Tren bala
A una velocidad de 30 kil¨®metros por segundo gira la Tierra alrededor del Sol, pero eso no es nada comparado con lo r¨¢pido que discurre el tiempo a bordo de esta nave enloquecida, sobre todo cuando uno va ya cuesta abajo pilotando el cacharro de s¨ª mismo sin frenos ni manillar hacia el fondo del barranco. A cierta edad, la vida se convierte en un tren bala por cuyas ventanillas, como los viejos postes del tel¨¦grafo, cruzan los a?os, los sucesos y la memoria con un movimiento uniformemente acelerado, y no hay dios que pueda detener a este convoy. Pese a todo, esta Nochevieja podremos formular una vez m¨¢s un nuevo deseo de felicidad mientras suenan las 12 campanadas. La Tierra gira tambi¨¦n sobre su eje, as¨ª que los fuegos artificiales y taponazos de champa?a se iniciar¨¢n en Australia, y el jolgorio se ir¨¢ extendiendo de este a oeste para formar una ola de locura moment¨¢nea sobre todos los meridianos del planeta. Cuando en Mosc¨² la gente, borracha hasta las patas, comience a cantar derramando l¨¢grimas de vodka bajo las serpentinas, en Sidney ya estar¨¢n durmiendo la mona, pero en Nueva York ni siquiera habr¨¢ amanecido y en California a¨²n ser¨¢ el d¨ªa anterior. La ola de luz prender¨¢ durante unas horas sucesivamente el coraz¨®n de las ciudades, Berl¨ªn, Par¨ªs, Madrid, Lisboa, y se ir¨¢ apagando por detr¨¢s. Pasar¨¢ por zonas oscuras de hambre y de guerra donde s¨®lo brillar¨¢n en las tinieblas las flores de fuego de los coches bomba, y luego las promesas de amor y todos los sue?os de 2007 se ahogar¨¢n en el Atl¨¢ntico. Los gritos de alegr¨ªa llenar¨¢n toda Am¨¦rica, naufragar¨¢n despu¨¦s en el Pac¨ªfico y cuando lleguen a Hawai ser¨¢ el fin de este viaje, y mientras all¨ª las bayaderas con collares de rosas est¨¦n todav¨ªa agitando las caderas, en Europa ya sonar¨¢n los valses de Strauss del concierto de A?o Nuevo de la Filarm¨®nica de Viena y el Papa estar¨¢ vertiendo desde el balc¨®n del Vaticano una bendici¨®n anillada en oro, urbi et orbi, sobre la humanidad, que parece caminar ciegamente hacia el acantilado como aquella b¨ªblica piara de cerdos.
?C¨®mo podr¨ªa uno esta noche detener el tiempo? Si desde el fondo de un pestilente basurero se mira hacia lo alto, cualquiera podr¨¢ ver la constelaci¨®n de Ori¨®n a modo de guerrero con cintur¨®n de estrellas caminando por el cielo; si uno se sienta ante la chimenea y se queda absorto contemplando las formas infinitas que adoptan las llamas, tal vez pueda imaginar que ese fuego y el de los astros son perennes y arden lo mismo que cualquier deseo.
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