Elecciones en Francia, entre el drama y la tragedia
Los electores franceses decidir¨¢n ma?ana qui¨¦nes ser¨¢n los dos candidatos finalistas de las presidenciales. En la primera vuelta, los electores pueden elegir un candidato en funci¨®n de sus preferencias m¨¢s intensas; en la segunda, pueden apoyar al que les parece m¨¢s cercano a estas preferencias, sin que por ello sea el mejor o el m¨¢s seguro. Es el desistimiento republicano.
La primera vuelta tiene que ver con algo dram¨¢tico, en el sentido teatral de la palabra. Todos los problemas de la vida com¨²n se exponen y se debaten, pero los electores saben que su elecci¨®n tendr¨¢ una segunda oportunidad y que podr¨¢n rectificar su votaci¨®n. Cada candidato(ta), defiende su identidad, los intereses de su bando, su ideolog¨ªa, las mayores aspiraciones de su electorado, incluso intenta ganar el electorado m¨¢s extremo de su campo. As¨ª, Nicolas Sarkozy ha desplegado antes de la primera vuelta un discurso extremista, para ganar los votos de la ultraderecha. Sus ¨²ltimos ataques contra los inmigrantes, los ciudadanos cuya orientaci¨®n sexual es diferente ("una enfermedad", dice Sarkozy), los delincuentes (tambi¨¦n presentados como "patol¨®gicamente enfermos") demuestran su voluntad de robar votos al Frente Nacional de Le Pen.
Pero, al fin y al cabo, es un juego dram¨¢tico de cada candidato para debilitar a los competidores en su propio bando, tanto en la derecha como en la izquierda.
Entre las dos vueltas (21 de abril-6 de mayo), la batalla cambia de formato: deviene tr¨¢gica. No se trata de elegir al mejor, sino al menos malo. La decisi¨®n es tr¨¢gica tanto para los votantes como para los dos candidatos que quedan en liza. Para los electores, la decisi¨®n es coaccionada por la estrechez de la opci¨®n: uno de los dos que quedan debe desaparecer. Alternativa sin t¨¦rmino medio, comparable a la de los h¨¦roes de Racine.
El sistema electoral franc¨¦s conllevaba estas dos dimensiones. Pero el problema nuevo, desde el fracaso de Jospin en 2002, es que el equilibrio entre izquierda y derecha que conformaba la batalla electoral se ha quebrado. Ahora el electorado ha situado la mayor incertidumbre en la primera vuelta. Y de ah¨ª, el posible cambio del drama en tragedia. ?Por qu¨¦?
Hay, al menos, tres razones de fondo. La primera es que si la elecci¨®n sol¨ªa hacerse en funci¨®n de la divisi¨®n derecha-izquierda, ahora no se realiza de la misma manera. El electorado ha experimentado, desde hace 25 a?os, que, una vez alcanzado el poder, ni la derecha ni la izquierda han conseguido cambiar realmente sus condiciones de existencia. El franc¨¦s medio tiene el sentimiento de que el sistema est¨¢ bloqueado. De ah¨ª el rechazo del argumento del "voto ¨²til" desde la primera vuelta, en beneficio del candidato m¨¢s fuerte. ?Por qu¨¦ "¨²til" si los principales candidatos van a hacer lo mismo?
Los candidatos refuerzan esta tendencia neg¨¢ndose cada vez m¨¢s a aparecer como los aspirantes de un determinado partido. La personalizaci¨®n extrema de la campa?a, amplificada por el sistema presidencial franc¨¦s, hace que la dimensi¨®n individual se haya vuelto central. Sin embargo, en esta elecci¨®n, ninguno de los candidatos parece tener una personalidad suficientemente carism¨¢tica para convencer. Ya no hay De Gaulle desde hace mucho tiempo, ni tampoco Mitterrand. Y la cohabitaci¨®n ha transformado el car¨¢cter sagrado del papel del presidente de la Rep¨²blica, que se ha vuelto un pol¨ªtico entre otros, sin aura particular.
Finalmente, y eso vale tanto para la derecha como para la izquierda, hay una dislocaci¨®n sinuosa de las direcciones pol¨ªticas de cada campo. Los centristas rechazan cada vez m¨¢s la imposici¨®n de la derecha sarkosista (que ya no tiene nada que ver con el gaullismo tradicional). A la izquierda, la crisis en el seno del Partido Socialista le impide reunir una gran mayor¨ªa desde la primera vuelta. La crisis de confianza existe por todas partes. El drama de la elecci¨®n puede transformarse, como en 2002, en una tragedia electoral.
Y el paso del drama a la tragedia estriba en esto: ya no son ¨²nicamente los peque?os candidatos los condenados a desaparecer desde la primera vuelta, sino que esa posibilidad amenaza tambi¨¦n a los grandes candidatos, pues los electores ya no obedecen a los partidos, sean grandes o peque?os.
