Vida en clausura
La exposici¨®n Clausuras, que puede verse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando me ha hecho reflexionar y volver a pensamientos ya antiguos, pero no arcaicos. Las monjas de clausura han sido, y quiz¨¢ son, el ejemplo m¨¢s laudable de entender la espiritualidad, y constituyen, para quien esto escribe, la mejor muestra de vida interior en b¨²squeda de lo trascendente en el d¨ªa a d¨ªa. El Concilio de Trento regul¨® la vida cotidiana en los conventos, y sobre todo facilit¨® y sent¨® las normas para las representaciones art¨ªsticas de lo sagrado, llenando los monasterios, iglesias y conventos de im¨¢genes y cuadros donde fragu¨® la iconograf¨ªa barroca, y no s¨®lo la oficial sino la dom¨¦stica, que es lo que esta exposici¨®n pone de manifiesto.
En la vida conventual todo pod¨ªa ser objeto de devoci¨®n o excusa de mortificaci¨®n, empezando por las im¨¢genes de los grandes protagonistas: Jes¨²s, Mar¨ªa, Jos¨¦ -ahora m¨¢s en primer plano que en ¨¦pocas anteriores a Trento- y dem¨¢s santos canonizados. Naturalmente, los personajes citados ocupaban los retablos de los altares, pero tambi¨¦n -y ah¨ª est¨¢ la novedad- entraron en los interiores, en las celdas, con la misma naturalidad con que hoy en d¨ªa est¨¢n las fotograf¨ªas de los nuestros en los ¨¢mbitos caseros, y es quiz¨¢ eso lo que llama m¨¢s la atenci¨®n del visitante de hoy, o sea la domesticidad alcanzada por esas grandes figuras protagonistas, si bien reducidas en escala para estar a gusto en las celdas. As¨ª la Virgen Mar¨ªa, en tallas de peque?o tama?o con mantos arremolinados en diagonal que no ocultan su embarazo, o la talla de san Joaqu¨ªn, santa Ana con su hija Mar¨ªa ni?a; o los Ni?osjesuses, casi desnudos abrazados a la cruz y vestidos y calzados con primor por la monja, o la Virgen de la leche con corona real de plata pero amamantando al Ni?o ricamente vestido; o la del lienzo de la Divina Pastora; o una Virgen de las caricias (Glikophilousa) mimando a su hijo con manos enjoyadas siguiendo las estrictas normas de una iconograf¨ªa estudiada por R¨¦au, de origen bizantino. Toda esta imaginer¨ªa concebida para facilitar el surgir de una tierna vida interior, quiz¨¢ te?ida de un cierto erotismo al saberse las monjas por causa de lecturas o sermones, esposas o madres del Alt¨ªsimo.
Las monjas fueron mujeres que decidieron no quedarse en el mundo y no parecerse a aquellas que Luque Fajardo describi¨® en 1603, como "gallardas, es decir, desenfadadas y desenvueltas, que hacen ventana, hacen visitas y llevan el manto al hombro...", una gallard¨ªa que hoy la historia ense?a como el despertar de las mujeres a la modernidad. Lento despertar, sin embargo. Nunca un retrato de una monja se ha hecho asomada a una ventana. No. La postura deb¨ªa ser sentadas con recogimiento, en estancias de poca luz y en las manos un libro o devocionario. As¨ª pint¨® Rubens de manera espl¨¦ndida a Sor Ana Dorotea de Austria, hija bastarda del emperador Rodolfo II y de su amante Catalina de Estrada. Retrato que se exhibe en esta exposici¨®n. Poco sabemos de ella, pero seguramente, y como se dec¨ªa antes, la "metieron a monja".
Por el atrezo que se exhibe en Clausuras de lozas y relicarios no viv¨ªan mal las monjas, aunque no tuvieran ventanas. Tengamos en cuenta que entre las mujeres llamadas al servicio divino, hubo muchas dotadas de inteligencia, saberes, y curiosidad intelectual, que prefirieron la soledad conventual para poder escuchar ideas dichas por sus confesores o escritas en libros, a ser solamente, con bastante frecuencia, mujeres-madres no tenidas en cuenta en la sociedad civil o ayunas de di¨¢logos enriquecedores.
