En busca del barrio perdido
O a la busca del ciudadano olvidado. ?sta fue una de las ocurrencias de una alcald¨ªa abatida por un F¨®rum que esperaba triunfar y que discurri¨® con m¨¢s pena que gloria. O as¨ª lo vivieron a posteriori, a finales del 2004, sus responsables. Lo hab¨ªan planteado con arrogancia, gestionado con incompetencia y publicitado con una ambici¨®n al l¨ªmite del rid¨ªculo ("las ideas que mover¨¢n el mundo", "cinco millones de participantes", etc). Con la distancia y sin prejuicios, lo cierto es que no estuvo tan mal: los di¨¢logos fueron de alto nivel y aun ahora podr¨ªan dar juego; algunas exposiciones resultaron muy atractivas; y la zona urbanizada, muy discutible en su ejecuci¨®n, es a pesar de todo un motor de desarrollo de una zona de la ciudad que hasta entonces era marginal. En fin, la autoridad municipal de la ¨¦poca confirm¨® sus temores: hab¨ªa recibido un regalo envenenado de su antecesor y en la aventura perdieron a la ciudadan¨ªa. Y se pusieron a buscarla. Por ejemplo, en los barrios.
"Los barrios no son el producto de una decisi¨®n administrativa. Son realidades heterog¨¦neas y cambiantes en sus contornos, a los que no se pueden fijar l¨ªmites"
"Cuanto m¨¢s peque?a es la unidad, menos se cuestiona la pol¨ªtica municipal, m¨¢s d¨¦bil es el movimiento social y m¨¢s fuerte es la tentaci¨®n localista y a veces insolidaria"
La actual alcald¨ªa ha recibido, entre otros, el regalo de una divisi¨®n de la ciudad en barrios. Dudo que por este camino encuentren al ciudadano buscado; es m¨¢s probable que no vayan m¨¢s all¨¢ del proustiano tiempo perdido. Es dif¨ªcil de entender las razones que les han llevado ahora, al final de su mandato, a aprobar una propuesta tan inoperante, tan tonta y a la vez tan pol¨¦mica como la que aprob¨® el pleno municipal en v¨ªsperas de las Navidades. Como fui miembro de la comisi¨®n de expertos que asesor¨® la propuesta (aunque siempre me manifest¨¦ expl¨ªcitamente contrario a la misma) algo puedo decir al respecto. Y asumo que haber dirigido en los a?os ochenta los trabajos que llevaron a estructurar la gesti¨®n de la ciudad en Distritos me hace especialmente sensible, no necesariamente objetivo, en este tema. Se aprob¨® entonces (1983) una divisi¨®n de la ciudad en 10 distritos y en los meses siguientes, hasta 17 paquetes de transferencias de competencias, funciones, servicios y recursos. Finalmente, en 1986, los reglamentos de organizaci¨®n pol¨ªtico-administrativa y de participaci¨®n ciudadana. Todo fue aprobado por unanimidad en el Pleno municipal; creo que obtuvo un consenso ciudadano amplio y contin¨²a vigente. Desde los distritos, la relaci¨®n con los barrios y las entidades se hace naturalmente y con la debida flexibilidad.
Los barrios no son ni pueden ser el producto de una decisi¨®n administrativa. Son lo que son: realidades heterog¨¦neas en su composici¨®n y cambiantes en sus contornos, a los que no se pueden fijar l¨ªmites de poblaci¨®n y de territorio. Son realidades hist¨®ricas y sociales, a veces marcadas por la morfolog¨ªa original, otras veces por la vida asociativa. El barrio es un ¨¢mbito posible para que se expresen voluntades colectivas, pero no es el ¨²nico. A veces lo ser¨¢ el distrito, mucho mayor. Y en otros casos agrupaciones m¨¢s peque?as que el barrio (o distintas, seg¨²n sea la tem¨¢tica) derivadas de una iniciativa p¨²blica o de una demanda ciudadana. La participaci¨®n, entendida como relaci¨®n m¨¢s o menos reglada entre el Gobierno y la Administraci¨®n de la ciudad por un lado y la ciudadan¨ªa, asociada o no, por el otro, en unos casos se concretar¨¢ en los barrios y en otros en ¨¢mbitos distintos.
En resumen, definir el barrio como el lugar de la nueva descentralizaci¨®n no es resolver un problema, es crear un problema o muchos problemas.
