨ªan", se justifica. "No funcion¨® la sociedad, que somos todos; ni los mecanismos oficializados, ni los que no est¨¢n oficializados", resumi¨® el vicepresidente del Gobierno gallego, Anxo Quintana, de quien dependen los servicios sociales de la comunidad aut¨®noma.
La Xunta se ha hecho con la tutela de la peque?a Rebeca, que mejora en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Xeral de Vigo. La juez est¨¢ a la espera de la evaluaci¨®n psiqui¨¢trica que se le est¨¢ practicando a la madre para tomarle declaraci¨®n.
Quiz¨¢s para justificar su actitud, los vecinos precisan que la pareja que presuntamente dej¨® morir a su hijo s¨®lo ten¨ªa que haber pedido ayuda para que el pueble se volcase. "Ni en la guerra muri¨® aqu¨ª nadie de hambre: las huertas est¨¢n llenas de alimentos", precisa Eusebio.
Junto a su casa, Antonio y Felisa pod¨ªan coger con sus propias manos las uvas que desbordan las vi?as. Enfrente, los perros se alimentan en los contenedores de los abundantes restos de comida que a diario deja el restaurante, y otro tanto ocurre en la calle de al lado con los despojos del supermercado.
Tambi¨¦n bastaba con subir una peque?a cuesta para llegar al Centro de Salud, donde hubiesen salvado la vida del peque?o Aar¨®n. Cuando Felisa lo hizo ya era demasiado tarde.
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