A oscuras

Una comedia de enredo vestida con una un tanto disparatada convenci¨®n seg¨²n la cual la funci¨®n discurre durante un apag¨®n, de manera que s¨®lo cuando los actores encienden un mechero o una cerilla se ve lo que en realidad ocurre sobre el escenario, lo que hacen muy pocas veces, mientras que el resto transcurre en la oscuridad. El juego es que la oscuridad est¨¢ iluminada por los focos, de manera que vemos a los actores cuando se supone que est¨¢n a oscuras, y tropiezan y se confunden de interlocutor y sufren mil desventuras que no se acaban de creer precisamente porque se ven claramente. La convenci¨®n inicial no funciona, porque la puesta en escena no exprime sus posibilidades, que son infinitas de haber tenido algo m¨¢s de chispa.

Tampoco el argumento es nada del otro mundo. Un artista y su pareja toman prestado el mobiliario de un vecino que se encuentra de viaje a fin de embaucar a un presunto comprador millonario que se dispone a visitar la casa. Como es natural, el vecino llega antes de lo previsto, as¨ª que el hilo conductor de la comedia consistir¨¢ en los esfuerzos del artista empe?ado en hacer desaparecer lo muebles tomados de prestado durante el apag¨®n. Eso es casi todo, ali?ado con algunos apuntes m¨¢s o menos graciosos sobre la conducta de diversos tipos muy definidos, que muy poco tienen de brit¨¢nicos en esta versi¨®n que m¨¢s bien se asoma al estr¨¦pito de la comedia televisiva a lo Ana Obreg¨®n. Un juego sin inter¨¦s que hace re¨ªr en contadas ocasiones, que recurre al disparate y que suena un tanto fuera de sitio en un escenario como el del Tal¨ªa. En la interpretaci¨®n destaca Vicente Blay en su breve papel de electricista londinense y su gracia natural.