Los ¨²ltimos d¨ªas del conservadurismo imperial
Pase lo que pase en las legislativas del d¨ªa 7, el Partido Republicano deber¨¢ emprender un cambio de estrategia para reconciliarse con un electorado cansado de la guerra de Irak y del autoritarismo de Bush
Lastrado por los fracasos de una pol¨ªtica mayoritariamente identificada entre los ciudadanos como militarista, fan¨¢tica y sectaria, el nuevo conservadurismo norteamericano vive sus peores d¨ªas en el poder. El fiasco de Irak, la indiferencia oficial ante decisivos acontecimientos nacionales -especialmente el hurac¨¢n Katrina- y, sobre todo, el desprecio que se le reprocha al Gobierno del presidente George W. Bush hacia algunas piedras angulares del sistema norteamericano, como los derechos humanos y la libertad de informaci¨®n, han degradado seriamente la imagen tradicional del Partido Republicano ante una poblaci¨®n que hoy parece reclamar un cambio de rumbo.
Si el propio Partido Republicano ser¨¢ capaz o no de emprender los cambios que lo reconcilien con su electorado antes de las pr¨®ximas presidenciales es algo todav¨ªa de dif¨ªcil c¨¢lculo, aunque en cierta medida esto comenzar¨¢ a vislumbrarse despu¨¦s de las elecciones legislativas del pr¨®ximo 7 de noviembre. Pase lo que pase en las urnas ese martes, se abre un nuevo periodo para el viejo partido del elefante.
Es dif¨ªcil traducir el rechazo popular al Gobierno que se percibe en la calle
Incluso en el caso de que sea capaz de contener el progreso del Partido Dem¨®crata, Bush pasar¨¢ a ocupar un papel secundario en la pol¨ªtica en Washington. Ya no volver¨¢ a ser candidato, nadie m¨¢s ver¨¢ su suerte pol¨ªtica ligada a la del presidente. Con ¨¦l, deber¨ªa ponerse fin a un cierto modelo de lo que se ha llamado conservadurismo imperial. Las elecciones del d¨ªa 7 deber¨ªan, al mismo tiempo, representar el destape de otro tipo de conservadurismo oculto o marginado ahora, un conservadurismo m¨¢s centrista, m¨¢s tradicional, lo que aqu¨ª se conoce como "un conservadurismo compasivo". Editoriales de varios peri¨®dicos han reclamado recientemente un regreso a esas pol¨ªticas compasivas y han pedido al presidente Bush que pusiera fin a sus estrategias de divisi¨®n entre los ciudadanos y de odio hacia los adversarios pol¨ªticos.
La recta final de la actual campa?a electoral est¨¢ siendo, en efecto, el apogeo de esas estrategias. A la reiterada acusaci¨®n contra el Partido Dem¨®crata de ser tolerante, cuando no c¨®mplice, con el terrorismo, se han sumado estos d¨ªas reproches a un juez de Nueva Jersey que reconoci¨® los mismos derechos para las parejas homosexuales que para los heterosexuales y violentos ataques contra el aborto, unido a una absoluta indiferencia por parte de la mayor¨ªa parlamentaria republicana hacia las reivindicaciones de car¨¢cter social.
Los pocos candidatos republicanos que difieren de esa l¨ªnea y predican pol¨ªticas m¨¢s integradoras y centristas act¨²an como parias en este escenario. Es el caso de la senadora republicana Olympia Snowe, de Maine, que se ha quejado p¨²blicamente de que el actual equipo dirigente "no busca la inclusi¨®n del amplio abanico filos¨®fico que existe en nuestro partido", sino que "opera bajo la err¨®nea acepci¨®n de que hay que dirigirse ¨²nicamente a las bases m¨¢s extremistas".
Los hombres de Bush, particularmente su cerebro en la Casa Blanca, Karl Rove, siguen creyendo que la movilizaci¨®n de las bases republicanas -muy necesaria con vistas al d¨ªa 7- se produce con apelaciones a los sentimientos religiosos, familiares y morales: mensajes sencillos destinados a norteamericanos sencillos. Los republicanos centristas temen que, despu¨¦s de Irak, el Katrina y la serie de esc¨¢ndalos que han rodeado a la Administraci¨®n de Bush, esa estrategia ya no funcione. Esto es tambi¨¦n lo que, por ahora, dicen las encuestas, que otorgan al Partido Dem¨®crata una ventaja sobre su rival superior al 10%.
