Ciencia, democracia y procom¨²n
En las sociedades desarrolladas, la ciencia se ha convertido en un elemento tan importante como el aire que respiramos y ambos, una y otro, s¨®lo son sostenibles con la complicidad y el esfuerzo de la ciudadan¨ªa. Por eso resulta oportuno dedicar un a?o a la ciencia, para que todos, del Gobierno a los ciudadanos, pasando por los centros p¨²blicos de investigaci¨®n, las comunidades aut¨®nomas, sindicatos, empresarios y medios de comunicaci¨®n, tengan ocasi¨®n de dialogar y construir as¨ª un compromiso p¨²blico.
La ciencia conserva todav¨ªa el aura de haber convertido el desinter¨¦s, el cosmopolitismo, el comunitarismo y el escepticismo en sus se?as de identidad. Y as¨ª confiamos en los cient¨ªficos no s¨®lo por los descubrimientos que hacen, sino tambi¨¦n por los valores que sostienen. La salud, la alimentaci¨®n, el transporte, la energ¨ªa, las comunicaciones y el medioambiente son dimensiones de la vida que est¨¢n en el ¨¢mbito de competencia de los cient¨ªficos. Es obvio que cualquier actuaci¨®n sobre estos sectores tiene repercusiones directas para los ciudadanos, ya sea porque influyen en la calidad de su vida cotidiana, ya sea porque su explotaci¨®n, necesaria para la creaci¨®n de riqueza, ha movilizado negocios orientados a la cuenta de resultados.
Cada d¨ªa es m¨¢s frecuente que los medios hablen de crisis como la de las vacas locas, los transg¨¦nicos, la capa de ozono, la lluvia ¨¢cida, los residuos radiactivos, los abusos con pesticidas, la contaminaci¨®n atmosf¨¦rica o el crecimiento de las enfermedades al¨¦rgicas o mentales. Por extensi¨®n, cada vez son mayores las dudas sobre lo que comemos, bebemos o respiramos y por eso parece existir un consenso de que nos enfrentamos a problemas que no pueden ser tratados s¨®lo como asuntos cient¨ªficos o administrativos. Adem¨¢s, a medida que se difumina la frontera entre lo p¨²blico y lo privado, escasea la informaci¨®n cualificada a la que el ciudadano tiene acceso. Y es que, en efecto, a pesar de que es clave en nuestro mundo el papel del conocimiento, a¨²n no se ha generalizado la exigencia de que la ciencia debe ser un bien de todos y, por tanto, debe ser accesible a todos los ciudadanos.
El problema del cambio clim¨¢tico es un buen ejemplo de lo que est¨¢ pasando. Las batallas biom¨¦dicas contra el c¨¢ncer, comparten hoy protagonismo con un nuevo tipo de actores imprevisto: las im¨¢genes helicoidales de la mol¨¦cula de ADN han sido sustituidas por mapas del planeta que muestran con gradientes de color la variaci¨®n de temperaturas. Antes se hablaba de genes y mol¨¦culas para anunciar promesas de curaci¨®n, hoy se muestran glaciares y osos para hablar de urgencias, culpas y cat¨¢strofes. Las im¨¢genes dejaron de ser abstractas y empiezan a ser reales. Las probetas han sido reemplazadas por sat¨¦lites, las ciencias biol¨®gicas por las f¨ªsicas, los fen¨®menos controlados en el ¨¢mbito restringido del laboratorio por experimentos planetarios en tiempo real en donde todos estamos insertos. Y si hoy es el clima, ma?ana ser¨¢ la energ¨ªa, como ayer fue la alimentaci¨®n.
Las crisis medioambientales, alimentarias, sanitarias, urbanas o migratorias muestran el inadecuado tratamiento que reciben los bienes comunes: el aire, el agua, el paisaje, las calles, el conocimiento, el arte, el silencio, el genoma, los acu¨ªferos o las especies, son bienes que pertenecen a todos y a nadie al mismo tiempo, bienes que deber¨ªan, en consecuencia, integrar el procom¨²n.
