Al Lewis, el monstruo que lo recordaba todo
Todo lo que no sea directamente ficci¨®n suele tener dif¨ªcil salida en las pantallas. Hubo un tiempo, hacia los sesenta, en que se estil¨® bastante el documental de animales con un indefectible fondo musical que convert¨ªa los movimientos de los bichos en un trasunto de ballet zool¨®gico. Mucho menos corriente era, y es hoy casi impensable, recrear la historia de un oscuro actor, mucho m¨¢s de televisi¨®n que de cine, que no era grande por ning¨²n concepto m¨¢s que porque miraba atentamente todo lo que suced¨ªa a su alrededor, y lo que suced¨ªa a su alrededor, entre su nacimiento en Nueva York en 1910 y su reciente muerte, era nada menos que la historia de nuestro tiempo, sobre todo, si se sab¨ªa mirar, y se ten¨ªa tan buena memoria como el protagonista.
GOODBYE, AMERICA
Direcci¨®n: Sergio Oksman. Int¨¦rprete: Al Lewis. G¨¦nero: documental. Espa?a, 2006. Duraci¨®n: 80 minutos.
Al Lewis, t¨ªpico jud¨ªo de Nueva York -t¨ªpico por lo menos en la ¨¦poca-, con una fuerte vena ¨¢crata, quijotesco amante de las causas que nunca se ganan, demasiado decente para las cosas como eran y como siguen siendo, recuerda m¨¢s que su vida, esos especiales momentos que ha contemplado en su vida, mientras lo maquillan para su pen¨²ltima y modesta -a juzgar por el atrezo del lugar- aparici¨®n como fabricante de miedo enlatado. Mucho despu¨¦s de desaparecida la serie de La familia Munster con Ivonne de Carlo y Fred Gwynne, en la que interpretaba al abuelo pr¨ªncipe de las tinieblas, el actor sigue representando el personaje en lejanos teatrillos. Y recuerda.
As¨ª, se alterna la imagen entre el pasado recordado y el pasado filmado, como un documental dentro del documental, en muchos momentos de excepcional emoci¨®n en especial para todos los que tengan la edad necesaria para haber ido a la guerra de Vietnam. Son los primeros cincuenta de la caza de brujas con las declaraciones de Paul Robeson, el primer negro norteamericano que, como artista, se elev¨® por encima del bailar¨ªn de claqu¨¦, ante la Comisi¨®n de Actividades antinorteamericanas de un senador fascista llamado McCarthy. Y Robeson cantando Ol'man river con letra progre, lo que por s¨ª s¨®lo habr¨ªa justificado la pel¨ªcula de Querejeta; pero hay mucho m¨¢s.
La juventud floral americana, la del compromiso hippy, congregada en Washington escenificando su Mayo del 68, con el realismo de pedir lo imposible, y conjurando al Pent¨¢gono para que levitara en expiaci¨®n de sus pecados. Entonces era Vietnam, y hoy es Irak, pero nos tememos que Bush nunca ver¨¢ la pel¨ªcula.
El actor, un Valent¨ªn Tornos de Hollywood, que en su madurez, casi como el Don Cicuta de Un, dos, tres, alcanza la fama en un show directo, elemental, basado en la comicidad antediluviana de Abbott y Costello, desgrana la m¨¢s sencilla de las filosof¨ªas: el mundo est¨¢ dividido entre ellos y nosotros; y aunque son ellos los que siempre ganan, nosotros no vamos a rendirnos por tan endeble motivo. Y ese nosotros que encarna Al Lewis es el que le hace presentarse a los 88 a?os a disputar la gobernaci¨®n del Estado de Nueva York; y hacerse o¨ªr en todas las causas, en todos los pacifismos, en todas las protestas por un mundo que no puede gustarle, pero en el que vive muy a gusto embalsamado en su propio entusiasmo. Y siempre con un puro en la boca; hasta en lo que son sus ¨²ltimos d¨ªas en una cama de hospital, acompa?ado por su hija Karen.
Como a cualquier documental, al de Querejeta le pasa que las im¨¢genes de archivo son mucho m¨¢s valiosas que lo que se haga con ellas; que el contrapunto del actor hasta puede tener algo de anticl¨ªmax; que la estructura de la pel¨ªcula, no sujeta a un desarrollo convencional novelesco, resulta arbitraria, de forma que se acaba cuando le da la gana al director. Pero la moviola ha sido manejada de mano maestra. Y si Al Lewis no fue, quiz¨¢, un testigo privilegiado, lo que cuenta es que se acordaba de todo.
Babelia
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