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Reportaje:

Su padre es mi enemigo

El genocidio de Ruanda fue como un tornado o un tsunami. Un tsunami de sangre. Vino y se fue, como un ciego arrebato de la naturaleza. Empez¨® a principios de abril de 1994, murieron 800.000 personas y, a mediados de julio, se acab¨®. Desde entonces, desde que los machetes se vuelven a utilizar como herramientas de campo, en vez de como armas mortales, este peque?o pa¨ªs ha sido una isla tropical de tranquilidad. La gente es pobre, pero el paisaje es bello y Kigali, la capital, es la ciudad m¨¢s segura del continente africano, y quiz¨¢ del mundo.

Le costar¨¢ creer al que hoy visite el pa¨ªs de las mil colinas, un ed¨¦n primaveral situado en el coraz¨®n geogr¨¢fico de ?frica, que ¨¦ste fue el escenario de la ¨²ltima gran atrocidad del siglo XX; que lo que pas¨® aqu¨ª hace apenas 13 a?os fue comparable ?aunque superado en n¨²meros? a lo ocurrido bajo Hitler o Stalin, y bastante m¨¢s tremendo que los horrores de la guerra de los Balcanes.

Sue?os de suicidio las acompa?an. Emocionalmente est¨¢n derrotadas

Murieron 8.000 personas en julio de 1995 en Srebrenica, Bosnia y Herzegovina, a manos de paramilitares serbios. En febrero de este a?o el Tribunal Internacional de Justicia calific¨® el crimen como "genocidio". Pero hay genocidios y genocidios. En Srebrenica, las v¨ªctimas pertenec¨ªan todas a una etnia ?eran musulmanes bosnios?, pero el principal motivo para matarles no fue ¨¦se; fue el hecho de que eran todos hombres y, como tales, potenciales combatientes enemigos. En Ruanda, como en la Alemania nazi, daba igual que las v¨ªctimas fueran hombres, mujeres o ni?os. Y durante los cien d¨ªas que duraron las masacres, mor¨ªa una media de 8.000 personas no al mes, o a la semana, sino cada d¨ªa.

Por eso lo de Ruanda tiene m¨¢s en com¨²n con lo ocurrido en Alemania en los a?os treinta y cuarenta que lo ocurrido en los Balcanes en los noventa. La idea, tanto en Ruanda como en la Alemania nazi, fue el exterminio total. Del mismo modo que Hitler quiso acabar con los jud¨ªos, los l¨ªderes de la etnia dominante hutu en Ruanda deseaban condenar a la totalidad de los tutsis, el 15% de los habitantes del pa¨ªs, a la extinci¨®n.

Y aunque el Holocausto nazi cobr¨® siete veces m¨¢s muertes, los m¨¦todos utilizados en Ruanda, aunque primitivos, resultaron ser m¨¢s eficientes. El ritmo de ejecuci¨®n manual en Ruanda super¨® con creces al del sistema industrial utilizado por los nazis.

Por todo esto y m¨¢s, si lo de Srebrenica fue "genocidio", entonces hay que buscar una palabra nueva, de connotaciones infinitamente m¨¢s brutales, para definir lo que pas¨® en Ruanda. Del mismo modo que quiz¨¢ haya que buscar una nueva palabra para calificar lo que les ocurri¨® a miles de las mujeres tutsis que tuvieron la dudosa suerte de sobrevivir al exterminio ruand¨¦s.

El precio de la supervivencia fue la violaci¨®n. Constante, d¨ªas tras d¨ªa, a manos de muchos, o de dos o tres, o quiz¨¢ de un solo individuo. Pero en todos los casos los hombres eran los mismos que hab¨ªan despedazado a sus maridos, hijos, padres, sobrinos y t¨ªos a machetazos. Y casi siempre ante sus propios ojos. Las que siguieron vivas cuando acabaron las matanzas, despu¨¦s de que las fuerzas guerrilleras de el Frente Patri¨®tico de Ruanda tomaran el poder, estaban casi todas infectadas con el virus del sida. Un buen n¨²mero (se calcula hoy que unas 20.000) quedaron embarazadas.

