"Me llamo Rachel Corrie"
Si pasa usted por New York, olv¨ªdese de los suntuosos musicales de Broadway y trate de conseguir una entrada en un peque?o teatro c¨¢lido y desvencijado, el Minetta Lane Theatre, en la calle del mismo nombre, en la frontera entre Greenwich Village y Soho. Si la consigue y ve la obra que all¨ª se presenta, My Name is Rachel Corrie, descubrir¨¢ lo estremecedor que puede ser un espect¨¢culo teatral cuando hunde sus ra¨ªces en una problem¨¢tica de actualidad y, sin prejuicios y con talento y verdad, representa en un escenario una historia que, por noventa minutos, nos instala en el horror contempor¨¢neo a trav¨¦s de una muchacha que, en su corta existencia, jam¨¢s pudo so?ar que dar¨ªa tanto que hablar, despertar¨ªa tantas pol¨¦micas y ser¨ªa objeto de tanta reverencia y amor, as¨ª como de tantas calumnias.
La obra se estren¨® el a?o pasado, en el Royal Court Theatre, en Londres y debi¨® vencer grandes obst¨¢culos para llegar a Manhattan. Las presiones de organizaciones extremistas proisrael¨ªes consiguieron que su primer productor, el New York Theater Workshop, desistiera de montarla, lo que provoc¨® manifiestos y protestas en los que participaron artistas e intelectuales de renombre, entre ellos Tony Kushner. Al fin, el esp¨ªritu liberal y tolerante de esta ciudad se impuso y ahora la obra, que ha merecido excelentes rese?as, funciona a sala llena. El texto es un mon¨®logo de la protagonista, encarnada en una joven actriz de mucho talento, Megan Dodds, elaborado por Alan Rickman y Katharine Viner a partir de los diarios, cartas a sus padres y amigos y otros escritos personales de Rachel Corrie. Nadie dir¨ªa que una obra tan bien estructurada y que fluye de manera tan natural, sin el menor tropiezo, en la electrizante hora y media que dura, no fue concebida como un texto org¨¢nico, por un dramaturgo profesional, sino hecha s¨®lo de citas y remiendos.
Rachel naci¨® en Olympia, un pueblo del Estado de Washington, y, por lo visto, desde ni?a se acostumbr¨® a dialogar consigo misma, a trav¨¦s de la escritura, en unos textos que muestran, de manera muy fresca y a ratos risue?a, la provinciana vida de una muchacha que llega a la adolescencia, como tantas otras de su generaci¨®n en los Estados Unidos, llena de desasosiego y confusi¨®n, presa de una rebeld¨ªa sin norte, un estado de ¨¢nimo profundamente insatisfecho, contra su vida privilegiada y el horizonte estrecho, pueblerino, en que discurre. Alienta la vaga intenci¨®n de ser m¨¢s tarde, poeta, cuando crezca y se sienta capaz de emular a esos autores cuyos versos lee sin tregua y memoriza. No hay en ella nada excepcional, m¨¢s bien las experiencias previsibles en una jovencita de clase media, normal y corriente, desconcertada ante el mundo que va descubriendo, sus entusiasmos con las canciones y los cantantes de moda, los ef¨ªmeros coqueteos con los compa?eros de estudios, y, eso s¨ª, constante, una insatisfacci¨®n informulada, la b¨²squeda de algo que, como la religi¨®n para los creyentes -ella lo es s¨®lo a medias y en todo caso la pr¨¢ctica religiosa no colma ese vac¨ªo que a veces la atormenta-, de pronto d¨¦ a su vida una orientaci¨®n, un sentido, algo que la impregne de entusiasmo.
Esta parte de la historia de Rachel Corrie no es menos intensa ni interesante que la segunda, aunque sea menos dram¨¢tica. Lo singular, dada la evoluci¨®n de su historia personal, es que entre todas las inquietudes de que dan testimonios sus escritos privados, la que no figura ni por asomo es la pol¨ªtica, algo que refleja muy bien una condici¨®n generacional. Hace treinta a?os, los j¨®venes norteamericanos canalizaban su rebeld¨ªa y su inquietud en comportamientos, atuendos, aficiones, gestos, todo aquello nimbado en algunos casos de un discreto anarquismo individualista, o, en el otro extremo, de una militancia religiosa, pero la pol¨ªtica sol¨ªa merecerles la indiferencia m¨¢s total, cuando no el m¨¢s abierto desprecio. En la obra, tal vez porque este momento cr¨ªtico de su existencia no qued¨® documentado en sus escritos, hay un gran par¨¦ntesis, aquel periodo que lleva a la jovencita provinciana que aspira a ser alg¨²n d¨ªa poeta, a dar un paso tan audaz como ofrecerse, a comienzos del a?o 2003, como voluntaria para ir a luchar pac¨ªficamente a la Franja de Gaza contra la demolici¨®n, por el Ej¨¦rcito de Israel, de las casas de vecinos emparentados o relacionados con los palestinos acusados de terrorismo.