Las mujeres nobles ten¨ªan, adem¨¢s, el convento como lugar confortable en la viudedad, en la orfandad o en el desamor, de ah¨ª que en Madrid podamos presumir de conventos magn¨ªficos de fundaci¨®n real o noble. Quiz¨¢ al joven ciudadano medio, carente de la cultura general que proporciona la historia de las religiones, le sorprenda esta exposici¨®n de la Academia de San Fernando.
El claustro, para la mayor¨ªa de los frailes y las monjas, era una carrera, una profesi¨®n, una salida. Naturalmente que no eran infrecuentes las vocaciones aut¨¦nticas porque el temple, el aire del siglo, era religioso como el de nuestros tiempos es cient¨ªfico y t¨¦cnico. Muy bien lo dice Octavio Paz en su extraordinario ensayo sobre la extraordinaria Sor Juana In¨¦s de la Cruz, cuando advierte que la vocaci¨®n religiosa prove¨ªa ocupaci¨®n y destino a miles de mujeres (y de hombres) que de otra manera se habr¨ªan encontrado sin acomodo, siendo, adem¨¢s una manera de respuesta social a trav¨¦s de la beneficencia, la caridad, y la ense?anza que las distintas Ordenes ejerc¨ªan. Reconozcamos esto.
Al entrar en la exposici¨®n Clausuras, donde un montaje bien pensado nos traslada a lo monjil a trav¨¦s de una celos¨ªa, vemos las obras de arte: ese retrato de Rubens ya citado, o la Santa Humbelina de Angelo Nardi, o c¨®mo Juan Carre?o de Miranda reuni¨® en un retrato a cinco monjas de distintas cronolog¨ªas a la manera de las sagradas conversaciones, o las tres profesas de autor an¨®nimo donde aparecen tres monjas de distintas ¨¦pocas pero nobles y que se guarda en las Descalzas Reales de Madrid. Merece citarse un retrato funerario, an¨®nimo, del XVII. Del monasterio del Corpus Christi ha salido para esta exposici¨®n un Cristo yacente de Francisco Camilo que impresiona por la elegancia del cuerpo muerto y el realismo de las heridas que incitan a una piedad compasiva.
Pero todo no era sacrificio y renuncias, ya que cuando se celebraban los grandes d¨ªas de solemnidad religiosa, tambi¨¦n hab¨ªa festejos del siglo como comidas, cantos, bailes, y hasta representaciones teatrales, y no faltaban las visitas. Las monjas no perd¨ªan sino que aumentaban lo que era caracter¨ªstico de sus "hermanas en el mundo" como hacer dulces, potajes, licores, si bien en estas labores caseras eran ayudadas por el gran n¨²mero de monjas legas, discretas o depositarias que serv¨ªan a las profesas, para no distraerlas de su vida contemplativa. Como las se?oras, las monjas bordaban, pero en su caso eran peque?as t¨²nicas y min¨²sculas sandalias que hac¨ªan para sus ni?os jesuses e im¨¢genes vestideras.
A la lectura de obras espirituales las monjas dedicaban horas, sacando temas para sus meditaciones y sus propios escritos, porque escrib¨ªan mucho, y todo se lo comentaban a sus confesores, con resultados no siempre justos para ellas, puesto que algunos de ellos los publicaban m¨¢s tarde con su propio nombre, como demostr¨® Isabel Barbeito.
En esta interesant¨ªsima y recomendable exposici¨®n s¨®lo se echa en falta, no obstante, la inclusi¨®n de alg¨²n h¨¢bito, manto o toca, as¨ª como alg¨²n b¨²caro de barro de los expuestos en el Palacio Real, hace alg¨²n tiempo. La costumbre de comer b¨²caro, que tanto escandaliz¨® y divirti¨® a Madame D'Aulnoy en su libro de viaje por Espa?a, a fines del XVII fue frecuente entre las mujeres como demostr¨¦ en su d¨ªa. Aparte de beber agua fresca siempre perfumada, las mujeres com¨ªan el borde de los b¨²caros hechos pedacitos para hacer m¨¢s llevadera su vida de aislamiento y favorecer sus milagros visuales, si eran monjas, o charlar y divertirse m¨¢s en las visitas si estaban en el siglo.
Natacha Sese?a es historiadora del arte y pertenece a la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
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