Los olvidados entre los olvidados
Me enga?ar¨ªa si afirmase que entre nosotros se ha celebrado a bombo y platillo el septuag¨¦simo quinto aniversario de la Segunda Rep¨²blica. A la certificaci¨®n de que el recordatorio ha sido, muy al contrario, infelizmente modesto, me permitir¨¦ agregar la de que no consta que muchos de quienes han tenido a bien acometer la honros¨ªsima tarea de rescatar lo que aquellos a?os fueron hayan incluido en sus consideraciones a los libertarios de entonces. Cierto es que anarquistas y anarcosindicalistas, los olvidados de los olvidados, mantuvieron una relaci¨®n com¨²nmente tensa con las instituciones republicanas.
No es mi deseo idealizar lo que nuestros anarquistas fueron en aquellos a?os convulsos. En sus organizaciones -no conviene confundir a la CNT con un movimiento libertario mucho m¨¢s amplio- se revel¨® a menudo una notable distancia entre un pu?ado de dirigentes y una base m¨¢s bien d¨®cil y pasiva, se hicieron valer agudas divisiones y eventuales ¨ªnfulas autoritarias, se manifest¨® por doquier un insurreccionalismo poco meditado y gan¨® peso con frecuencia indeseada una mitolog¨ªa revolucionaria sin mayor sustento. Pero ¨¦ste es el momento de subrayar que, aun con esas y otras r¨¦moras, nuestros libertarios exhibieron virtudes nada desde?ables, tanto m¨¢s si se contemplan desde la atalaya de hoy.
Con medios irrisorios, mostraron una admirable capacidad de movilizaci¨®n y, aun con las carencias que queramos, dieron rienda suelta a una vigorosa apuesta por la democracia de base, plasmada, por ejemplo, en hondas disputas internas que protagonizaron grupos de afinidad y sindicatos. Aprestaron, en fin, organizaciones de masas sin contar apenas para ello con liberados y sin disfrutar de los recursos dispensados por el Estado, conforme a un modelo del que bueno ser¨ªa tomasen nota muchas de las hiperburocratizadas instancias de nuestros d¨ªas.
Anarquistas y anarcosindicalistas acometieron, por otra parte, un formidable esfuerzo alfabetizador y culturizador, plasmado en un sinf¨ªn de revistas, libros y enciclopedias, de ateneos libertarios y de escuelas.
En un magma que a duras penas casaba con las pulsiones primitivistas y retardatarias que tantos gustan de identificar, y aun a merced de la dominante vocaci¨®n obrerista, abrieron debates cuya actualidad, tres cuartos de siglo despu¨¦s, no ha mermado. Llevados del designio de crear un mundo nuevo sin aguardar a la toma del palacio de invierno, y desde?osos del poder y sus oropeles, no dudaron en hacer frente a las gentes de orden -entre ellas, por cierto, muchos republicanos- y sus privilegios, lo que acarre¨® com¨²nmente una dur¨ªsima represi¨®n. ?sta se convirti¨® a la postre en una escuela impagable que dio sus frutos, en julio de 1936, en la forma de una respuesta contundente ante el alzamiento militar y, despu¨¦s, se diga lo que se diga, en la de un compromiso consistente con la tarea de ganar la guerra, desplegado al tiempo que un experimento revolucionario, el de las colectivizaciones, revelaba una inequ¨ªvoca conciencia sobre la distancia entre la socializaci¨®n de la propiedad y su mera estatalizaci¨®n. Anarquistas y anarcosindicalistas padecieron tambi¨¦n, en suma, la represi¨®n franquista de la posguerra.
Pero al cabo no es todo eso lo importante. Cuando procuramos rescatar la memoria de lo ocurrido, con unos y otros, en el decenio de 1930 inequ¨ªvocamente lo hacemos para invocar el vigor contempor¨¢neo -la actualidad y la respetabilidad- de muchas de las ideas que entonces se defendieron. Aunque el buen juicio invita a subrayar las notables diferencias que existen entre lo que los libertarios fueron por aquel entonces y lo que hoy son tantas iniciativas que han visto la luz en sociedades muy alejadas en el tiempo y en el espacio, no faltan las l¨ªneas de continuidad. Si es verdad que los movimientos libertarios son ahora d¨¦biles entre nosotros -y ello pese al rebrote, al que habr¨¢ que prestar atenci¨®n, de un anarcosindicalismo estimulado por el entreguismo y la burocratizaci¨®n de los sindicatos al uso-, no lo es menos que las ideas anarquizantes tienen un ascendiente creciente que en una de las lecturas posibles no es ajeno al hecho de que aqu¨¦llas salieron indemnes de la quiebra de unos sistemas, los de tipo sovi¨¦tico, con los que de siempre hab¨ªan guardado las distancias.
Testimonio de lo anterior lo ha sido la influencia del pensamiento libertario en el discurso y en la conducta de lo que dimos en llamar nuevos movimientos sociales, y entre ellos el pacifismo, el feminismo y el ecologismo. La huella de aqu¨¦l se aprecia tambi¨¦n, con todo, en una pl¨¦tora de iniciativas que, tras reclamarse de la autogesti¨®n, la descentralizaci¨®n y la desjerarquizaci¨®n, repudian una sociedad asentada en la competici¨®n descarnada, en agresivas operaciones contra el medio natural y en la absurda identificaci¨®n entre consumo y bienestar. Pero, m¨¢s cerca a¨²n en el tiempo, el ascendiente que nos ocupa se palpa en unos movimientos antiglobalizaci¨®n que han crecido en un escenario planetario marcado por la explotaci¨®n, la represi¨®n y las exclusiones. Importa subrayar que la vena libertaria no se deriva en este caso de una lectura ideol¨®gica de los cl¨¢sicos del anarquismo acometida por los activistas, sino, antes bien, de una certificaci¨®n vivencial de cu¨¢les son los problemas que la jerarqu¨ªa, los liberados y las separaciones generan en organizaciones que dicen ser emancipadoras.
Al amparo de muchas de las manifestaciones de esos movimientos -que de nuevo, en el Norte como en el Sur, desde?an todo lo que huela a toma del poder-, han renacido, por a?adidura, la dimensi¨®n solidaria del apoyo mutuo y la apuesta por el trabajo voluntario, muy lejos de los espasmos individualistas con los que con abusiva frecuencia se ha identificado al anarquismo contempor¨¢neo. El relativo, e inevitable, abandono del obrerismo a ultranza del pasado en modo alguno debe identificarse con un hedonismo claudicante.
Hace unos meses, EL PA?S reprodujo la necrol¨®gica con la que el New York Times glos¨® la figura de Paul Avrich, el profesor estadounidense que nos acerc¨® al anarquismo ruso del primer tercio del siglo XX. El autor an¨®nimo de ese breve texto tuvo a bien subrayar que Avrich disent¨ªa "de la extendida imagen del anarquista como alguien violento y amoral". No es ¨¦sa la imagen que albergamos quienes, y creo somos muchos, nos sentimos orgullosamente obligados a mostrar nuestro respeto y nuestra admiraci¨®n por los libertarios de anta?o. Bien que nos gustar¨ªa estar a su altura.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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