La partida
En los garitos de p¨®quer he aprendido algunas lecciones para andar por el mundo. No es que en aquellos antros, ya lejanos, hubiera grandes maestros en nada, salvo en el arte de sacarse un as de la manga o de cambiar el mazo de cartas en el momento preciso. All¨ª sol¨ªan sentarse a la mesa de juego, entre otros de la misma cuerda, un representante de sostenes, una marquesa consorte que hab¨ªa sido crupier en La Habana, un dentista que revend¨ªa en el mercado negro el oro destinado a las muelas, un m¨¦dico que no sab¨ªa ni tomar la tensi¨®n, el encargado de un cementerio de autom¨®viles y un jamonero maleducado, que se pasaba toda la partida eructando cerveza. Un d¨ªa le dije a la pintora Beppo que yo, de joven, en la Facultad quise estudiar psicolog¨ªa. "?Puaff, psicolog¨ªa!. Esa asignatura en mis tiempos de Par¨ªs se aprend¨ªa directamente en los burdeles", me contest¨® esta artista bohemia, que hab¨ªa sido amiga de Modigliani y luego se cas¨® con un pr¨ªncipe tunecino, al que dej¨® plantado en un tablao flamenco de Sevilla con la consumici¨®n en la mesa para fugarse con el guitarrista. Algunos principios b¨¢sicos de psicolog¨ªa los aprend¨ª despu¨¦s en aquellos garitos de juego seg¨²n los impart¨ªan los burlangas profesionales y que cualquiera puede aplicar a la vida. Si al cabo de tres partidas de p¨®quer no sabes todav¨ªa qui¨¦n es el tonto, es que el tonto eres t¨². No le tomes nunca inquina personal a un jugador concreto ni trates de humillarlo con una jugada de ventaja. Mientras tengas las cartas en la mano no metas jam¨¢s el ego en el juego. Deja tus ¨¦xitos y fracasos, la envidia y la vanidad en casa antes de meterte en la timba. Los naipes son muy veleidosos: una vez hicieron blasfemar a un mudo, porque de la baraja puede salir cualquier cosa, ya se sabe, desde un cocodrilo a un obispo. En los garitos siempre hab¨ªa un perdedor con las orejas incandescentes, los ojos como fresas, con un cigarrillo en los labios y otro encendido en el cenicero repleto de colillas, que envidaba una y otra vez a ciegas tratando de recuperarse con un golpe de suerte. Este caso puede aplicarse a la pol¨ªtica. El ganador suele estar muy sereno; sabe que juega con el dinero del que pierde y se limita a aprovechar su descontrol para acabar de desplumarlo. La pol¨ªtica, como el p¨®quer, es un juego duro, fr¨ªo, inteligente, nada temperamental. En pol¨ªtica nunca ganan los jugadores que se calientan para recuperar el poder a toda costa e insultan al adversario sacando humo por las orejas y con un sabor de ceniza en la boca.
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