Los 'ultras' belgas se frotan las manos
La extrema derecha, con un discurso basado en la xenofobia, espera avanzar en las elecciones municipales de hoy
Edouard Fransissi milit¨® durante 20 a?os en las filas del partido socialista belga, hasta el d¨ªa en que unos j¨®venes entraron en casa de su hermana y la redujeron para robarla. Eso fue hace cinco a?os, cuando Fransissi, de 72 a?os, se sum¨® a las listas del Vlaams Belang (VB, Inter¨¦s Flamenco), el todopoderoso partido de extrema derecha flamenca, que se perfila como el gran vencedor de las elecciones municipales de hoy, que llevar¨¢n a las urnas a 7,7 millones de belgas, obligados por ley a votar.
"Fueron unos marroqu¨ªes los que atacaron a mi hermana. Esos son los peores, los marroqu¨ªes y los negros; lo que el VB propone es m¨¢s seguridad, m¨¢s polic¨ªa en las calles", sostiene este jubilado en su casa de Anderlecht, un barrio bruselense de fuerte presencia magreb¨ª, y donde el VB -antiguo Vlaams Blok, que en 2004 tuvo que cambiar de nombre tras una condena por racismo- encabeza las listas flamencas.
El partido flamenco VB apela al miedo al islam, al desempleo y a perder las propiedades
Las encuestas vaticinan una fuerte subida del Belang en Amberes, la segunda ciudad del pa¨ªs, donde en 2000 el partido ultra ya consigui¨® un tercio de los votos.
Mientras el resto de formaciones de la escena pol¨ªtica belga pasa de puntillas sobre temas como la inmigraci¨®n o la inseguridad, el independentista VB -con una intenci¨®n de voto que ronda el 40% en Amberes-, y su hermano franc¨®fono, el Frente Nacional (FN) -en torno al 10%- los llevan al coraz¨®n de su discurso y los explotan hasta la saciedad, apelando al miedo. Miedo al islam, miedo al desempleo, miedo a perder las propiedades. Y conectan.
Conectan con los ciudadanos que cuando ponen el pie en la calle ven paisajes humanos que apenas reconocen y que no saben bien c¨®mo interpretar. Los extremistas les ofrecen una lectura simplista y f¨¢cil de digerir: hay que rechazar al extranjero para poder conservar los logros econ¨®micos y los valores de la cultura occidental. Junto a la mano dura para atajar el crimen y la inmigraci¨®n, la independencia de la pr¨®spera Flandes de la depauperada Valonia completa el n¨²cleo del programa pol¨ªtico del VB.
Fransissi vive en una de las celdillas que forman la colmena humana de Goujons, un megaedificio de 320 viviendas sociales cochambrosas donde conviven v¨ªctimas de la precariedad de 30 nacionalidades distintas. Este inmueble se ha convertido en el icono de los problemas de integraci¨®n de los inmigrantes, de los que tampoco se libra la tradicionalmente tolerante sociedad belga, y que son un perfecto caldo de cultivo para los extremistas.
En las ¨¢reas comunes de Goujons se repiten los incendios intencionados. La escalera del edifico est¨¢ cerrada a cal y canto para impedir el paso a los pir¨®manos; y es en las cercan¨ªas de esta mole de hormig¨®n donde j¨®venes marginados emulan a sus colegas franceses y prenden fuego a coches que duermen en la calle. "Cada vez que hay un incendio aparece un pol¨ªtico del VB, hablando del infierno y los problemas de seguridad. ?Y qui¨¦n propone soluciones para acabar con el infierno? La extrema derecha", explica Ben Ayad, un trabajador social del barrio.
Anderlecht, con 96.000 habitantes y una tasa de paro del 24%, es s¨®lo uno de los n¨²cleos municipales belgas que tiene hoy cita con las urnas. En el resto del pa¨ªs, puede cambiar el perfil de los votantes y el grado de conflictividad social, pero los argumentos que explican el crecimiento imparable de la ultraderecha durante los ¨²ltimos 15 a?os son muy parecidos.
En la localidad flamenca de Schoten, el 35% de sus habitantes vot¨® en los pasados comicios al VB. Situado en la periferia de Amberes, el basti¨®n de los extremistas flamencos, este municipio hubiera sido el escenario perfecto para rodar El Show de Truman. Flores en los arriates, jubilados montados en bicicleta, coches de lujo aparcados en las aceras...
En Schoten hay muy pocos inmigrantes, apenas un millar entre sus 33.000 habitantes, y todav¨ªa menos problemas de integraci¨®n, seg¨²n explican en la alcald¨ªa. Aun as¨ª, el discurso del miedo cala con fuerza. Es el miedo que siente una mujer que camina por una avenida de Schoten y piensa votar por primera vez al VB. Dice que lo har¨¢ porque cuando sale de casa, ve corrillos de chicos extranjeros, "¨¢rabes", que no le inspiran confianza. ?Alguna vez la han agredido o le han dicho algo? "No, pero por si acaso", dice esta dependienta que prefiere ocultar su identidad. El alcalde de Schoten, el democristiano Harrie Hendrickx, es uno de los regidores que ha amenazado con romper el llamado cord¨®n sanitario, el pacto por el que la clase pol¨ªtica decidi¨® a principios de los noventa no coaligarse con los extremistas bajo ning¨²n concepto. Ante el auge del VB, pol¨ªticos como Hendrickx sostienen que ser¨ªa mejor dejarles gobernar, como hicieron en Austria, con la esperanza de que se desgasten en el poder.
El voto del miedo preventivo de la dependienta de Schoten se sumar¨¢ al de otros miles motivados por temores, unos fundados y otros provocados, que por el camino estigmatizan a comunidades como la magreb¨ª en Flandes, bestia negra de los ultraderechistas. Tambi¨¦n, por si acaso, el alcalde Hendrickx lanza su advertencia: "El nazismo empez¨® igual, ceb¨¢ndose con los jud¨ªos, aqu¨ª son los marroqu¨ªes. Debemos aprender de la historia".
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