?rboles que dejan ver el bosque
El escritor Isaac Rosa contesta a un art¨ªculo publicado en Babelia por el profesor Jos¨¦ L¨¢zaro en defensa de Pedro La¨ªn Entralgo y recuerda, de nuevo, las depuraciones de docentes universitarios tras el final de la Guerra Civil. El autor de la novela El vano ayer pone en duda que La¨ªn fuera una "v¨ªctima del sarampi¨®n del momento" al convertirse en un jerarca de Falange.
"Su trayectoria est¨¢ narrada con piruetas para disculpar su destacado papel en el falangismo triunfante"
Una vez m¨¢s, como advert¨ª en mi art¨ªculo Los espinazos curvos de la dictadura (Babelia, 14 de octubre de 2006), "los la¨ªnes no nos dejan ver el bosque". Parece una maldici¨®n, pero cada vez que alguien opina sobre los intelectuales franquistas, la sola menci¨®n de La¨ªn Entralgo (o de Ridruejo o Aranguren) provoca art¨ªculos y cartas de partidarios, disc¨ªpulos y familiares, que desv¨ªan el debate inicial. As¨ª ha ocurrido, una vez m¨¢s, con la respuesta que Jos¨¦ L¨¢zaro (Babelia, 9 de diciembre de 2006) da a mi texto, refutando mi afirmaci¨®n de que La¨ªn se benefici¨® de la depuraci¨®n franquista sobre los docentes. Sin embargo, aunque el ¨¢rbol La¨ªn nos tape de nuevo ese impresionante bosque que es la Universidad espa?ola desde 1939, tal vez la observaci¨®n detenida de este esp¨¦cimen nos acabe diciendo mucho m¨¢s del bosque, de esa selva que fue la ense?anza espa?ola a golpe de depuraci¨®n y oposici¨®n patri¨®tica.
Ante mi comentario sobre los "catedr¨¢ticos que ocuparon c¨¢tedras cuyos titulares leg¨ªtimos hab¨ªan sido depurados (como La¨ªn)", L¨¢zaro se dedica a probar c¨®mo el antecesor de La¨ªn en la c¨¢tedra de Historia de la Medicina, Eduardo Garc¨ªa del Real y ?lvarez, no fue en realidad depurado, sino que se jubil¨®. De entrada, limitar el debate (y basar la exculpaci¨®n de La¨ªn) a la aclaraci¨®n de lo sucedido a Garc¨ªa del Real es otra forma de esconder el bosque, esta vez tras el tronco seco del viejo catedr¨¢tico, pues que La¨ªn se beneficiase o no de la represi¨®n va m¨¢s all¨¢ de ese episodio, como luego se ver¨¢. En segundo lugar, mi afirmaci¨®n no era una "difamaci¨®n insidiosa" propia de "almas puras", como sugiere L¨¢zaro. Mi comentario part¨ªa de un apunte de Carlos Castilla del Pino (que conoci¨® bien a La¨ªn), reforzado por la inclusi¨®n de Garc¨ªa del Real en el listado de profesores represaliados que figura en la exposici¨®n-homenaje de la Complutense: "La destrucci¨®n de la ciencia en Espa?a. La depuraci¨®n de la Universidad de Madrid en la dictadura franquista".
Garc¨ªa del Real s¨ª fue sancionado, como demuestra la resoluci¨®n publicada en el BOE de 3 de septiembre de 1940 -que L¨¢zaro cita s¨®lo en parte-. All¨ª se ordena que el catedr¨¢tico "sea rehabilitado en las funciones activas de la ense?anza, pero con la inhabilitaci¨®n para cargos directivos y de confianza". No fue apartado de su c¨¢tedra, pero la demora del expediente hizo que se jubilase antes de poder reincorporarse. Pero m¨¢s all¨¢ de discutir el particular, la pol¨¦mica abre otra v¨ªa: a partir del estudio de estos dos ¨¢rboles (Garc¨ªa del Real y el propio La¨ªn), aprender algo m¨¢s del bosque a que pertenec¨ªan, y cuya visi¨®n nos han ocultado moment¨¢neamente
El expediente de depuraci¨®n de
Garc¨ªa del Real dice mucho de c¨®mo fue aquel proceso de "destrucci¨®n de la ciencia". Vemos, a partir del mismo, c¨®mo un catedr¨¢tico a punto de cumplir los setenta a?os, que no se hab¨ªa significado pol¨ªticamente y que se present¨® voluntariamente ante las nuevas autoridades en cuanto entraron en Madrid, fue sometido a meses de investigaci¨®n, interrogado, enjuiciado por distintas autoridades que emitieron informe de su conducta (Jefatura de Falange, Ayuntamiento, decano), tuvo que reunir avales personales, y hasta delat¨® a varios "izquierdistas" de su departamento (nombres conocidos y ya exiliados).