Historias aisladas de este tipo, basadas en aberraciones reales, han servido de materia prima para alguna que otra novela o pel¨ªcula. Lo extraordinario de lo ocurrido en Ruanda es la dimensi¨®n ¨¦pica del sufrimiento de estas mujeres. Fen¨®menos parecidos (menos el factor sida) se habr¨¢n visto en tiempos de Atila o Tamerl¨¢n o Gengis Kan o durante las guerras de los mil a?os de la ¨¦poca romana. Pero esto ocurri¨® durante las vidas de la gran mayor¨ªa de los seres humanos que hoy habitan la Tierra.

Veamos la historia de una mujer cuyo bonito nombre franc¨¦s, Gaudiose, perdi¨® toda su alegr¨ªa en aquella primavera de 1994, y desde entonces ?aunque lo que le pas¨® fue poco comparado con lo que les pas¨® a otras? suena a burla macabra de Dios.

Cuando se desataron las masacres, ella y su familia hicieron lo mismo que miles y miles de tutsis a lo largo y ancho del pa¨ªs. Se refugiaron en una iglesia. Ruanda es el pa¨ªs m¨¢s cristiano de ?frica. La mayor¨ªa es cat¨®lica, tanto tutsis como hutus. Los padres de Gaudiose, cuyo apellido era Mukandamage, recordaban que cuando se llev¨® a cabo la anterior gran masacre en Ruanda en 1959, los asesinos hab¨ªan mostrado m¨¢s respeto por la tradici¨®n medieval del santuario. A los tutsis que se refugiaban en las iglesias les dejaron vivir. Pero no iban tan en serio en aquellos tiempos. S¨®lo murieron 20.000. En 1994, los tutsis no fueron tan afortunados.

"Entraron los milicianos hutus en la iglesia y me llevaron a un cultivo de pl¨¢tanos, detr¨¢s de la iglesia, y empezaron a violarme", recuerda Gaudiose, que entonces ten¨ªa 23 a?os. "Uno de ellos me llev¨® a su casa como objeto sexual, para ¨¦l y sus amigos, por tres d¨ªas. Salieron a robar a las casas abandonadas de los vecinos y me escap¨¦. Volv¨ª a la iglesia y encontr¨¦ que hab¨ªan matado a toda mi familia. A mi padre, mi madre, mis cuatro hermanas y cinco hermanos".

S¨®lo fueros tres d¨ªas de violaciones en masa, pero Gaudiose contrajo el virus del sida y se qued¨® embarazada. Su hija, Dianne, sobrevivi¨® al parto y hoy tiene 12 a?os.

Verena Uwingabira, que tambi¨¦n es seropositiva y tiene una hija de la misma edad, lo pas¨® peor. Pero su historia es m¨¢s t¨ªpica. Mataron a su familia y durante semanas la violaron, junto a otras j¨®venes elegidas, entre las seis de la ma?ana y las siete de la tarde. El horario correspond¨ªa al de los asesinos, o g¨¦nocidaires, como les llaman en Ruanda. Llamaban "trabajo" a lo que hac¨ªan. Era duro, como debe ser trabajar en los mataderos de animales pretecnol¨®gicos. Mataban a la gente con palos, cuchillos y machetes. Hab¨ªa balas, pero costaban dinero y no hab¨ªa muchas. O las que hab¨ªa, al menos, mejor conservarlas para la lucha contra los guerrilleros tutsis. Las v¨ªctimas m¨¢s ricas sol¨ªan ofrecer dinero a sus verdugos hutus para que mataran a sus hijos de un balazo, y a ellos mismos si les sobraba. Muchas de las matanzas se llevaron a cabo al lado de las carreteras donde los milicianos montaban sus controles, como se pudo ver en la excelente pel¨ªcula, nominada para tres oscars en 2005, Hotel Ruanda.

