Tremendo Bruckner
La Orquesta de Valencia tuvo, el d¨ªa 27, espectadores de excepci¨®n: en la primera fila del anfiteatro se encontraban Zubin Mehta y Waltraud Meier, quienes, despu¨¦s de protagonizar el estreno de la primera ¨®pera del Palau de les Arts (Fidelio), acud¨ªan al otro Palau para escuchar a la Orquesta de Valencia en la Octava Sinfon¨ªa de Bruckner. Junto a ellos se sentaba tambi¨¦n el antes concertino, con Mehta, de la Filarm¨®nica de Israel: Chaim Traub, padre del actual director titular de la Orquesta de Valencia.
Interpretada seg¨²n la edici¨®n Nowak, que sigue la versi¨®n de 1990 (Bruckner revis¨® y modific¨® la partitura en varias ocasiones), la Octava de Bruckner se constituye en un tremendo reto para orquesta y director, no s¨®lo por sus dimensiones (gran plantilla y gran duraci¨®n), sino por la necesidad de clarificar todos los nexos que proporcionan unidad a este colosal fresco sinf¨®nico, am¨¦n de las dificultades t¨¦cnicas que deben asumir buena parte de los instrumentistas. Respecto a la unidad estructural, estuvo conseguida en ciertos niveles. Yaron Traub y su orquesta s¨ª clarificaron los grupos tem¨¢ticos y subrayaron las recuperaciones que de ellos se hacen, sobre todo en el ¨²ltimo movimiento. En la coda de ¨¦ste, sin embargo, el juego contrapunt¨ªstico de los diversos temas qued¨® algo emborronado por una sonoridad no totalmente l¨ªmpida, que resulta m¨¢s necesaria que nunca cuando hay tantos instrumentos y tantas l¨ªneas mel¨®dicas funcionando a la vez. El destacad¨ªsimo papel que tienen los metales a lo largo de la partitura, se convirti¨® en un reto importante para la secci¨®n. Aunque se percibieron ajustados y poderosos no supieron, sin embargo, situarse en la delicada frontera que separa el color brillante de la estridencia. Es ¨¦ste un problema bastante generalizado en nuestros metales que Traub, como titular de la orquesta, tendr¨¢ que afrontar.
Octava Sinfon¨ªa
Orquesta de Valencia. Director: Yaron Traub. Palau de la M¨²sica. Valencia, 27 de octubre de 2006.
Hubo, en cualquier caso, momentos preciosos. El mejor de ellos, sin duda, lo tuvimos en el Adagio, donde batuta y orquesta consiguieron sumergir al p¨²blico dentro de la maravillosa enso?aci¨®n que Bruckner propone. Tambi¨¦n se plasm¨® con mimo el principio de la Sinfon¨ªa -la exposici¨®n del primer movimiento-, donde la orquesta frase¨® -y respir¨®- como la m¨²sica ped¨ªa, y donde la gama din¨¢mica, por amplia y variada que fuese, surg¨ªa siempre con total naturalidad a partir de las demandas del director. Y muy hermoso, asimismo, el Trio del Scherzo, con unos exquisitos violines sobrevolando el pizzicato de la cuerda grave.
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