?Yo no he sido!
No acabo de entender a qu¨¦ viene tanto jaleo por el informe del Parlamento Europeo sobre el urbanismo salvaje en la costa espa?ola ?Acaso es ahora cuando nos enteramos, gracias al trabajo de tan alta como ignorada instituci¨®n, de que se est¨¢ "enladrillando el litoral valenciano", o de que ¨¦ste "est¨¢ siendo sometido a un expolio de la comunidad y de su patrimonio cultural"? ?Qu¨¦ pasa, que nosotros mismos no hemos visto d¨ªa tras d¨ªa c¨®mo se iba produciendo el susodicho desaguisado, armados de un pasotismo negligente digno de mejor causa?
Cualquier valenciano que tenga ahora m¨¢s de 30 a?os ha tenido ocasi¨®n de comprobar por s¨ª mismo la enorme transformaci¨®n sufrida por el paisaje costero, hasta el punto de que ¨¦ste resulta ya irreconocible para quienes all¨ª crecieron. Desde Pe?¨ªscola hasta Oropesa; desde Valencia a Cullera, o desde D¨¦nia hasta Pilar de la Horadada, nada se parece ya, para nuestra desgracia, al lugar donde pas¨¢bamos los veranos de nuestra infancia.
Ahora bien, lo realmente curioso de este asunto es la ausencia total de responsabilidades. Resulta que aqu¨ª nadie es responsable de nada, ni de la colmataci¨®n de la franja costera, ni de la nube de gr¨²as que se divisan en todas las monta?as circundantes. Los ayuntamientos, solidarios ellos, dicen que necesitan financiaci¨®n para proveer de servicios a la poblaci¨®n. Los promotores y constructores, cargados de raz¨®n, arguyen que hacen exactamente lo que la ley y las instituciones les permiten, la comunidad aut¨®noma proclama que se aprueba ¨²nicamente lo que es obligado aprobar, y el gobierno central se defiende record¨¢ndonos que el urbanismo no es de su competencia. En definitiva, que el territorio valenciano se destruye a simple vista de todo el mundo, pero, misteriosamente, no hay culpables a quien se?alar.
Falso de toda falsedad. Lo que est¨¢ ocurriendo es, en primer lugar, responsabilidad de los habitantes de los pueblos costeros quienes suelen elegir a partidos proclives a las recalificaciones o a asociaciones de independientes que proporcionen los votos bisagra necesarios para convertirles, gracias al urbanismo expansivo, en ricos de la noche a la ma?ana, aunque sea a costa del deterioro de su h¨¢bitat natural (ya se ir¨¢n ellos a otro lugar menos enladrillado en cuanto cobren la pasta).
De los ayuntamientos, en segundo lugar, los cuales ignoran (o socializan) todos los impactos negativos que puedan producirse sobre el medio ambiente en aras a obtener financiaci¨®n r¨¢pida para abordar multitud de proyectos in¨²tiles (como palacios de congresos y similares) pero de mucha rentabilidad electoral, mientras la seguridad y las infraestructuras se resienten por la dispersi¨®n urban¨ªstica, y los camiones de la basura hacen decenas de kil¨®metros, bajando y subiendo colinas, para recoger unos residuos inexistentes (porque all¨ª nadie vive la mayor parte del a?o). Ya saben, el t¨ªpico modelo de turismo sostenible.
De la comunidad aut¨®noma, en tercer lugar, a quien le importa un bledo el territorio que gobierna y desconoce el t¨¦rmino sostenibilidad aplicado al desarrollo urbano.
Del gobierno central, en fin, que ya ten¨ªa que haber propuesto con car¨¢cter de urgencia una ley org¨¢nica que retirara de inmediato las competencias urban¨ªsticas a todos aquellos municipios de la costa que dispongan de alg¨²n capital natural susceptible de ser resguardado. Adem¨¢s de poner en manos de los t¨¦cnicos y acad¨¦micos que saben de urbanismo y de arquitectura la decisi¨®n final sobre los planes de ordenaci¨®n, sacando estos de las manos de los pol¨ªticos, quienes se han demostrado totalmente incapaces de gestionarlos. Y, en fin, de los promotores y constructores que, si bien pueden justificarse porque "la ley les ampara", har¨ªan bien en interiorizar, aunque solo fuera una peque?a parte del concepto de responsabilidad social de las empresas, tan extendido hoy en la Europa civilizada.
En cualquier caso, el turbio asunto del urbanismo en los municipios costeros, es algo que va mucho m¨¢s all¨¢ de las responsabilidades concretas que corresponden a sus propios habitantes, empresas e instituciones implicadas. Es, sobre todo, responsabilidad de la sociedad entera. Una sociedad como la nuestra, carente del capital social necesario para cohesionar su territorio, que no tiene afecto alguno por su historia, su cultura o su h¨¢bitat natural, que le importa un r¨¢bano que el paisaje se destruya, y en la que cada ciudadano acepta impl¨ªcitamente el fest¨ªn depredador esperando que alg¨²n d¨ªa a ¨¦l tambi¨¦n le toque.
A esta cosa tan cutre ha quedado reducido el m¨ªtico modo de vida mediterr¨¢neo que tanto publicitamos en su momento y que formaba parte de nuestras se?as de identidad tur¨ªsticas. Lo pagaremos.
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