Dios con batuta
Una serie de discos que recog¨ªa parte de su legado discogr¨¢fico se titulaba Maestro furioso. Su c¨®lera era, como la de aquel conquistador, "la c¨®lera de Dios", seg¨²n declarara uno de los m¨²sicos que sirvieron -valga el s¨ªmil militar- bajo sus ¨®rdenes. Otro matizaba: "Su don divino era sacar de nosotros todo lo que llev¨¢bamos dentro". El director de orquesta como maestro, como padre, como Dios. La autoridad como v¨ªa hacia la excelencia que desembocar¨¢ en el perd¨®n agradecido del s¨²bdito. Carne para el doctor Freud y para quien se asome, cincuenta a?os despu¨¦s de su muerte, a una personalidad musical y humana de un raro atractivo.
Siempre hab¨ªa sido Toscanini bien consciente de su valor. A los diecinueve a?os, siendo violonchelista, debutaba como director, en R¨ªo de Janeiro, en una sustituci¨®n de ¨²ltima hora dirigiendo Aida de memoria. Por cierto, siempre dirigir¨¢ de memoria un repertorio imposible: seiscientas obras de doscientos compositores. La verdadera raz¨®n era, al parecer, su mala vista. R¨ªo fue el principio del sue?o que hab¨ªa acariciado en Parma -donde naci¨® el 25 de marzo de 1867- cuando escucha el Trist¨¢n. Luego vendr¨¢ La Scala y una pl¨¦tora de estrenos empezando por Pagliacci, La boh¨¨me y tres de las Cuatro piezas sacras de un Verdi de cuyo homenaje musical a su muerte ser¨¢ responsable. Y enseguida el Metropolitan de Nueva York y la fama universal. Ese italiano bajito y con bigote, pinturero y requiebrador de cualquier mujer que se pusiera a tiro, estaba revolucionando la direcci¨®n de orquesta. All¨ª -donde coincidir¨ªa con Mahler, cuya m¨²sica no le interes¨® nunca- se encontrar¨¢ con Geraldine Farrar y se enamorar¨¢ de ella. Decide irse. Le pagan poco y la glamurosa soprano le atrae peligrosamente para su carrera. "Soy una estrella", le dice ella. "Tenga cuidado. Cuando brilla el sol las estrellas no se ven", le contesta ¨¦l. Es el ¨²nico sol posible. Le traiciona el subconsciente cuando le dice a sus m¨²sicos en un ensayo: " No hay que demostrar que soy Toscanini, no me pongan en valor a m¨ª". ?No ser¨¢, en el fondo, el orgullo de saberse el astro rey? En aquellos a?os la fama de su fidelidad a lo escrito por el compositor comienza a hacerse legendaria. El tiempo demostrar¨¢, a la vista de las anotaciones de sus partituras, que no era as¨ª. Beethoven, Verdi, Elgar, Shostak¨®vich eran cambiados por la pluma del maestro que les enmendaba la plana desde su propia suficiencia mientras no le daba importancia a cualquier acusaci¨®n al respecto, que tambi¨¦n las hubo. Pero las cr¨ªticas no suficientemente aduladoras fueron vistas siempre como el producto de alg¨²n resentimiento de sus -escasos- autores.
En 1929 deja La Scala tras
un primer periodo de agotamiento y vuelve a Nueva York, en plena Depresi¨®n, para ganar la cifra astron¨®mica de 110.000 d¨®lares por diez semanas de trabajo. Cruza el Atl¨¢ntico con frecuencia y vuelve a Italia hasta que en Bolonia se le pretende obligar a dirigir el himno fascista y se rompe la baraja. Dirige en Bayreuth pero en el templo de Wagner s¨®lo le aprecia Siegfried, el hijo del compositor. All¨ª trabajar¨¢ gratis hasta que Hitler llegue al poder y manifieste sus intenciones. Toscanini ser¨¢ claro: "No quiero nada con el diablo". El otro diablo, Mussolini, le vigila y pide que le env¨ªen directamente a ¨¦l los informes de la polic¨ªa sobre su conducta. La Filarm¨®nica de Viena y el Festival de Salzburgo ser¨¢n su consuelo hasta que, tras la anexi¨®n de Austria, decida marcharse no sin antes firmar una carta en contra de los acontecimientos. La siguiente etapa ser¨¢ Palestina, la reci¨¦n creada Orquesta Filarm¨®nica de Israel.
A los setenta a?os, en 1937, le contrata la National Broadcast Corporation, la NBC, que funda una orquesta para dar a sus emisiones un toque de calidad en un momento en que a la emisora americana se la criticaba por lo contrario. En 1948 aparece en el primer concierto televisado de la historia. El ocaso asomar¨¢ seis a?os despu¨¦s. Mientras dirige la Bacanal de Tannh?user de Wagner, debe parar. La emisi¨®n se interrumpe, suenan los primeros compases de una grabaci¨®n de la Primera de Brahms. Toscanini se recupera y llega hasta un final que es el principio del suyo. Al enterarse de la muerte de su mujer, que su familia le hab¨ªa ocultado durante un tiempo, se encierra en su habitaci¨®n para entrar poco despu¨¦s en coma y morir el 16 de enero de 1957.
Admirado por colegas tan diferentes como Bruno Walter u Otto Klemperer, Toscanini impondr¨¢ una visi¨®n del director de orquesta omnisciente y poderoso, intratable en los ensayos -hay un documento tremendo de uno de La Traviata donde los insultos salen por su boca como dardos envenenados-, violento en el trabajo pero encantador en la calle, sabedor de que su aura todo lo transforma. Hoy, y sobre todo al compararlo con su polo opuesto, Wilhelm Furtw?ngler, su figura pasa por un periodo de revisi¨®n, suscita reservas pero permanece inc¨®lume como manifestaci¨®n incomparable de un arte dif¨ªcil de explicar.
El legado
TOSCANINI SE llev¨® a la tumba su secreto. Tampoco hubo sucesores. Pero la verdad es que el fen¨®meno era irrepetible. En lo que toca a la popularidad, a la divinizaci¨®n del oficio de dirigir una orquesta, s¨®lo Herbert von Karajan se le pudo acercar despu¨¦s. En todo caso, tenemos los discos para recordarnos su verdadero ser: las sinfon¨ªas de Beethoven, de Brahms -con la Sinf¨®nica de la BBC, con la que se entendi¨® de maravilla a mediados de los a?os treinta-, su Falstaff de Verdi, su irritante pero el¨¦ctrica Segunda de Sibelius... Y, sobre todo, para los aspectos m¨¢s relevantes, y tambi¨¦n m¨¢s ¨ªntimos, de su biograf¨ªa, un impagable documental en DVD, Toscanini. The Maestro, publicado por RCA. Ah¨ª est¨¢ todo ¨¦l, su grandeza y su miseria en una sola pieza.
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