En el primer momento pens¨¦ que Rachel Corrie hab¨ªa ido a trabajar con mi amigo Meir Margalit, uno de los israel¨ªes que m¨¢s admiro, en su "Comit¨¦ de Israel contra la demolici¨®n de casas", sobre quien he hablado ya en esta columna. Pero, no, Rachel se inscribi¨® en el Movimiento Internacional de Solidaridad, conformado sobre todo por j¨®venes brit¨¢nicos, estadounidenses y canadienses, que, en los territorios ocupados, y¨¦ndose a vivir en las viviendas amenazadas, tratan de impedir -sin mucho ¨¦xito, ni qu¨¦ decirlo- una acci¨®n moral y jur¨ªdicamente inaceptable, pues parte del supuesto de una culpa colectiva, de una poblaci¨®n civil que debe ser castigada en su conjunto por los cr¨ªmenes de individuos aislados.
Las cartas que Rachel escribe a padres y amigos desde Rafah, en el Sur de Gaza, revelan una progresiva toma de conciencia de una joven que descubre, comparti¨¦ndola, la miseria, el desamparo, el hambre y la sed de una humanidad sin esperanza, arrinconada en viviendas precarias, amenazada de balaceras, de redadas, de expulsi¨®n, donde la muerte inminente es la ¨²nica certidumbre para ni?os y viejos. Rachel, aunque duerme en el suelo como las familias palestinas que la acogen, y se alimenta con las mismas magras raciones, se averg¨¹enza de los cuidados y cari?o que recibe, de lo privilegiada que sigue siendo pues en cualquier momento ella podr¨¢ marcharse y salir de esa asfixia, y, en cambio, ellos... Lo que m¨¢s la aflige es la indiferencia, la inconsciencia de tantos millones de seres humanos, en el mundo entero, que no hacen nada, que ni quieren enterarse de la suerte ignominiosa de este pueblo en el que ella est¨¢ ahora inmersa.
Era una joven idealista y pura, vacunada contra la ideolog¨ªa y el odio que ella suele engendrar, por la limpieza de sus sentimientos y su generosidad, que se vierten en cada l¨ªnea de las cartas que dirige a su madre, explic¨¢ndole c¨®mo, a pesar del sufrimiento que ve a su alrededor -los ni?os que mueren en las incursiones israel¨ªes, los pozos de agua cegados que dejan en la sed a manzanas enteras, la prohibici¨®n de salir a trabajar que va hundiendo en la muerte lenta a miles de personas, el p¨¢nico nocturno con las sirenas de los tanques o los vuelos rasantes de los helic¨®pteros- hay de pronto, a su alrededor, en la celebraci¨®n de un nacimiento, o una boda, o un cumplea?os, un estallido de alegr¨ªa, que es como un abrirse un cielo de tormenta para que se divise all¨¢, lej¨ªsimos, un cielo azul esplendoroso, lleno de sol.
Para cualquier persona no cegada por el fanatismo, el testimonio de Rachel Corrie sobre una de las m¨¢s grandes injusticias de la historia moderna -la condici¨®n de los hombres y mujeres en los campos de refugiados palestinos donde la vida es una pura agon¨ªa- es, al mismo tiempo que sobrecogedor, un testimonio de humanidad y de compasi¨®n que llega al alma (o como se llame ese residuo de decencia que todos albergamos). Para quienes hemos visto de cerca ese horror, la voz de Rachel Corrie es un cuchillo que nos abre una llaga y la remueve.
El final de la historia ocurre fuera de la obra, con un episodio sobre el que Rachel no tuvo tiempo de testimoniar. El domingo 16 de marzo de 2003, con siete compa?eros del Movimiento Internacional de Solidaridad -j¨®venes brit¨¢nicos y estadounidenses- Rachel se plant¨® ante un bulldozer del Ej¨¦rcito israel¨ª que se dispon¨ªa a derribar la casa de un m¨¦dico palestino de Rafah. El bulldozer la arroll¨®, destroz¨¢ndole el cr¨¢neo, las piernas y todos los huesos de la columna. Muri¨® en el taxi que la llevaba al hospital de Rafah. Ten¨ªa 23 a?os.
En la ¨²ltima carta a su madre, Rachel Corrie le hab¨ªa escrito: "Esto tiene que terminar. Tenemos que abandonar todo lo otro y dedicar nuestras vidas a conseguir que esto se termine. No creo que haya nada m¨¢s urgente. Yo quiero poder bailar, tener amigos y enamorados, y dibujar historietas para mis compa?eros. Pero, antes, quiero que esto se termine. Lo que siento se llama incredulidad y horror. Decepci¨®n. Me deprime pensar que esta es la realidad b¨¢sica de nuestro mundo y que, de hecho, todos participamos en lo que ocurre. No fue esto lo que yo quer¨ªa cuando me trajeron a esta vida. No es esto lo que esperaba la gente de aqu¨ª cuando vinieron al mundo. Este no es el mundo en que t¨² y mi papi quer¨ªan que yo viviera cuando decidieron tenerme".
? Mario Vargas Llosa, 2006. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2006
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