"Nos llevaban a los controles", recuerda Verena, "y nos obligaban a sentarnos ah¨ª, mientras ellos hac¨ªan su trabajo de matar. En sus ratos de descanso nos violaban. Estaban sucios. Ol¨ªan fatal. Ven¨ªan seis, siete hombres a la vez. Se turnaban. Pas¨¢bamos ah¨ª d¨ªa tras d¨ªa esperando que nos violaran y siendo violadas, y sin comida, sin agua. Les rog¨¢bamos que nos mataran".

Verena no tiene ni idea de cu¨¢ntos hombres la violaron. Intent¨® suicidarse, como tantas otras, cuando descubri¨® que ten¨ªa sida y estaba embarazada, pero hoy ah¨ª sigue, hundida en la enfermedad y la pobreza y con su Josile, de 12 a?os.

Las historias del genocidio ruand¨¦s descienden a niveles de obscenidad que ni las mentes m¨¢s depravadas podr¨ªan imaginar. Francine Umurungo, que ten¨ªa 13 a?os cuando todo eso ocurri¨®, recuerda cuando emergi¨® de debajo de la cama de la habitaci¨®n donde horas antes hab¨ªan matado a su t¨ªo y a su t¨ªa. "A ella la hab¨ªan violado antes de matarla y manaba sangre de su zona genital. Pero no hab¨ªan matado a su beb¨¦. ?l estaba sobre el cuerpo de su madre, mamando de sus pechos".

Llevaron a Francine a uno de los controles de la muerte en la carretera. "Un d¨ªa recuerdo que se turnaron m¨¢s de diez hombres para violarme. Uno ven¨ªa y se iba, otro ven¨ªa y se iba. Cuando el ¨²ltimo hab¨ªa acabado, le dije que ten¨ªa sed y que si me pod¨ªa traer agua. Dijo que s¨ª y me trajo un vaso. Cuando lo beb¨ª me di cuenta de que era sangre. El hombre me dijo: 'Bebe la sangre de tu hermano y vete".

Toda Ruanda est¨¢ traumatizada por lo que ocurri¨® en 1994. Los asesinos y las v¨ªctimas. Pero nadie ha sufrido las secuelas de peor manera que estas mujeres, a cuyo inimaginable sufrimiento durante los cien d¨ªas del terror ruand¨¦s se suma el infinito y confuso dolor que les causa la mera existencia de sus hijos. Sus familias, en los casos en que hubo alg¨²n superviviente, no han demostrado una compasi¨®n a la altura de las circunstancias. Francine tuvo el consuelo de descubrir que su padre segu¨ªa vivo cuando todo termino, pero ¨¦l respondi¨® horrorizado cuando vio que estaba embarazada.

"Mi padre me recordaba constantemente que esta ni?a era mala, que su familia era mala", recuerda Francine. "Su familia mat¨® a mis parientes, me dec¨ªa; no existe ning¨²n motivo para querer a esa chica. Y en cuanto a m¨ª, el problema es que cada vez que la veo me recuerda las violaciones. La primera violaci¨®n, la segunda y todas las que vinieron despu¨¦s. Todo lo relaciono con ella".

Por eso, y debido a que Francine es pobre y tiene el virus del sida y muchas veces no se siente bien, la ni?a vive con una t¨ªa. "No puedo decir que la quiera, pero tampoco que la odie. A veces la echo de menos. Estoy sola en casa, en la cama, y me acuerdo de que tengo una hija, y eso no es malo. Pero despu¨¦s viene y me pide algo y no se lo puedo dar, y entonces dejamos de ser amigas porque ella cree que la odio".

Claudin Mukakalisa tambi¨¦n ten¨ªa 13 a?os cuando la violaron. Recuerda que adem¨¢s la pegaban 10 veces todos los d¨ªas con un palo y la obligaban todas las noches a lavar la ropa y los machetes ensangrentados. De ah¨ª naci¨® un hijo que ella nombr¨® Jean de Dieu, aunque hab¨ªa d¨ªas en que quer¨ªa matarlo.

