Las dos Espa?as
Mientras las provincias de la costa se llenan de construcciones, la Espa?a del interior se despuebla. Esas son las verdaderas dos Espa?as y no las de Machado, pese a que todav¨ªa perviven (no hay m¨¢s que ver nuestro Parlamento).
Desde hace varias d¨¦cadas, Espa?a se resquebraja, y no pol¨ªticamente, dividida en dos mitades, la de las regiones ricas y la de las regiones pobres, que el mapa marca perfectamente: las ricas son las que ba?a el mar y las pobres las que est¨¢n lejos de ¨¦l. Solamente Madrid es la excepci¨®n, por los motivos que todos conocemos.
Extremadura, las dos Castillas, Arag¨®n, el antiguo reino de Le¨®n y las provincias interiores de Galicia se han ido as¨ª despoblando, aprisionadas entre las dos presiones que marcan el desarrollo de este pa¨ªs: la centr¨ªfuga de la periferia y la centr¨ªpeta de Madrid. Dos presiones combinadas que han arrastrado a sus habitantes hacia las regiones c¨¢lidas y con m¨¢s posibilidades econ¨®micas o hacia la capital de Espa?a, que contin¨²a ejerciendo un innegable atractivo para la mayor¨ªa de los espa?oles. Justo todo lo contrario que las viejas capitales y pueblos del interior, envejecidos y sin futuro para los j¨®venes, a excepci¨®n de unos pocos casos. El resultado es un desolador paisaje, con provincias pr¨¢cticamente deshabitadas y con comarcas enteras condenadas a la desaparici¨®n.
Pero, a lo que se ve, a nadie, salvo a los habitantes de esas regiones, parece preocuparle esa situaci¨®n. Mientras media Espa?a se despuebla, mientras la mitad del mapa se desertiza delante de nuestros ojos condenada al ostracismo y al olvido por su situaci¨®n geogr¨¢fica, la otra mitad contin¨²a creciendo sin importarle lo que le sucede a aqu¨¦lla. Incluso despreci¨¢ndola por su decadencia como en el colegio determinados alumnos aventajados hacen con los m¨¢s torpes. No hay m¨¢s que ver las reacciones suscitadas por las reclamaciones de algunas de esas provincias, como Zamora, Teruel o Soria, cuyos habitantes han tenido que manifestarse al grito de que existen para que les hagan caso.El problema viene de lejos. Viene de la ¨¦poca del desarrollismo de la dictadura, cuando comenz¨® la industrializaci¨®n de determinadas zonas de la periferia, que provoc¨® el primer ¨¦xodo de poblaci¨®n interior, y se acentu¨® luego con el turismo, que atrajo hacia las costas cantidades ingentes de mano de obra en perjuicio de las regiones y las provincias del interior. Parad¨®jicamente, la descentralizaci¨®n pol¨ªtica propiciada por el llamado Estado de las autonom¨ªas, en lugar de corregir esa tendencia, la ha acentuado todav¨ªa m¨¢s gracias a lo que los economistas llaman, con magn¨ªfica expresi¨®n, optimizaci¨®n de los recursos productivos nacionales y a la insolidaridad interregional. Todo ello, por supuesto, con la colaboraci¨®n de los sucesivos gobiernos, m¨¢s preocupados por complacer a las autonom¨ªas ricas, cuya mayor poblaci¨®n les procura un mayor poder pol¨ªtico, que por ayudar a las desfavorecidas. Justo todo lo contrario de lo que se reclama a Europa y de lo que hacen internamente otros pa¨ªses de nuestro entorno.
No ser¨¦ yo quien explique aqu¨ª la importancia del equilibrio econ¨®mico y demogr¨¢fico de un pa¨ªs, no s¨®lo para su desarrollo arm¨®nico, sino tambi¨¦n para su bienestar global. Cualquiera sabe que un pa¨ªs desvertebrado, con grandes diferencias entre sus distintas zonas, repercute negativamente a la larga en todas ellas y no s¨®lo en las perjudicadas. Como ocurre con un cuerpo en el que uno de sus ¨®rganos se desarrolla exageradamente m¨¢s que los otros o con una familia en la que uno o varios de sus miembros medran a costa de los restantes, tarde o temprano empezar¨¢n a surgir los problemas para todos, puesto que, al malestar de los discriminados, se sumar¨¢n los derivados del hiperdesarrollo de los favorecidos, como ya se empieza a ver en nuestro pa¨ªs. Todos o¨ªmos continuamente las quejas de las regiones ricas en relaci¨®n con la falta de agua o con la destrucci¨®n de su medio ambiente. Y es que, como dijo el sabio, no se puede tener todo.
Las quejas de esas regiones nada tienen que ver con la solidaridad. Al contrario, se basan precisamente en el ego¨ªsmo, que es el principal motor de este pa¨ªs actualmente; no s¨®lo entre las personas, sino entre las autonom¨ªas. El debate sobre el agua, que cada vez se hace m¨¢s virulento, es un buen ejemplo de ello. El debate sobre el agua o sobre el reparto de la producci¨®n el¨¦ctrica, por no hablar de otros muchos parecidos, no han hecho m¨¢s que poner de manifiesto el desequilibrio de una naci¨®n que construye e invierte donde no tiene energ¨ªa mientras que deja que se deserticen las regiones donde ¨¦sta sobra. Hasta ahora, el problema se solventaba con el argumento de la solidaridad, pero hoy ese argumento no se sostiene, dado que la solidaridad no existe. Y es que ?c¨®mo se le puede seguir pidiendo ¨¦sta a Arag¨®n, o a Castilla-La Mancha, pongo por caso, en materia de agua para regar, con las provincias vecinas de Levante o Catalu?a, cuando con ellas nadie ha sido solidaria en mucho tiempo? ?C¨®mo puede exig¨ªrsele a Le¨®n o a Extremadura que contin¨²en sacrificando valles y pueblos para producir energ¨ªa el¨¦ctrica para el resto, cuando el resto las ignoran o desprecian normalmente? La solidaridad ha de ser rec¨ªproca y eso no ocurre en este pa¨ªs.
Pero nadie parece darse cuenta de lo que se avecina. Mientras la insolidaridad aumenta, mientras el desequilibrio crece, mientras las dos Espa?as geogr¨¢ficas se alejan una de otra a ritmo vertiginoso, nuestros pol¨ªticos contin¨²an a lo suyo, que es agrandar las dos ideol¨®gicas, y nuestros pensadores siguen secundando a aqu¨¦llos en sus est¨¦riles e inagotables discusiones sobre la unidad de Espa?a o sobre su conformaci¨®n plural, cuando en la realidad Espa?a no existe. Basta mirar el mapa desde un sat¨¦lite para ver que es una ficci¨®n. Una campana gigante, como escrib¨ªa Manuel Vicent hace tiempo, con un badajo en el medio que resuena en el vac¨ªo inmenso que lo rodea.
Julio Llamazares es escritor.
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