Juan Garc¨ªa Hortelano sale del purgatorio
Una madrugada, despu¨¦s de una noche movida, se encontraban sentados en las sillas de la terraza de la cafeter¨ªa Michigan Juan Garc¨ªa Hortelano y su amigo Carlos el Yogui. A¨²n era de noche, la calle (era la antigua Ronda del Conde Duque, hoy Serrano Jover) estaba desierta y la terraza abandonada, l¨®gicamente. De pronto, provenientes quiz¨¢ de la calle Guzm¨¢n el Bueno, empezaron a pasar por delante de ellos unos elefantes, sin duda de un circo, que se dirig¨ªan hacia abajo, hacia el Paseo de Rosales. Juan iba a comentarlo cuando de pronto, r¨¢pido como el rayo, vio la situaci¨®n y decidi¨® callarse. En esto, Carlos abri¨® los ojos de pronto y dijo: -Anda, mira, un elefante. Y Juan, que lo esperaba, neg¨®: -?Un elefante? ?En Madrid por mitad de la calle? Los animales continuaron desfilando y desaparecieron calle abajo mientras Carlos insist¨ªa e insist¨ªa hasta que, al final, despavorido, asumi¨® que estaba ante su primer ataque de delirium tremens. Lo tuvo una semana sin probar una gota de alcohol antes de contarle la verdad. Nunca dej¨® escapar una escena que mereciese la pena.
Juan Garc¨ªa Hortelano era un narrador perteneciente a la tradici¨®n realista que pose¨ªa dos dones excepcionales. El primero de ellos, un extraordinario sentido de la observaci¨®n que le permiti¨® poner su mirada sobre los comportamientos de la burgues¨ªa espa?ola de la ¨¦poca y fijarla en novelas dram¨¢ticas tan bien construidas y resueltas como Nuevas amistades o Tormenta de verano. La observaci¨®n vale de poco en literatura si no se sabe seleccionar lo significativo de lo que se ve; ¨¦l lo sab¨ªa. Obtuvo con ambas novelas los dos premios literarios m¨¢s codiciados de la ¨¦poca, el Biblioteca Breve y el Formentor. Con Gente de Madrid (en cuyo t¨ªtulo hab¨ªa un homenaje impl¨ªcito a Dublineses) demostr¨® ser un cuentista consumado.
El otro don era el de ser un prodigioso y divertid¨ªsimo narrador oral, lo cual no s¨®lo apreciaban los que escuchaban sus m¨²ltiples an¨¦cdotas sino que, trasladado a la creaci¨®n, lo apreciaron igualmente sus lectores porque era un maestro del di¨¢logo. En su tradici¨®n realista hizo algo admirable: tom¨® el costumbrismo, recurso propio de la mediocridad hispana, y lo transform¨® en un elemento de an¨¢lisis; baste recordar un personaje como la Merceditas de El gran momento de Mary Tribune, creado s¨®lo a base de di¨¢logos por medio de los cuales consigue darnos una representaci¨®n de un estamento social -las chachas- a la vez singular y general, tan penetrante como no consiguen otros con decenas de descripciones. Juan amaba la literatura por encima de todo y muy en especial -como su divertid¨ªsima protagonista de esa lecci¨®n de educaci¨®n literaria y sentimental que es Gram¨¢tica parda- a Flaubert, de cuya teor¨ªa de la mot juste fue practicante ac¨¦rrimo. La verdad es que todo cuanto pas¨® al papel lo hizo con verdadera convicci¨®n literaria porque distingu¨ªa perfectamente entre compromiso personal y moral y compromiso literario y ambos los cumpli¨® con extremo rigor.
Habitante del barrio de Arg¨¹elles -todo lo que no fuera Arg¨¹elles lo consideraba "el extranjero"- vivi¨® largo tiempo en Barcelona, viaj¨® lo necesario hacia donde le interesaba, trabaj¨® para el cine con su amigo Juan Mars¨¦, dispon¨ªa de una experiencia de lectura asombrosa, permaneci¨® siempre fiel al Atl¨¦tico de Madrid, incluso en los tiempos duros de aquel locatis llamado el doctor Cabeza y tan s¨®lo se tambale¨® ante los a?os atroces de Jes¨²s Gil y Gil: mejor que no haya visto en lo que ha quedado el equipo.
En cambio, habr¨ªa sido feliz viendo al Getafe actual. -?Te vienes a ver al Geta? En aquellos tiempos el Geta jugaba por las ma?anas, las matin¨¦es del Geta.
El gran momento de Mary Tribune no es s¨®lo la mejor novela que se ha escrito sobre Madrid y sobre el Madrid de los a?os sesenta sino una de las grandes novelas que nos ha dejado el pasado siglo en su segunda mitad. La vida de aquel Madrid, contada desde un grupo de amigos l¨²cidos y perdidos, es una realidad imborrable gracias a ¨¦l. De hecho, uno se pregunta c¨®mo es que no hay una estatua de Juan Garc¨ªa Hortelano caminando por las calles de Arg¨¹elles, una que permitiera encontr¨¢rselo as¨ª de pronto, en mitad de la acera, quiz¨¢ junto al bar del Tirol o en la esquina donde estaba el quiosco de peri¨®dicos de la se?ora Amparo.
Todo buen escritor, a su muerte, pasa una temporada m¨¢s o menos larga -a veces muy larga- en lo que se conoce en el argot como "el purgatorio" (la ¨²nica excepci¨®n ha sido Borges, pero es que el suyo es un caso de idolatr¨ªa). Pues bien, a Juan Garc¨ªa Hortelano le ha llegado el gran momento de salir del purgatorio y tomar su lugar en la historia de la literatura espa?ola. Lo merece por su doble compromiso, literario y ¨¦tico, pues si de la literatura ha sido un noble y brillante defensor y creador, en lo que se refiere a su vida civil no lo ha sido menos por la autenticidad de su compromiso pol¨ªtico -siempre a la izquierda, siempre a favor de la libertad y la justicia- y por su impagable y leal amistad con los que fuimos sus amigos.
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