"Mi t¨ªo no me dej¨® que viviera en su casa. Me dijo que no pod¨ªa entrar ah¨ª con un beb¨¦ de los hutus", recuerda Claudin. "Cuando record¨¦ lo que me hab¨ªa hecho el padre pens¨¦ en matar a mi hijo, como venganza. Me alegro de no haberlo hecho. Me obligu¨¦ a quererle, aunque la verdad es que, ahora que es m¨¢s mayor, no es un chico amable. Es terco y malo".

El ¨²nico consuelo, si es que lo es, para estas mujeres, las m¨¢s tristes del mundo, y las que han visto y sufrido las cosas peores, es saber que el futuro de sus hijos pinta bien. Comparado con el de ellas, pero comparado tambi¨¦n con el de otros ni?os africanos. Bajo el Gobierno autoritario del presidente Paul Kagame, el l¨ªder guerrillero que asumi¨® el poder en julio de 1994, Ruanda se ha convertido no s¨®lo en el pa¨ªs m¨¢s seguro de ?frica, sino tambi¨¦n en el menos corrupto.

Las perspectivas econ¨®micas, partiendo de una base baj¨ªsima, ya que Ruanda carece de recursos naturales y est¨¢ muy densamente poblada, son buenas. Un art¨ªculo reciente de la revista New York Review of Books dec¨ªa que, seg¨²n muchos expertos internacionales, ning¨²n pa¨ªs pobre estaba encaminado en un programa m¨¢s prometedor de cambio que Ruanda. Josh Ruxin, antiguo director del programa de salud del John F. Kennedy School of Government en la Universidad de Harvard, siente tanto entusiasmo por lo que est¨¢ ocurriendo en Ruanda que se ha ido a vivir all¨ª.

Ha fundado un proyecto rural cuyo objetivo es promover las estrategias de desarrollo recomendadas por el renombrado economista Jeffrey Sachs. "He trabajado en 50 pa¨ªses", dijo Ruxin al New York Review of Books, "y considero que Ruanda es el ¨²nico pa¨ªs del planeta que tiene la posibilidad de migrar desde la extrema pobreza hasta un ingreso mundial medio a lo largo de los pr¨®ximos 15 a?os".

Es f¨¢cil encontrar a gente como Ruxin en Ruanda, a cooperantes internacionales que han vivido un tiempo ah¨ª y se han quedado asombrados ante la seriedad y diligencia de las autoridades locales en el intento de traer a su pa¨ªs algo que se aproxime a la prosperidad. Es igual de f¨¢cil encontrar a mujeres con historias (cuesta creer que lo que cuentan es verdad, pero lo es) como las de Claudin, Francine, Verena y Gaudiose. No tiene ning¨²n m¨¦rito period¨ªstico, m¨¢s all¨¢ de ponerse en contacto con la organizaci¨®n que las acoge, asesora y cuida, la Association des Veuves du G¨¦nocide (AVEGA; www.avega.org.rw). AVEGA ha ayudado a 25.000 mujeres, de las cuales el 80% fueron violadas durante el genocidio y el 66% tiene el virus del sida. A trav¨¦s de AVEGA, que ha ejercido una labor indispensable desde 1995, uno puede contactar con estas mujeres y colmarse de historias que demuestran la infinita capacidad humana para hacer el mal.

?Qu¨¦ se puede hacer por estas mujeres v¨ªctimas del genocidio, adem¨¢s de ayudarles a conseguir lo elemental para comer, como hacen AVEGA y otras ONG? Lo mejor es hacer lo posible para que se puedan nutrir de lo que en Europa y Estados Unidos ya es casi tan com¨²n como la aspirina y en muchas partes de ?frica sigue siendo el elixir de la vida: acceso a los medicamentos antirretrovirales que frenan los efectos nocivos del virus del sida. Lo cual implica no s¨®lo conseguir los medicamentos, sino gozar tambi¨¦n del seguimiento m¨¦dico para que funcionen.