Los nuevos tiempos dominados por el conocimiento, la participaci¨®n y la conciencia de riesgos globales, aconsejan cambiar de pol¨ªtica o, quiz¨¢, reinventar la pol¨ªtica. ?Puede ser privatizada la funci¨®n fotosint¨¦tica, el ciclo de los nutrientes o la polinizaci¨®n de las plantas, como lo est¨¢n siendo las semillas, los fondos oce¨¢nicos y los acu¨ªferos? ?No es parte de nuestra responsabilidad transmitir a nuestros hijos los dones de la naturaleza y la cultura? ?No es nuestra responsabilidad reafirmar un compromiso con la defensa del bien com¨²n y de los nuevos patrimonios?
Los nuevos patrimonios tienen un componente cient¨ªfico indudable, adem¨¢s de dos caracter¨ªsticas que los distinguen de los antiguos: son planetarios y s¨®lo se hacen visibles cuando est¨¢n amenazados. Defenderlos, implica inventariarlos y ponerlos en valor, lo que es tanto como socializarlos. No basta, sin embargo, con promover pol¨ªticas de comunicaci¨®n m¨¢s o menos acertadas: hay que aprender a gestionarlos y, por tanto, necesitamos conocerlos a fondo. Para ello, m¨¢s que intentar recluirlos en un museo que no podr¨ªa contenerlos, hay que acudir a foros que nos ayuden a visualizar los riesgos hacia los que nos encaminamos si el procom¨²n no es protegido. Para subrayar el valor de los nuevos patrimonios, necesitamos experimentar con los c¨®digos que lo representan y as¨ª asomarnos a los abismos que pudieran derivarse de su manipulaci¨®n irresponsable.
Nunca ha sido m¨¢s claro el hilo que une ciencia, democracia y patrimonio. Nuestras sociedades se han hecho muy complejas y, al igual que ser¨ªan inhabitables si no pudieran garantizar la pluralidad de culturas y sensibilidades, tampoco pueden sobrevivir sin que los debates p¨²blicos se resuelvan sobre fundamentos objetivos. La calidad y transparencia de la informaci¨®n circulante son, hoy m¨¢s que nunca, una garant¨ªa de que podremos preservar los patrimonios en los que habitamos, empezando por la democracia y el conocimiento mismo, y continuando por la memoria, la lengua, los n¨²meros, las calles y el folclore, por no volver a citar los dones heredados de la naturaleza.
La deriva internacionalista que dio el conocimiento hacia comienzos de siglo XX, deber¨ªa prolongarse ahora con el de una cultura cient¨ªfica global. Para ello, debemos identificar nuevos espacios que no sean torres de marfil consagradas al conocimiento, sino lugares abiertos a los intercambios, con vocaci¨®n de ¨¢goras del procom¨²n, capaces de dar digno acomodo a las personas e instituciones preocupadas por el medio ambiente, la salud, el saber o los espacios p¨²blicos. Un gran espacio, preferentemente un lugar de la memoria, para dar cobijo al procom¨²n, instrumento innovador y representativo de la nueva res p¨²blica de los ciudadanos en la que se experimentar¨ªa con nuevas formas de hacer pol¨ªtica y de hacer ciudad. En el procom¨²n, al experimentar con los nuevos patrimonios y sugerir formas de gestionarlos, no es s¨®lo un ¨¢mbito nuevo y necesario de participaci¨®n, sino un instrumento clave para la gobernanza.
Se trata en definitiva de crear un espacio p¨²blico que ayude a vertebrar las muchas culturas con las que convivimos y que, por tanto, sea una apuesta vanguardista que contribuya a desplegar toda la potencial creatividad pol¨ªtica y cultural que anida en la ciudadan¨ªa, lo que adem¨¢s de convertir la urbe en un espacio m¨¢s habitable, situar¨¢ a Espa?a en la red de pa¨ªses que han apostado por asumir responsabilidades globales.
Carlos Mart¨ªnez-A. es presidente del CSIC y Antonio Lafuente es investigador del mismo centro.
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