Llamarse Garc¨ªa con pasaporte colombiano
La catarata de mermelada en forma de elogios que ha soportado Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez desde la publicaci¨®n de su famosa soledad me exime de a?adir una cucharada m¨¢s. Cada palabra de su literatura parece tallada a punta de navaja sobre madera de ceiba y ¨¦l mejor que nadie ha sabido interpretar los gru?idos de chanchitos que se expanden en el interior del silencio precolombino. Pero no todo es gloria. Felizmente este premio Nobel tiene a veces que enfrentarse con alguna dificultad, que lastra sus alas y lo desciende a tierra. Se trata de la aventura de llamarse Garc¨ªa con pasaporte colombiano.
Estuve con Gabo la ¨²ltima vez en La Habana en una cena compartida con Mercedes, su mujer, con mi hijo y el escritor Reynaldo Gonz¨¢lez. En la sobremesa le dije que durante el viaje desde Madrid medio avi¨®n ven¨ªa leyendo Memoria de mis putas tristes, su ¨²ltima novela, cosa que pareci¨® complacerle. ?l acaba de regresar de Los ?ngeles en cuyo aeropuerto se hab¨ªa repetido una vez m¨¢s el mismo percance. Cont¨® que al llegar all¨ª el aduanero le hab¨ªa escudri?ado hasta el ¨²ltimo entresijo de sus cuatro maletas y ¨¦l mismo fue sometido a una exhaustiva inspecci¨®n corporal. Llamarse simplemente Garc¨ªa, llegar en primera clase con un bagaje copioso y exhibir un pasaporte colombiano hizo que saltaran todas las luces rojas. Un polic¨ªa inmenso con la cintura rodeada por toda una ferreter¨ªa lo condujo a una habitaci¨®n para someterlo a interrogatorio. En estos casos Garc¨ªa M¨¢rquez se deja llevar porque sabe que al final siempre hay alg¨²n pasajero an¨®nimo que lo reconoce y arma un esc¨¢ndalo al comprobar que a un premio Nobel lo tratan como a un camello.
Gabo es un militante de su pasaporte colombiano, siempre bajo diez lupas en cualquier aeropuerto. No se aviene a ninguna ventaja diplom¨¢tica y tampoco ha aceptado ofertas de compartir otra nacionalidad. Tal vez le excita ser sospechoso durante una hora en medio de una expectaci¨®n general. Al llegar un d¨ªa a Par¨ªs, el aduanero se fij¨® en que este tal Garc¨ªa llevaba en la solapa la insignia de la Legi¨®n de Honor y le dijo:
-Le advierto que en este pa¨ªs llevar distinciones falsas es un delito.
-Lo s¨¦ -contest¨® Gabo.
-En ese caso, no juegue. Qu¨ªtesela ahora mismo.
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