Aun as¨ª, aun con buena salud, las secuelas del genocidio para estas mujeres son imborrables. Ruanda puede haber conquistado la paz, pero ellas nunca lo har¨¢n. Sue?os de suicidio las acompa?an permanentemente. Emocionalmente est¨¢n todas derrotadas.

Flaviane Niragire, de las pocas v¨ªctimas de violaci¨®n masiva que por alg¨²n milagro no se contagiaron del virus del sida, ten¨ªa 15 a?os cuando los milicianos mataron a sus tres hermanos y se la llevaron. Tiene un hijo que nombr¨®, como si quisiera sellar su condici¨®n de salvaje anonimato, Boy. "Pens¨¦ matarle cuando naci¨®", dice. "Fue doloroso, pero decid¨ª no hacerlo. Me he quedado con ¨¦l, aunque es hijo de violadores, aunque es la causa de mi trauma cada vez que le miro. Por eso no me interesa la familia. No me interesa el amor. A veces me miro a m¨ª misma, y me comparo con gente que tiene sus familias a su alrededor, y me lamento de no haber muerto en el genocidio. Me pregunto todo el tiempo por qu¨¦ el genocidio no me mat¨®".

JONATHAN TORGOVNIK

?Mi venganza ser¨ªa matar al ni?o. No lo hice?

Claudin Mukakalisa, de 26 a?os, y su hijo Jeandediue Ufiteyezu, de 11. Gisazi, Ruanda.?Mataron a toda mi familia. S¨®lo nos dejaron a mi hermana y a m¨ª. Llegaron las milicias, nos llevaron a una casa y nos violaron sucesivamente. Les lav¨¢bamos las ropas manchadas de sangre, nos golpeaban, nos violaban, sal¨ªan a matar y volv¨ªan. Mi hermana dijo que ten¨ªamos que escapar. Buscamos un r¨ªo para arrojarnos a ¨¦l y morir, pero al llegar vimos muchos cad¨¢veres flotando, y nos dio miedo. Por entonces, mi hermana estaba embarazada. Me di cuenta de que yo tambi¨¦n. Me dol¨ªan mucho mis partes ¨ªntimas, pero no dejaban de violarnos. Mi t¨ªo no me acogi¨® bien. Le dije que si estaba embarazada era cosa de los milicianos, que me hab¨ªan violado. Me ech¨®. Para ser franca, nunca he amado a este ni?o. Cuando recuerdo lo que me hizo su padre pienso que la ¨²nica venganza ser¨ªa matar a su hijo. No lo hice. Me obligu¨¦ a que me gustara, pero es imposible: el chico es rebelde, malo. Al final hirieron a mi hermana con los machetes; muri¨®. Su hijo ten¨ªa cinco d¨ªas. Tambi¨¦n mataron al ni?o?.

?Para m¨ª es un trauma cada vez que miro a este chico?

Flaviane Niragire, de 27 a?os, con su hijo Boy Nizeyimana, de 11. Kayonza, Ruanda.?Todo empez¨® la noche en que nos comunicaron que el presidente hab¨ªa fallecido y mi madre dijo que deb¨ªamos huir. Al tercer d¨ªa asesinaron a mis tres hermanos, un grupo de milicianos atac¨® nuestro hogar y me llevaron. Me condujeron a un lugar en el que me violaron, uno tras otro. No podr¨ªa decirle cu¨¢ntos eran. Lo que s¨ª s¨¦ es que despu¨¦s me di cuenta de que estaba embarazada. Nunca hab¨ªa tenido relaciones sexuales. Lo primero que pens¨¦ es que deb¨ªa abortar, pero no sab¨ªa c¨®mo. As¨ª que segu¨ª adelante. Despu¨¦s del parto, pens¨¦ en matarlo. Pero me he quedado con ¨¦l, y para m¨ª es un trauma cada vez que miro a este chico, porque no s¨¦ qui¨¦n es el padre e ignoro c¨®mo voy a vivir. Estoy impedida por las palizas que recib¨ª. No puedo trabajar. S¨®lo estar sentada. Ahora digo que fue bueno no matar a este ni?o, porque va a buscarme agua. No cumplo con mi deber de madre por la pobreza. A veces no tiene nada que comer porque no tengo nada que darle. No me interesa tener una familia. No me interesa el amor. Lo que me ocurra es una sorpresa. No veo un futuro para m¨ª. A veces me comparo con la gente que tiene una familia y lamento no haber muerto en el genocidio?.