Todo ello no bast¨®: aunque el juez instructor propuso en agosto de 1939 "la readmisi¨®n sin imposici¨®n de sanci¨®n", el expediente qued¨® congelado durante un a?o -impidiendo su vuelta a la universidad antes de jubilarse-, y finalmente la direcci¨®n general de turno decidi¨® sancionarle con la mencionada inhabilitaci¨®n. No sabemos qu¨¦ provoc¨® el recelo de las autoridades, si su perfil de "institucionista convencido", o que su hija hubiese sido "secretaria y amiga personal" de un fiscal republicano.
Pasemos ahora a examinar el otro ejemplar arb¨®reo, Pedro La¨ªn Entralgo. Comencemos por sus memorias, Descargo de conciencia. En ellas, como se?ala L¨¢zaro, desvincula su acceso a la c¨¢tedra de la depuraci¨®n de su anterior titular. Supongo que muchos lectores del Descargo -no as¨ª L¨¢zaro- tendr¨¢n cautela a la hora de dar cr¨¦dito al relato que de su vida hace La¨ªn. Su trayectoria en guerra y posguerra est¨¢ narrado con remilgos y piruetas para disculpar su destacado papel en el falangismo triunfante. Se autorretrata como un c¨¢ndido joven, "falangista sin vocaci¨®n" v¨ªctima del "sarampi¨®n del momento" y de una "adolescente ilusi¨®n"; un "utopista de la Guerra Civil" que toma las decisiones y asume los compromisos casi por casualidad, desde la "ingenuidad y el desconocimiento", que est¨¢ en el sitio adecuado y a la hora precisa sin intenci¨®n. Un Forrest Gump de la guerra espa?ola, inocente, bienintencionado, que acude al congreso del partido nazi en Alemania en actitud m¨¢s tur¨ªstica que militante.
En Descargo de conciencia podemos seguir su llegada a Madrid, con intenci¨®n de vincularse a la Universidad. ?l mismo se presenta como "un mediquillo de manicomio" que "en ning¨²n campo del saber hab¨ªa hecho sus primeras armas". Relata su relaci¨®n con el catedr¨¢tico Garc¨ªa del Real, el episodio ya referido. Seguimos leyendo y en el siguiente p¨¢rrafo cuenta La¨ªn: "No quise renunciar, sin embargo, a la docencia universitaria". Y tras tener noticia "de que no se encontraba docente id¨®neo para explicar la psicolog¨ªa experimental", solicita ser encargado de esa ense?anza, aunque reconoce no haberla impartido nunca.
La disciplina de psicolog¨ªa experimental, para la que seg¨²n La¨ªn "no se encontraba docente id¨®neo", estaba en efecto vacante en ese momento, por ausencia de quien desde 1920 se hab¨ªa encargado interinamente de ella: el doctor Cipriano Rodrigo Lav¨ªn, cuyo compromiso con la Rep¨²blica le condujo al exilio tras la guerra.
Como a tantos profesores y catedr¨¢ticos, su marcha no impidi¨® la persecuci¨®n judicial. Fue apartado de la docencia por Orden Ministerial de 25 de noviembre de 1939, declarado incurso en el art¨ªculo 171 de la Ley Moyano de 1857 (BOE de 6 de diciembre de 1939).
Algunos argumentar¨¢n que el
profesor Rodrigo Lav¨ªn no fue expulsado, sino que ¨¦l mismo dej¨® la plaza vac¨ªa al marcharse. Seguramente le habr¨ªa tra¨ªdo m¨¢s cuenta esperar a ver qu¨¦ ocurr¨ªa, y no marcharse tan apresuradamente. Habr¨ªa tenido oportunidad de ver c¨®mo le aplicaban, directamente y no en ausencia, la Ley de Responsabilidades Pol¨ªticas, y cumplir los doce a?os y un d¨ªa de reclusi¨®n menor a que fue condenado "en rebeld¨ªa" por el Tribunal Especial para la represi¨®n de la Masoner¨ªa y del Comunismo (sumario 470-44), as¨ª como la inhabilitaci¨®n absoluta perpetua, y el posterior embargo de sus bienes.
Pero La¨ªn no ignora a Rodrigo Lav¨ªn en su Descargo. En nota a pie apunta, referido a su ocupaci¨®n de la plaza del docente depurado: "He sabido que por aquellos d¨ªas todav¨ªa andaba por Madrid, semioculto, el ¨²ltimo encargado de ense?ar esta disciplina: el doctor Rodrigo Lav¨ªn (
...). De haberlo sabido entonces, me habr¨ªa puesto de acuerdo con ¨¦l antes de recibir el nombramiento". Al huido doctor, perseguido por su compromiso republicano, le habr¨ªa encantado ponerse "de acuerdo" con uno de los principales jerarcas de Falange.
Sin exigir perd¨®n, sin difamar ni buscar revanchismos, vemos c¨®mo tres historias particulares (la de Garc¨ªa del Real, Rodrigo Lav¨ªn, y la de La¨ªn como hilo) nos dicen mucho de c¨®mo era la Universidad devastada de 1939, ese bosque que muchos queremos conocer, y donde no hay ¨¢rboles sagrados, ni siquiera La¨ªn.
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