El descr¨¦dito de los actuales dirigentes republicanos, y la fuerte divisi¨®n provocada por sus pol¨ªticas, empieza a debilitar el sentimiento de orgullo entre sus votantes tradicionales. Incluso comienza a tener un reflejo en las relaciones personales. Un reportaje del diario The New York Times el pasado fin de semana ilustraba "el regreso a los d¨ªas en los que no era educado hablar de pol¨ªtica en p¨²blico" con varios testimonios muy significativos. Uno de ellos, el de Silvy Brookby, profesora y republicana desde hace a?os, confesaba: "Hasta hace poco yo sol¨ªa pedir la palabra y defender aquello en lo que creo. Ahora, que nadie m¨¢s est¨¢ en mi campo, he dejado de hacerlo. Simplemente dejo que cada uno diga lo que quiera y yo me quedo callada".
Estos mismos d¨ªas, un hombre que escuchaba en el televisor de un centro comercial c¨®mo la Casa Blanca trataba de exculpar al vicepresidente Dick Cheney por haber defendido un cierto m¨¦todo de tortura, comentaba: "Es dif¨ªcil de creer que alguien todav¨ªa apoye a esta gente".
Es dif¨ªcil traducir en t¨¦rminos pol¨ªticos el rechazo popular al Gobierno que se percibe en la calle. ?Cu¨¢les pueden llegar a ser para el futuro del Partido Republicano las consecuencias de una gesti¨®n presidencial que aprueba poco m¨¢s del 30% de los ciudadanos? Es arriesgado predecirlo. Pero la preocupaci¨®n por la deriva tomada por los actuales dirigentes ha comenzado a extenderse entre las propias filas del partido conservador.
Adem¨¢s de algunos prestigiosos pol¨ªticos republicanos de otra ¨¦poca, como James Baker o Brent Scowcroft, otros dirigentes republicanos que colaboraron activamente en el ascenso, a principios de los a?os noventa, de la revoluci¨®n conservadora que dio origen al neoconservadurismo actual, han empezado a dudar de su rumbo. Dick Armey, que fue l¨ªder de la mayor¨ªa republicana en la C¨¢mara de Representantes entre 1995 y 2003, public¨® esta semana un art¨ªculo en el diario The Washington Post en cuyo t¨ªtulo se preguntaba: "?En qu¨¦ nos hemos equivocado?".
"La respuesta es simple", a?ad¨ªa Armey, "los legisladores republicanos han olvidado los principios del partido y han cedido ante el poder y los privilegios". "Ahora, los dem¨®cratas", pronostica el ex senador, que actualmente preside el think tank Freedom Works, "est¨¢n cosechando los frutos de nuestra negligencia y no tenemos a nadie a quien culpar m¨¢s que a nosotros mismos". Como ha dicho, en c¨¦lebre frase, el telepredicador Pat Robertson, "los republicanos se han colocado en c¨ªrculo y han comenzado a dispararse entre ellos".
Pese al atrevimiento del c¨¦lebre pastor, es prematuro, por supuesto, anticipar el suicidio colectivo del Partido Republicano. Entre otras razones, la ola popular de sospecha y prevenci¨®n hacia un tambi¨¦n dividido Partido Dem¨®crata es a¨²n demasiado grande como para prever un vuelco electoral repentino y de grandes proporciones. Por otra parte, incluso la desprestigiada ¨¦lite republicana dominante tiene sus argumentos que esgrimir en esta batalla electoral. Uno de ellos, una econom¨ªa pr¨®spera y en ritmo creciente, con un precio de la gasolina descendente. Otro, m¨¢s importante a¨²n, la fuerte base social conservadora a¨²n dominante en Estados Unidos.
En este sentido, es importante recalcar que el fracaso del actual modelo conservador no supone autom¨¢ticamente el fracaso de todo modelo conservador. Lo que surja despu¨¦s de las elecciones del martes, con mayor o menor poder del Partido Dem¨®crata, seguir¨¢ teniendo una potente carga conservadora. De hecho, pese a que la actual dirigencia dem¨®crata -con Nancy Pelosi, probable futura presidenta de la C¨¢mara de Representantes, a la cabeza- pertenece a la izquierda del Partido Dem¨®crata, la mayor¨ªa de sus candidatos mejor situados, incluidos Hillary Clinton y Barack Obama, son de tendencia centrista y moderada.
Si Karl Rove no saca todav¨ªa alg¨²n conejo de su chistera, lo que s¨ª parece acercarse a su final es el conservadurismo de Bush.
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