La grandeza de las peque?as cosas
William Maxwell (1908-2000) fue un novelista y un editor ejemplar. De lo primero dan fe en espa?ol tanto este libro que comentamos como el ¨²nico que hasta ahora exist¨ªa (Adi¨®s, hasta ma?ana, Siruela, 1998). De lo segundo, bastar¨¢ con decir que, como editor de The New Yorker, se ocup¨® de orientar y ayudar a escritores como Cheever, Welty, Salinger o Updike. Es, pues, un nombre relevante de la cultura literaria norteamericana del pasado siglo. Quien no tuvo ocasi¨®n o informaci¨®n para hacerse con su anterior novela, una joya, no debe perder ¨¦sta de ninguna manera.
El libro cuenta un episodio en la vida de una familia del Medio Oeste en el a?o de 1918, a?o en el que termina la Primera Guerra Mundial y la epidemia de gripe espa?ola llega a Estados Unidos. Est¨¢ dividido en tres partes, cada una de las cuales se cuenta desde el punto de vista de un personaje. Los personajes son: Bunny, un ni?o de ocho a?os; su hermano Robert, de trece, y el padre de ambos, James Morison. El eje de sus vidas -y de la novela- es la madre, Elizabeth, y tambi¨¦n aparecen otros parientes muy cercanos (t¨ªos, abuela...) que completan el escenario humano de este peque?o drama familiar. La gripe espa?ola afecta a los cuatro miembros de la familia Morison; en el caso de la madre, es mortal; la muerte de la madre, que antes da a luz a un beb¨¦, es el arma con la que el destino golpea a los desvalidos Morison. Lo que cuenta William Maxwell es el hueco emocional y vital que la ausencia de la madre deja en la vida y la concepci¨®n del mundo de los otros tres.
VINIERON COMO GOLONDRINAS
William Maxwell.
Traducci¨®n de Gabriela Bustelo
Libros del Asteroide
Barcelona, 2006
210 p¨¢ginas. 15,95 euros
Eso es lo que cuenta en cuan-
to a la an¨¦cdota. Lo que en verdad cuenta es mucho m¨¢s y lo hace maravillosamente. Cada una de las tres partes adopta el punto de vista de los tres hombres de la familia. En el caso de Bunny, su mundo afectivo se manifiesta a trav¨¦s de su mirada y de su pensamiento; ambos construyen con el mayor acierto la visi¨®n infantil del personaje. Del mismo modo, la mirada de Robert se construye sobre la imagen de su actitud que lo empuja a considerarse mayor, a empezar a comprender que el mundo ha de gan¨¢rselo uno y, al tiempo, todav¨ªa le retiene en el apego muy fuerte al entorno familiar. La imagen que Maxwell utilizar¨¢ es la del chico empezando a sentirse responsable ante su madre (para protegerla) y ante su hermano peque?o (para empezar a ayudarlo). El padre, tercera mirada, es un ser que ha puesto todo su mundo diario y familiar en manos de su esposa y, de pronto, siente que le falta el suelo bajo los pies. La muerte de la madre y la ¨²ltima imagen de desvalimiento de ese beb¨¦ reci¨¦n nacido completan el cuadro. Es un cambio decisivo en esas vidas.
El extraordinario relato de lo cotidiano, el modo en que el tiempo pesa sobre los d¨ªas de esta familia, la delicada y atent¨ªsima selecci¨®n de actitudes y gestos, todo apoyado en elementos m¨ªnimos que Maxwell convierte en m¨¢ximos expresivos (por ejemplo, el momento en que Robert percibe el silencio que acompa?a a la epidemia), son la pieza de convicci¨®n de este relato. Tambi¨¦n deber¨ªa decir emocionante, pero no sin antes hacer una advertencia: aqu¨ª no hay nostalgia o patetismo a la hora de contar; muy al contrario: la ejemplar sencillez y desnudamiento del relato le impiden caer en el sentimentalismo. Maxwell despoja esta historia de toda emocionalidad f¨¢cil y se dirige al verdadero centro de las emociones, el fuerte, el intenso, el que no necesita aspavientos ni sacudidas; lo suyo es el paso a paso adelante y el modo en que hace que las peque?as cosas contengan grandes asuntos para que el lector los vaya reconociendo e interiorizando. Ese paso del padre abrumado por la ausencia de la esposa y encerrado en s¨ª mismo para apartarse de todo (incluidos los hijos) lo que no sea su dolor a la conciencia de que ha de seguir (con los hijos) est¨¢ mostrado de manera magistral; o la paulatina concienciaci¨®n de Robert de que el problema de hacerse mayor es saber responder al hecho de ser mayor; o la captaci¨®n del modo de ser y respirar de los personajes secundarios, lo que a su vez constituye el ambiente social de fondo de todas estas personas...
El tono suave, tranquilo, discreto y preciso de esta escritura serena y, a la vez, tan poderosa lo definir¨ªa mejor que nada esta imagen que, al expandirse en la imaginaci¨®n del lector, deja entrever el punto en que se halla la relaci¨®n madre-hijo entre el peque?o Bunny y Elizabeth: "Ahora, sentado a su lado en el banco de la ventana, Bunny tambi¨¦n depend¨ªa de ella. Todas las l¨ªneas y superficies de la habitaci¨®n se inclinaban hacia su madre, de modo que cuando miraba el dibujo de la alfombra lo ve¨ªa necesariamente en relaci¨®n con la punta del zapato de ella". En fin, escucharemos a lo largo del relato la voz de las peque?as cosas y de los peque?os momentos tanto como la voz de los personajes narrados; la suma de todo es un libro verdaderamente hermoso que muestra lo que es la escritura en un grado de sabia belleza al que no estamos acostumbrados. Ojal¨¢ que Asteroide lo siga publicando, pero, de momento, busquen estos dos libros. Por cierto, el primero, el mencionado Adi¨®s, hasta ma?ana, recibi¨® el prestigioso American Book Award en 1980.
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