Se definen y se bautizan 73 barrios con prisas al final de un mandato, con tiempo suficiente para que se expresen los desacuerdos, pero sin tiempo para que se instrumenten actuaciones que demuestren su utilidad para los ciudadanos. No se obtiene un consenso previo, ni en el Pleno ni con las entidades ciudadanas. Y nadie es capaz hoy de explicar para qu¨¦ servir¨¢n. Se vincul¨® primero esta propuesta a un plan de equipamientos, aunque ahora se pone sordina. El Ayuntamiento corre el riesgo de que los 73 barrios reconocidos constituyan 73 focos reivindicativos, pues cada uno querr¨¢ alcanzar el nivel m¨¢ximo de equipamientos, sea cual sea su talla o su posici¨®n en la ciudad, lo cual en unos casos puede ser una razonable exigencia de justicia y en otros lleve a una carrera incontrolada de demandas imposibles de asumir.
Sin entrar ahora en hip¨®tesis sobre objetivos impl¨ªcitos, m¨¢s o menos perversos, aunque hay indicios de que algo hay en las intenciones confesadas de algunos estrategas del Ayuntamiento("mejor tratar con vecinos individuales que con las asociaciones" hemos o¨ªdo alguna vez), s¨ª que podemos apuntar algunos probables efectos negativos para la democracia ciudadana de este retorno municipal al barrio. Es obvio que esta divisi¨®n puede significar un retroceso de la descentralizaci¨®n real del gobierno de la ciudad, puesto que ¨¦sta es viable en ¨¢mbitos mayores que existen y est¨¢n consolidados: los distritos. Pero no lo es en 73 unidades reducidas y desiguales que pueden significar un debilitamiento de los distritos y una recentralizaci¨®n sectorial. Y si nos atenemos a los ¨¢mbitos de participaci¨®n, adem¨¢s de que el barrio no siempre es el adecuado, hay que tener en cuenta que cuanto m¨¢s peque?a es la unidad en que se da ¨¦sta, m¨¢s espec¨ªficas son las demandas, menos se cuestiona la pol¨ªtica municipal, m¨¢s d¨¦bil es el movimiento social y m¨¢s fuerte es la tentaci¨®n localista y a veces insolidaria. En estos casos, la demanda o bien obtiene una respuesta clientelista por parte de la Administraci¨®n o bien se deslegitima por no poder apoyarse en una visi¨®n m¨¢s amplia del inter¨¦s ciudadano. Es decir, se reduce la participaci¨®n a una discusi¨®n del estilo de una comunidad de propietarios de una escalera.
Se mire como se mire, el pomposo Plan de Barrios no es plan, puesto que no hay detr¨¢s otra cosa que una delimitaci¨®n territorial discutible, ni va a favor de los barrios, pues ni favorece la descentralizaci¨®n ni posibilita una participaci¨®n vecinal potente. M¨¢s que un retorno al barrio (barrio que evocaba emotivamente Gardel en Melod¨ªa de arrabal), el barrio del plan municipal es el barrio condenado, el barrio reo que cantaba Fugazot en el Paralelo de los a?os treinta. Tan absurdo nos parece que el gobierno municipal actual haya aprobado un plan inoperante e inoportuno que heredaba del autismo que caracteriz¨® la anterior alcald¨ªa, como que la oposici¨®n se prestara a una negociaci¨®n, fallida por cierto, sobre los detalles en vez de criticar la concepci¨®n err¨¢tica de la propuesta.
Como queremos creer en la buena fe de la actual alcald¨ªa, hay que suponer que a¨²n no se ha querido asumir que esta ciudad requiere un proyecto urbano ambicioso y global que d¨¦ sentido a las actuaciones concretas en cada zona de la ciudad; que no se puede continuar con las actuaciones dispersas que han caracterizado la ¨²ltima d¨¦cada; que hacen falta estrategias que garanticen una coherencia integradora de territorios y ciudadanos. Una tarea que requiere ideas fuertes y no gestos d¨¦biles como el del Plan de Barrios. Esta ocurrencia nos hace recordar el dicho popular Qui no t¨¦ feina el gat pentina, pero la faena existe, lo que habr¨¢ que ver en las pr¨®ximas elecciones es qui¨¦nes son capaces de llevarla a cabo, es decir, cu¨¢l es el grado de renovaci¨®n de las candidaturas.
Jordi Borja es urbanista.
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