El pensador
Dijo un aficionado: "Si a ¨¦ste le saca una tanda, le tienen que dar el Premio Nobel". El ¨¦ste en cuesti¨®n era un toro torvo, bronco, manso, de agresivos pitones y malas intenciones; y quien se dispon¨ªa a sacarle una tanda -de naturales- era C¨¦sar Rinc¨®n. No le sac¨® ni dos pases, y estuvo a punto de ganarse a cambio una cornada. No insisti¨®, y mat¨® como pudo. Pero si existiera un Premio Nobel de Pensamiento Taurino, como existen el de F¨ªsica o el de Literatura, el de esta temporada se lo deber¨ªan dar a Rinc¨®n. No es un torero de inspiraci¨®n, sino de reflexi¨®n. Cuando torea, se le ve pensar en la cara del toro. Y por eso les saca faena a todos los que le salen (menos a este manso del que hablo, que literalmente no ten¨ªa un pase).
Lo hab¨ªamos visto pensar una hora antes, frente a su primer toro de la corrida de Agualuna (procedencia Zalduendo). Pero con aqu¨¦l el resultado de la reflexi¨®n hab¨ªa sido m¨¢s satisfactorio, tanto para el pensador como para los asistentes: una oreja para ¨¦l y el espect¨¢culo de una gran faena para nosotros. Era otro manso con peligro, como todos los que echaron esa tarde. Rinc¨®n lo miraba, lo estudiaba, lo med¨ªa, lo juzgaba, decid¨ªa qu¨¦ se pod¨ªa hacer con ¨¦l, con la misma intensidad reconcentrada de quien est¨¢ encontrando la soluci¨®n al teorema de Fermat, como solo y ausente en medio del vocer¨ªo intermitente de la plaza, entre los silencios expectantes y los oles de entusiasmo.
Adelantaba la muleta, y el toro obedec¨ªa: y se sum¨ªa en el temple suave de flexible acero como si se zambullera de cabeza en el agua. Al principio iba a las malas, resisti¨¦ndose, pensando tambi¨¦n ¨¦l en c¨®mo podr¨ªa echarle mano a su torero y obligando a ¨¦ste a aguantar miradas y parones en la mitad del pase, y los naturales iban desgran¨¢ndose uno a uno. A la tercera tanda, sometido, ya permit¨ªa el toreo ligado, como los toros buenos. Su acometida incierta y descompuesta del principio, con un bufido rabioso en el embroque, se hab¨ªa convertido en un acompasado ir y venir dentro de la mano del torero. Y saltaba a la vista entonces que el toreo es ante todo un juego intelectual: una cosa mentale, como dec¨ªa Leonardo del arte. Tal como lo explic¨® hace ya casi un siglo Juan Belmonte, "una actividad del esp¨ªritu".
Porque nada de esto es nuevo, por supuesto. Y el temple, que es la expresi¨®n externa de esa actividad, es tambi¨¦n invento de Belmonte: o, mejor, descubrimiento. En el temple est¨¢ el mando sobre el toro; y el temple, antes que en la mu?eca, est¨¢ en la cabeza del torero.
Lo que resulta curioso es que para pensar alguien decida vestirse de torero, como iba vestido Rinc¨®n la tarde de que hablo: con un terno de un palid¨ªsimo color palo de rosa, como un rubor de marfil, bordado de muchos oros, y medias rosas salpicadas de manchas de sangre. El c¨¦lebre Pensador de Rodin est¨¢ desnudo. Parece m¨¢s apropiado.
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