?Ven¨ªan, me violaban y se iban. No puedo contar cu¨¢ntos?

Francine Umurungi, 26 a?os, seropositiva, con su hija Benimana, de 13 (derecha). A la izquierda, la hija de su t¨ªa muerta. Gasata, Ruanda.?Fuimos atacados por una banda de hutus. Uno de ellos me viol¨® una y otra vez durante una hora, y cuando termin¨® me dej¨® all¨ª, inconsciente. Cuando o¨ª las balas corr¨ª y me escond¨ª bajo la cama. Cuando sal¨ª fue el momento m¨¢s horrible de mi vida. Mi querida t¨ªa hab¨ªa sido asesinada. La hab¨ªan violado y la sangre flu¨ªa de sus partes ¨ªntimas. Le hab¨ªan puesto a su beb¨¦ encima. Todo el cuarto estaba lleno de sangre y de muertos, excepto el peque?o que mamaba del pecho de su madre muerta. Me qued¨¦ en aquel control de carretera una semana. Les vi matar, violar, arrojar a gente a las fosas. Ven¨ªan y me violaban. Ven¨ªa uno, y se iba. Despu¨¦s ven¨ªa otro, y se iba. No puedo contar cu¨¢ntos. Cuando acab¨® el ¨²ltimo, le ped¨ª agua. Me trajo un vaso. Al beber me di cuenta de que era sangre. El hombre dijo: ?Bebe la sangre de tu hermano y vete?. Aquello fue el fin. Despu¨¦s de la guerra encontr¨¦ a mi padre. Me dec¨ªa constantemente que esta ni?a es mala. Que su familia asesin¨® a mis familiares, que no hab¨ªa raz¨®n para que yo la quisiese. Cuando la veo me recuerda la violaci¨®n. La primera, y la segunda, y todas las que siguieron. No puedo decir que la quiera, pero tampoco que la odie?.

?No odio a mi hijo. Tampoco le quiero?

Josianne Ruyange, de 27 a?os, con su hijo Vedaste Ndikubwimana, de 11. Mwurire, Ruanda.?El genocidio comenz¨® cuando yo ten¨ªa 15 a?os. Fui violada, qued¨¦ embarazada y tengo un ni?o. Nunca antes hab¨ªa tenido relaciones sexuales. Nunca quise a ese hombre. Siempre me dio miedo. Incluso ahora oigo a gente decir que disfruta del sexo. No s¨¦ lo que significa. Para m¨ª, el sexo ha sido una tortura. En nuestro segundo a?o de estancia en Tanzania [en el exilio, despu¨¦s de que el violador la llevara con ¨¦l como esclava sexual] insisti¨® en que quer¨ªa casarse conmigo. No tuve alternativa. Me llevaron a la iglesia y nos casamos. En Tanzania siempre estaba en casa, nunca me dejaba salir. Mi trabajo consist¨ªa en cocinar en casa y tener relaciones sexuales con ¨¦l. En 1997 regres¨¦ a Ruanda. Me vine con mi hijo. Cuando llegu¨¦ aqu¨ª fui a casa de mi hermanastro, y me dijo que no pod¨ªa vivir con el hijo de un miliciano. No quer¨ªa a mi hijo. Me qued¨¦, pero nos maltrataba. Permanec¨ª all¨ª hasta 2000. No odio a mi hijo. Tampoco le quiero, pero creo que me siento c¨®moda viviendo con ¨¦l?.

?Uno de ellos me convirti¨® en su objeto sexual?

