Los herederos de Mulcaster
Todo era m¨¢s f¨¢cil con la esferomaquia griega o el harpastum de las legiones romanas. Pasaron m¨¢s de mil a?os y segu¨ªa siendo f¨¢cil, fuera con los partidos carnavalescos del medioevo ingl¨¦s (cientos contra cientos durante toda una jornada), con el soule franc¨¦s o con el aristocr¨¢tico y violento calcio florentino (27 contra 27). El asunto consist¨ªa en organizar una batalla campal en torno a un bal¨®n. Las cosas suelen ser sencillas hasta que alguien teoriza. En el caso del f¨²tbol, el nacimiento de la teor¨ªa data de 1581. El culpable fue un extraordinario pedagogo, Richard Mulcaster, que critic¨® la pr¨¢ctica habitual, consistente, seg¨²n sus propias palabras, en "amontonar a una multitud de villanos entre espinillas magulladas y piernas rotas", y sugiri¨® algunas modificaciones: "un n¨²mero inferior de jugadores, organizados en base a zonas y posiciones", con "un maestro de entrenamiento" y alguien que pudiese "valorar el juego, un juez superpartes con autoridad".
Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no
Pasaron tres siglos antes de que la Football Association estableciera, tras unos cuantos tanteos a ciegas (como la prohibici¨®n inicial de pasar el bal¨®n hacia adelante), las primeras normas reconocibles. Luego llegaron Did¨ª (el brasile?o que ense?¨® al mundo a chutar), la profesionalizaci¨®n, el bal¨®n impermeable ligero y la globalizaci¨®n hipercapitalista. Pero Mulcaster hab¨ªa intuido lo esencial: aquel juego rudimentario pod¨ªa estilizarse y evolucionar hasta convertirse en una actividad cient¨ªfica. La lectura de How to score (C¨®mo marcar), un libro del f¨ªsico brit¨¢nico Ken Bray que combina ciencia, historia y fruici¨®n, ayuda a entender hasta qu¨¦ punto el resultado de un partido de f¨²tbol depende de factores oscuros, casi m¨¢gicos.
Cuando empieza la temporada hay ya muchas cosas seguras. Los centrocampistas de todos los equipos van a correr m¨¢s o menos lo mismo, unos 10 kil¨®metros por partido; los porteros van a ser los jugadores que m¨¢s tiempo controlar¨¢n el bal¨®n; habr¨¢ un gol cada diez remates o nueve si los delanteros son habil¨ªsimos... Lo esencial est¨¢ predeterminado.
Luego, unos ganan y otros pierden y nunca se sabe realmente por qu¨¦. Quien sepa por qu¨¦ va mal el Madrid, por qu¨¦ renquea el Chelsea o por qu¨¦ el Inter parece invencible que levante la mano. La clave, por supuesto, radica en el equipo: cuanto m¨¢s colectivo el juego, mejor. Vale. El misterio, pues, se esconde en la construcci¨®n de un equipo.
Los entrenadores son como los economistas: la ciencia que acumulan sirve b¨¢sicamente para explicar por qu¨¦ no se cumplen sus pron¨®sticos. Cuando s¨ª se cumplen, cuando los proyectos cuajan y se encuentran en las manos con una formidable m¨¢quina de f¨²tbol, algunos reaccionan con arrogancia, como Fabio Capello o Jos¨¦ Mourinho. No es extra?o: les ha salido bien una f¨®rmula m¨¢gica y se sienten los reyes del mambo.
Otros, m¨¢s l¨²cidos, adoptan una sonrisa melanc¨®lica. Es el caso de Roberto Mancini. Fue un futbolista rebelde y exquisito y es el tipo m¨¢s elegante del calcio, posee un yate espl¨¦ndido y, con s¨®lo 42 a?os, dirige un Inter implacable. El equipo tradicionalmente m¨¢s ca¨®tico y propenso a las neurosis se ha metamorfoseado, de un a?o a otro, en una f¨¢brica de victorias de ritmo japon¨¦s. Sin embargo, Mancini habla menos que otras temporadas. Parece inmerso en un nirvana triste, como el Frank Rijkaard de los buenos tiempos.
?Qu¨¦ puede decir? Sabe lo que ha hecho y que las cosas van bien. Tambi¨¦n sabe que, habiendo hecho lo mismo, las cosas podr¨ªan ir mal. Los herederos de Mulcaster, llegado el siglo XXI, disponen de presupuestos gigantescos, bancos de datos, asesoramiento cl¨ªnico y jugadores con extraordinarios recursos t¨¦cnicos. Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no.
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