Campoamor y el voto femenino
Alcal¨¢ Zamora es jefe de Gobierno en 1931. Est¨¢ en el Parlamento. Lo contempla, pensativa y esperanzada, una diputada menuda y muy conocida, Clara Campoamor. Est¨¢ sentada en su esca?o, pensando en los "alv¨¦olos del futuro". M¨¢s exactamente, en el feminismo y los tales alv¨¦olos. All¨ª, se lo dijo el propio Alcal¨¢ hace unos a?os, est¨¢ esperando la igualdad de las mujeres, y, como son lugares lejanos, ir¨¢ para largo. Pero Clara Campoamor ahora, en este d¨ªa, ve que esa misma persona, ahora jefe del Gobierno, est¨¢ a favor del voto femenino. El futuro se est¨¢ haciendo presente. Es el 1 de octubre de 1931. Se va a continuar el debate y se va a votar el art¨ªculo que habla de los derechos electorales.
Campoamor ya trae a cuestas un par de meses de debates, que han sido intensos, pero que ha ido ganando. No ha faltado un solo d¨ªa a la Comisi¨®n Redactora y conoce tambi¨¦n lo que los grupos apoyan. Los derechos pol¨ªticos de las espa?olas est¨¢n, por fin, al alcance de la mano. Dos mujeres, que no pod¨ªan elegir, han sido elegidas, para un Parlamento de 465 diputados.
Campoamor ya sabe olfatear el ambiente. Ventea que algo no va bien. Entradas, salidas, se?as, corrillos, risas... M¨¢s tarde escribir¨¢: "El primero de octubre fue el gran d¨ªa del histerismo masculino dentro y fuera del Parlamento, estado que se reprodujo, quiz¨¢ a¨²n m¨¢s agudizado, el primero de diciembre. Esta manifestaci¨®n nerviosa se localiz¨® anchamente en las tres minor¨ªas republicanas y acus¨® manifestaciones agud¨ªsimas personales en diputados a quienes cre¨ªamos m¨¢s serenos. Se extendi¨® a toda la prensa, de izquierdas y no de izquierdas".
Con ambiente tenso y ¨¢nimo caldeado, la C¨¢mara bulle. Campoamor espera. Todo el mundo pone la luz sobre ella y la identifica como valedora del derecho de las mujeres al voto. Tiene apoyos; los ha contado y cultivado. Tiene enemigos; los conoce y ya ha argumentado contra sus posiciones. Es buena dial¨¦ctica, incluso muy buena.
Ha salido de Malasa?a, hu¨¦rfana, con una madre costurera y una abuela portera; se ha puesto a trabajar a los 12 a?os, primero en talleres de modister¨ªa, de peque, despu¨¦s de dependienta de mercer¨ªa. Y sola ha ido estudiando, aprendiendo, form¨¢ndose. Ha sido primero empleada y recorrido Espa?a por oficinas de tel¨¦grafos y pensiones; despu¨¦s maestra de adultos en Madrid. Ha hecho el bachillerato como ha podido, pero en dos a?os, los mismos que le lleva acabar la carrera de Derecho cuando tiene 35. Sin familia que la promocione, hecha a s¨ª misma, y, como se va a dar cuenta inmediatamente, sin grupo pol¨ªtico propio que la respalde. Porque, mientras ella mira a Alcal¨¢ Zamora y piensa, casi divertida, en los alv¨¦olos de futuro, aqu¨ª y ahora hay una gran estrategia en marcha. La otra diputada, Kent, ha pedido intervenir.
"Es significativo que una mujer como yo se levante a decir a la C¨¢mara, sencillamente, que creo que el voto femenino debe aplazarse. Que creo que no es el momento de otorgar el voto a la mujer espa?ola: lo dice una mujer que, en el momento de decirlo, renuncia a un ideal". La verdad es que, despu¨¦s de esta sorpresa, y andados ya muchos parlamentos, la estrategia es archisabida: que sea una mujer quien se oponga a los avances feministas. Pero en 1931 era nueva. La C¨¢mara estira las orejas. Desconcierto y chacota: ?s¨®lo son dos y no est¨¢n de acuerdo! As¨ª son ellas, como de antiguo se sabe.
En el fondo del asunto un frente cerrado contra los derechos pol¨ªticos de las espa?olas, representado por una diputada que consigue vivas y aplausos a medida que desgrana su postura. No se opone al voto, sino a la oportunidad: que voten las espa?olas cuando est¨¦n maduras para ello, que ya se ver¨¢.
Campoamor tiene que dejar de enso?arse en los alv¨¦olos de futuro. Aquello, aunque lo venteara, no se lo esperaba. Es nuevo e inaplazable. Tiene que hablar, tiene que defender el voto, templadamente, como si no percibiera la pu?alada. Habla, escribir¨¢ despu¨¦s, "bien a su pesar". Ya sab¨ªa que llevaba la bandera del sufragio y que ¨¦sta resulta pesada; pero tendr¨¢ que oponerse a una C¨¢mara cuyo nivel baja continuamente, entre interrupciones, abucheos, bromas de dudoso gusto y espor¨¢dicos aplausos. "Yo ruego a la C¨¢mara que me escuche en silencio; no es con agresiones y no es con iron¨ªas como vais a vencer mi fortaleza; la ¨²nica cosa que yo tengo aqu¨ª ante vosotros que merezca la consideraci¨®n y acaso la emulaci¨®n es defender un derecho a que me obliga mi naturaleza, mi tes¨®n y mi firmeza". Y agrega: "Es un problema de ¨¦tica, de pura ¨¦tica, reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos; s¨®lo aquel que no considera a la mujer ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y el ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre".
Pero, como se habla de oportunidad, se acoge a las estad¨ªsticas: espa?oles y espa?olas est¨¢n parecidamente, pero ahora las espa?olas salen del analfabetismo m¨¢s deprisa, porque quieren cambiar y tener otra vida, porque conf¨ªan en la nueva pol¨ªtica, porque tienen esperanza. Y la plenitud de los derechos pol¨ªticos es el seguro cierto de que alcanzar¨¢n la equidad de los civiles, de que tendr¨¢n oportunidades: no se juega s¨®lo el voto, se juega toda una forma de entender la justicia entre los sexos.
Fue una sesi¨®n larga que tuvo adem¨¢s sucesivas vueltas al estribillo. En este tema, los que perd¨ªan nunca se daban por vencidos. Alargaron la agon¨ªa hasta diciembre. Campoamor, agotada, vio como terminaba la de aquel d¨ªa con una apretada victoria de 40 votos. Llevaba muchos a?os en esto y march¨® a prepararse para la siguiente. A ella esa victoria le cost¨® primero su carrera pol¨ªtica y un solitario exilio despu¨¦s. Nunca se arrepinti¨®. Escribe: "Digamos que la definici¨®n de feminista con la que el vulgo pretende mal¨¦volamente indicar algo extravagante indica la realizaci¨®n plena de la mujer en todas sus posibilidades, por lo que debiera llamarse humanismo".
Amelia Valc¨¢rcel es catedr¨¢tica de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la UNED y miembro del Consejo de Estado.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.