Gaudiose Mukandamage, de 35 a?os, seropositiva, con su hija Dianne, de 12. Gahini, Ruanda.?Entramos en una iglesia porque cre¨ªmos que era un lugar seguro. Toda mi familia fue asesinada all¨ª, excepto yo. Al noveno d¨ªa fue cuando entraron los milicianos hutus ?est¨¢bamos escondidos en una sala de la iglesia?, nos sacaron y nos llevaron a un platanar. Entonces empezaron a violarme. Uno de ellos me convirti¨® en su objeto sexual durante tres d¨ªas. Durante tres d¨ªas fui su mujer, por as¨ª decirlo, y despu¨¦s se fueron a robar a los vecinos. Entonces hu¨ª y regres¨¦ a la iglesia. Al llegar all¨ª encontr¨¦ a mi familia muerta. Est¨¢bamos confundidos y en apuros cuando los soldados del Frente Patri¨®tico Ruand¨¦s nos encontraron en la iglesia y nos rescataron. Mi padre, mi madre y todos mis hermanos y hermanas fueron asesinados. ?ramos nueve hijos: cuatro chicas y cinco chicos. Segu¨ª adelante, con problemas de salud, pero no reun¨ª el valor suficiente para solicitar asesoramiento y someterme a las pruebas del sida hasta 2000, cuando descubr¨ª que hab¨ªa dado positivo en el VIH?.

?Nunca am¨¦, nunca disfrut¨¦ del sexo ni de ser madre?

Berina Mukandanga, de 32 a?os, y sus hijos: Harriet, de 11 a?os, y Alice Niyibizi y Aline Niyoyita, ambas de 5 a?os. Iceru, Ruanda.?Cuando empez¨® el genocidio, yo ten¨ªa novio y est¨¢bamos prometidos. Vi su cuerpo despu¨¦s de que le asesinaran con un machete. Despu¨¦s de aquello me violaron muchos hombres a los que yo no quer¨ªa, y el resultado son estos ni?os. Nunca he vuelto a enamorarme, nunca am¨¦, nunca disfrut¨¦ del sexo, ni de ser madre, aunque lo he aceptado. ?sa es mi situaci¨®n. Me qued¨¦ en el lugar donde el l¨ªder de la milicia me hab¨ªa rodeado de guardias. S¨®lo me permit¨ªa entrar en su casa cuando quer¨ªa sexo. Despu¨¦s me echaba. Mi comida era mandioca cruda. Estaba harta y cre¨ªa que necesitaba morir. As¨ª que fui al jefe local. Ten¨ªan que matarme como mataron a mi madre y enterrarme como enterraron a mi padre. As¨ª que me llev¨® a su casa y durante 40 d¨ªas me viol¨® d¨ªa y noche. Antes yo era una chica guapa, sol¨ªa gustar a la gente. Ahora todo se ha perdido. Ahora es una pesadilla. No tengo inter¨¦s por la vida. Pero el mundo no conoce esto. Incluso ahora no creo que usted lo comprenda. Pero estoy contenta porque les contar¨¢ a los suyos que las mujeres de Ruanda pasaron un sufrimiento inenarrable. Mi ¨²nico crimen es haber nacido tutsi, y estoy pagando por pecados que no comet¨ª?.

?Me las arreglo para vivir por ellas, pero no me interesa la vida?

