Todos queremos a Ennio
Morricone recibir¨¢ el Oscar honorario de la Academia de Hollywood
Recalquemos lo obvio: Ennio Morricone (Roma, 1928) es probablemente el compositor de temas instrumentales m¨¢s popular de la segunda mitad del siglo XX. Tal vez el joven ambicioso, reci¨¦n salido de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia, vivi¨® como una tragedia el que tuviera que abandonar -m¨¢s bien, aplazar- sus planes de crear cantatas, conciertos, sinfon¨ªas o m¨²sica de c¨¢mara. Pero mandaban las circunstancias: casado desde 1956, tuvo que entrar en el mercado y lo mismo toc¨® trompeta para orquestinas de jazz que ambient¨® musicalmente programas de la RAI. El robusto cine italiano de los sesenta resolver¨ªa sus problemas econ¨®micos. Estajanovista, Morricone lleg¨® a confeccionar dos docenas de bandas sonoras. No pod¨ªa o no quer¨ªa ser selectivo. Compuso para Pasolini, Cavani o Bertolucci pero tambi¨¦n arrop¨® pel¨ªculas policiacas, documentales, comedias er¨®ticas, dramas y, naturalmente, spaghetti westerns. El trabajo de Morricone para Sergio Leone le inmortaliz¨® y fue enormemente popular en todo el planeta; ha sido la inspiraci¨®n para una caterva de grupos de rock del Oeste.
El atractivo recopilatorio doble Crime and dissonance, ocurrencia de Mike Patton, muestra su inmensa paleta: Morricone fagocitaba rock, jazz, m¨²sicas ¨¦tnicas y hasta psicodelia al servicio de argumentos truculentos. Patton, vocalista de Faith No More, llev¨® composiciones de Ennio a los escenarios del rock, dentro del repertorio de su proyecto Mr. Bungle. En realidad, otros grupos ya hab¨ªan recurrido al maestro italiano. Los Ramones entraban mientras sonaba El bueno, el feo y el malo; Metallica usaba Ecstasy of gold para acelerar el pulso de su p¨²blico; The Mars Volta prefiere Por un pu?ado de d¨®lares. De la misma manera, Quentin Tarantino descontextualiz¨® piezas suyas al insertarlas en las dos entregas de Kill Bill.
El pionero en descubrir la flexibilidad de las composiciones de Morricone fue John Zorn, el dinamitero saxofonista neoyorquino. Zorn convoc¨® a rockeros (Robert Quine, Vernon Reid), jazzeros del downtown, experimentadores, manipuladores de giradiscos e inclasificables como Diamanda Galas para grabar entre 1984 y 1985 The big gundown, modelo para mil discos hechos posteriormente.
Morricone agradeci¨® con distante amabilidad semejante gesta heterodoxa; sus gustos personales prefieren aproximaciones m¨¢s formales. ?l mismo se ha implicado en recreaciones de sus partituras con artistas que no superan las barreras del buen gusto convencional: ah¨ª est¨¢n sus recientes discos con Dulce Pontes y Yo-Yo Ma.
La curiosidad del compositor romano le llev¨® el pasado a?o a colaborar con Morrissey, para el disco Ringleader of the tormentors, arreglando las cuerdas para Dear God, please help me; le gust¨® menos que el productor Tony Visconti usara el Pro-Tools en un ejercicio de recorto-y-pego que jibariz¨® su trabajo. Y es que amamos a Morricone por su sentido artesano, que es una denuncia del hecho de que los millonarios autores de Hollywood hayan convertido la m¨²sica cinematogr¨¢fica en una cadena de montaje donde muchas manos dejan sus huellas. Bueno, tambi¨¦n am¨¢bamos a Ennio por ese persistente rechazo de los votantes del Oscar (ha sido candidato en cinco ocasiones) pero ahora nos han quitado ese argumento. En la pr¨®xima ceremonia del cine de Hollywood recibir¨¢ el premio honor¨ªfico por toda su carrera.
Babelia
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