Soledad
La mente tiende a acostumbrarse, por pereza, a los lugares comunes, y as¨ª la m¨ªa daba por seguro que una ciudad como Nueva York maltrataba, por el exceso de energ¨ªa que exige a diario, a los viejos que recorren las aceras esclavos del andador, exiliados de la patria de la salud y de la productividad. Pero no. Seg¨²n un estudio que public¨® recientemente la prensa, la ciudad, a¨²n comi¨¦ndose la juventud de cualquiera, ofrece un panorama m¨¢s humano. El campo americano es tan solitario, tan magn¨ªficas sus distancias y tan escaso en focos de verdadera cohesi¨®n social, que para un viejo puede ser una pesadilla. Respirar aire puro pero ser prisionero del coche hasta para comprar el pan no le da al campo las ventajas que cualquiera de nosotros esper¨¢bamos de ¨¦l. Espa?a lleva camino de convertirse en una gran urbanizaci¨®n, pero a¨²n queda la voluntad (espero) de los paisanos por relacionarse. El hombre es un animal gregario. ?se es el primer pensamiento que se me vino a la cabeza en mi querida Virginia, uno de los Estados americanos donde la naturaleza es generosa en bosques y animales salvajes, tan abrumadoramente bella y espaciosa que es f¨¢cil sentir la tentaci¨®n del paseo, si no fuera porque pronto aprendes que es muy posible que la polic¨ªa te pare para preguntarte a qu¨¦ se debe que est¨¦s practicando esa actividad extravagante de ir caminando sin rumbo fijo. Veo las im¨¢genes del campus donde se ha producido la masacre en televisi¨®n y reconozco el color de la luz y la arquitectura de los t¨ªpicos edificios universitarios, tambi¨¦n la ingenuidad de esos estudiantes llorosos que se preguntan por qu¨¦. Algunos de esos estudiantes est¨¢n fuera de casa desde los 17 a?os, con la tremenda perspectiva de que ya se acab¨® la protecci¨®n paterna para siempre. Objetivo: reinventarse a s¨ª mismos. A esa tarea se aplican con voluntad de hierro en ese espacio aparentemente id¨ªlico que es el campus. J¨®venes autosuficientes en su apariencia f¨ªsica, fuertes como robles y d¨¦biles emocionalmente. Es casi la definici¨®n de una enfermedad nacional por muchos admitida. De vez en cuando la locura se dispara, el deseo de venganza o de salvaci¨®n del mundo; una m¨ªstica paranoica que encuentra su tesoro, las armas de fuego, en cualquier supermercado de carretera.
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