Josinne Muziranenge, 26 a?os, seropositiva, con su hija Ange, de 11. Cr¨ªa tambien a la hija de su hermana muerta. Nyamirambo, Ruanda.?Fui madre cuando no estaba preparada. No tengo nada que pueda hacerme feliz. Desde 1990, mi vida ha estado desbaratada. Me las arreglo para vivir por mis dos hijos, pero no me interesa la vida. Me odiaba a m¨ª misma. Mi padre y mi madre hab¨ªan muerto. Mi t¨ªa, tambi¨¦n. Y mi t¨ªo, que me pagaba la escuela. S¨®lo quer¨ªa provocarme la muerte. As¨ª que vinieron y nos llevaron a las que ten¨ªamos 15 o 16 a?os. Nos violaron un d¨ªa entero. Uno detr¨¢s de otro, hasta que nos devolvieron a la iglesia en la que nos hab¨ªamos refugiado. Primero mataron a los hombres. Pero cuando se acercaban a nosotras dec¨ªan: ?No las mat¨¦is, ser¨¢n nuestras mujeres?. Mientras est¨¢bamos all¨ª escuch¨¢bamos c¨®mo las milicias mataban a gente. Les o¨ªmos cortando a la gente con machetes. Y la gente dec¨ªa: ?Perdonadnos, perdonadnos?. Nos asustamos, pero decidimos no salir del convento. Que sea lo que Dios quiera. Pod¨ªamos ver a milicianos asesinando a gente a la entrada. Despu¨¦s encontr¨¦ a mi hermana en una casa. Estaba embarazada. Otro miliciano que se hospedaba all¨ª me viol¨®, y tambi¨¦n qued¨¦ embarazada. A mi hermana la violaron mucho. Ten¨ªa heridas por todas partes. Contrajo el VIH. Muri¨® en 1996?.

?Mis hijos no tienen padre, no tienen casa, no son de ninguna parte?

Agnes Uwibambe, de 29 a?os, con sus hijos Albert, de 11, y Norbert, de 10. Mukura, Ruanda.?No me alegro de ser madre. Estos ni?os desbarataron mi vida. La violaci¨®n distorsion¨® mis ambiciones. Ahora me llaman mujer, pero no estoy casada con ning¨²n hombre. Soy mujer, pero no tengo marido. No me interesa. Asesinaron a toda mi familia excepto a m¨ª. Empezaron a debatir entre ellos. Uno dijo que me deb¨ªan matar all¨ª mismo. Pero otro me llev¨® a su casa. No ten¨ªa esposa. Me dijo que se hab¨ªa casado conmigo y ahora yo era su mujer. Me violaba todas las noches y me tuvo cautiva un mes. Qued¨¦ embarazada, y el resultado es ese jovencito Albert que ha visto antes. No siempre estoy feliz porque el futuro no est¨¢ claro. Mis hijos no tienen familia. No s¨¦ de d¨®nde son. Ellos tampoco lo saben. Todo lo que ven es a m¨ª. Pero yo tampoco soy capaz de mantenerme a m¨ª misma. No veo un futuro brillante para ellos. No tienen padre. No tienen casa. No son de ninguna parte?.

?Ahora empiezo a ver que la ni?a es inocente. Pero s¨®lo le doy cosas si sobran?

Joseline Ingabire, de 37 a?os, seropositiva, con Leah, de 11, e Igihozo (detr¨¢s), de 12. Gishari, Ruanda.?Estuve seis d¨ªas en ese lugar: de noche me violaban y de d¨ªa me encerraban. Ven¨ªan tres hombres cada vez, hasta que uno, que era amigo de mi marido, fingi¨® ser amable. Me llev¨® y le pidi¨® a su mujer que me dejara dormir en la cama porque estaba embarazada. Ella lo permiti¨®, pero cuando corr¨ªa la cortina, ven¨ªa ¨¦l y me violaba. Nunca he querido a esta ni?a. Quiero m¨¢s a mi primera hija porque fue fruto del amor. El padre era mi marido. No he querido a la otra hasta ahora, que empiezo a darme cuenta de que tambi¨¦n es mi hija. Pero antes, incluso de beb¨¦, la dejaba llorar. Alimentaba m¨¢s a la mayor, hasta que llegu¨¦ aqu¨ª y me dijeron que no estaba bien. Yo lo sab¨ªa, pero mi coraz¨®n siempre estuvo con la mayor. Poco a poco empiezo a ver que la otra es inocente. Pero s¨®lo le doy cosas si sobran. Ten¨ªa dos hermanas y tres hermanos. Murieron todos. Soy la ¨²nica superviviente?.

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