Rafael Ram¨ªrez Heredia, escritor mexicano
Gan¨® el Premio Juan Rulfo en 1984 con 'El Rayo Macoy'
Rafael Ram¨ªrez Heredia era un fajador que se enfrent¨® a la vida hasta exprimirla. El cuento que le dio fama, con el que gan¨® el Premio Juan Rulfo, que se entrega en Par¨ªs, se llama El Rayo Macoy. Es posible que la ortograf¨ªa est¨¦ equivocada, no quiero verificarlo, pero por ello sus amigos le dec¨ªamos as¨ª, Rayo, como apodaban a su personaje, un boxeador de barriada que sue?a con ganar un t¨ªtulo mundial.
Era un fajador, uno de esos boxeadores que se suben al ring y plantan pelea a su contrincante como si la fortuna siempre estuviera de su lado, como si no importara con quien peleaban: su vida s¨®lo ten¨ªa sentido si se daban trompadas a diestro y siniestro.
No s¨¦ por qu¨¦ Rafael escogi¨® este tema para retratarse si tanto le gustaban los toros. Pocos sab¨ªan tanto de la llamada fiesta brava como ¨¦l, pocos, como ¨¦l, dejaban de asistir a la plaza para no perderse una corrida. Enrique Ponce, el Zotoluco, Paco Camino, estuvieron entre sus favoritos, aunque ahora que lo escribo me doy cuenta de que miento: su favorito siempre fue el toro.
Para Ram¨ªrez Heredia, como para los grandes conocedores, la fiesta gira alrededor del animal. Una buena faena se da si un torero entiende la nobleza del toro al que se enfrenta, pero nunca un matador podr¨ªa hacer que un animal lo entendiera.
Quiz¨¢ por eso, Rafael era un fajador. El chiste de vivir est¨¢ en no amedrentarnos frente a la violencia de lo que vivimos, muy al contrario, pues al entenderlo podr¨ªamos dar sentido a lo que parece un sinsentido. El temple, esa curiosa cualidad de los buenos toreros, radica en entender el ritmo -la violencia- de lo que embiste. Por eso, Ram¨ªrez Heredia, su personaje, era un fajador.
En un ring, en el ruedo, frente a la p¨¢gina de una novela, ten¨ªa que entender la violencia de lo que lo embest¨ªa. Su filosof¨ªa, si puede llamarse as¨ª, radicaba en enfrentar a esa bestia que llamamos vida.
Hace un a?o, su hermano, un brillante onc¨®logo mexicano, se dio cuenta de que padec¨ªa un c¨¢ncer en los ganglios. Debe haber un nombre t¨¦cnico para definirlo pero yo s¨®lo puedo acercarme a su enfermedad por lo que Rafael me cont¨®. Se intern¨® en un hospital bajo el cuidado de su hermano, pero ¨¦ste, prevenido por la cercan¨ªa de la muerte, no quiso operarlo. La cirug¨ªa fue todo un ¨¦xito. ?Qu¨¦ significa esta expresi¨®n?, ?cu¨¢l es el ¨¦xito frente a la muerte que nos acecha?
Entiendo que Rafael se someti¨® a un tratamiento doble, por un lado recib¨ªa quimioterapia, y, por otro, se inyectaba diariamente una medicina de origen espa?ol para fortalecer sus defensas. Como era un fajador, hab¨ªa decidido dar batalla a la enfermedad que se hab¨ªa subido con ¨¦l al ring de la vida, y no se iba a librar de recibir dos o tres buenos moquetazos.
El los ¨²ltimos a?os escribi¨® dos espl¨¦ndidas novelas, La mara y La esquina de los ojos rojos, donde se sumerge en lo m¨¢s tenebroso del presente, utilizando a M¨¦xico como met¨¢fora. En la primera narra la vida -el resto de vida- de un grupo de personajes en la frontera de la vida, que puede ser la de M¨¦xico o la de Espa?a en ?frica. En la segunda, se sumerge en la vida del barrio marginal por excelencia, vaya calificativo, de la Ciudad de M¨¦xico. La vida al l¨ªmite, la vida que casi no es vida, que es captada por una prosa certera, eficaz, violenta, siempre al servicio de la trama.
Fiel disc¨ªpulo de Graham Greene, Rafael Ram¨ªrez Heredia alcanz¨® niveles de maestr¨ªa en estas novelas. S¨®lo por ellas merece ocupar un lugar entre los grandes narradores del principio de este siglo, cuya se?a de identidad es la marginaci¨®n, la violencia, el terror, que no el terrorismo, de enfrentarnos a la realidad, que ¨¦l supo retratar tan bien.
La ¨²ltima vez que lo vi estaba seguro de que hab¨ªa derrotado al c¨¢ncer. Le hab¨ªan extra¨ªdo la cadena ganglionar, y parec¨ªa que no hab¨ªa met¨¢stasis. La medicina espa?ola, por su parte, hac¨ªa su trabajo vivificador. Hace una semana, sin embargo, tuvo una reca¨ªda y un pulm¨®n se le llen¨® de agua. Lo condujeron al hospital, le hicieron una punci¨®n, y despu¨¦s regres¨® a su casa.
Le llam¨¦ por tel¨¦fono porque algo present¨ªa. Hablamos el domingo en la noche, hora de Barcelona. Su voz era d¨¦bil, dir¨ªa que cadav¨¦rica. Supe que no lo volver¨ªa a ver. "Te quiero mucho, Sealtielito", fue lo ¨²nico que me dijo. Fue la dulce despedida de un hombre valiente.
Muri¨® alrededor de las cuatro de la tarde del 24 de octubre, acompa?ado de sus hijas, Claudia y Marissa, y de Conchis, su incomparable mujer. Yo no estoy con ¨¦l, me separa un oc¨¦ano y siete horas m¨¢s -la medida de la eternidad- y s¨®lo puedo consolarme pensando en cu¨¢nto lo quise, en cu¨¢nto me quiso, en cu¨¢nto quiso la vida que exprimi¨® hasta el ¨²ltimo segundo.
Sealtiel Alatriste, escritor y editor, fue director de la Editorial Alfaguara en M¨¦xico, donde public¨® a Rafael Ram¨ªrez Heredia.
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