Aqu¨ª est¨¢ la novedad radical de la situaci¨®n francesa. De ah¨ª el incre¨ªble espect¨¢culo de que, a s¨®lo unos d¨ªas de la primera
vuelta, exista un n¨²mero nunca visto de indecisos, m¨¢s del 40% declara no saber a qui¨¦n votar. Francia no es Estados Unidos, sino un pa¨ªs politizado y de fuerte tradici¨®n ciudadana. Si esto ocurre, es que hay algo podrido en el aire, como dir¨ªa Hamlet.
Jam¨¢s el desfase entre partidos y ciudadanos ha sido tan visible, jam¨¢s la crisis de confianza entre el pueblo y los partidos ha sido tan evidente. Tradicionalmente, las dos ¨²ltimas semanas de campa?a constitu¨ªan un viraje: era el momento de la famosa "cristalizaci¨®n" del voto, en el sentido de Stendhal, quien describ¨ªa en De l'Amour como ¨¦ste se solidifica y se vuelve, despu¨¦s de un cierto tiempo, una unidad agregada y dura como el diamante. Pues hoy en d¨ªa ya no hay cristalizaci¨®n, todo queda incierto hasta el ¨²ltimo momento, los electores juegan al escondite con los encuestadores y al verdugo con los candidatos.
Es verdad que todo sorprende en esta campa?a. La confusi¨®n es m¨¢xima. Los dos principales candidatos, Nicolas Sarkozy et S¨¦gol¨¨ne Royal, han construido su campana sobre la idea del cambio. Pero ninguno de los dos consigue convencer a la gente de que lo encarna decididamente. Sarkozy no llega a granjearse la simpat¨ªa de la gente, incluso muchos le consideran peligroso. Eso explica que, en la derecha, una parte del electorado moderado se incline por Fran?ois Bayrou.
Royal, por su parte, es una figura original, simp¨¢tica al pueblo, pero que, en el transcurso de esta campa?a, ha sufrido dos obst¨¢culos mayores: primero, es una mujer, lo que disminuye la confianza del electorado "macho" (existe, ?y no solamente entre los hombres!); luego, la guerra interna del Partido Socialista, que no ha acabado. La rabia de ciertos dirigentes que le han visto vencer en las primarias socialistas es muy fuerte. El partido de los militantes se ha movilizado bien a favor de ella, el aparato del partido mucho menos. Es cierto tambi¨¦n que ella ha desconfiado del partido: de ah¨ª una gran improvisaci¨®n en la organizaci¨®n de su campa?a, una ausencia de armon¨ªa con la direcci¨®n del partido, lo que ha contribuido a generar una atm¨®sfera de escepticismo y de incertidumbre entre los militantes y hasta los simpatizantes. Resultado: la indecisi¨®n.
Fran?ois Bayrou ha jugado, por su parte, el papel del agitador en esta campa?a. Es un hombre de derechas, pero como la confusi¨®n es general, ha logrado hacer pensar a una parte del electorado que no es ni de derechas ni de izquierdas, lo que es el sue?o de todo pol¨ªtico derechista. Al mismo tiempo, representa algo m¨¢s profundo: la voluntad de superar unas discrepancias que los franceses consideran m¨¢s y m¨¢s paralizantes. En realidad, Bayrou sue?a con una uni¨®n nacional de geometr¨ªa variable: ?hace creer al electorado de izquierda que ser¨¢ una uni¨®n nacional en torno a la izquierda y al de derecha, que lo ser¨¢ en torno a la derecha! Un verdadero cuento de hadas. Sin embargo, no es seguro que Merl¨ªn el Encantador obtenga la aprobaci¨®n de las urnas. Pero nunca se sabe, hasta tal punto la confusi¨®n est¨¢ extendida.
Queda Le Pen: es su ¨²ltima campa?a, es viejo pero piensa en su hija, a quien ha puesto en ¨®rbita para las pr¨®ximas elecciones presidenciales. Sin duda, ha pactado secretamente con Sarkozy, a favor del cual votar¨¢ en la segunda vuelta si ¨¦l mismo ya no est¨¢ en liza. Y, aunque el trauma de 2002 es potente en el electorado, no cabe descartar que siga en liza.
Entre estos cuatro se juega la tragedia desde la primera vuelta: cada uno puede ser eliminado, aunque Sarkozy con menos probabilidades que los otros.
Una cosa es segura: es imposible apostar por la configuraci¨®n de la Francia electoral del 22 de abril. La crisis francesa, expresada en las presidenciales de 2002, confirmada en el refer¨¦ndum sobre la Constituci¨®n Europea de mayo de 2005, espectacularmente recordada por las revueltas de los suburbios de noviembre de 2005 y luego por las movilizaciones de 2006 contra los contratos para j¨®venes, trastorna todos los datos del an¨¢lisis pol¨ªtico. El pueblo est¨¢ enfadado, la polarizaci¨®n social es fuerte, la desconfianza aguda, la confusi¨®n generalizada. El domingo acabar¨¢ el primer acto de la obra. Veremos entonces si se trata de un drama electoral tradicional o bien de una tragedia pol¨ªtica.
Sami Na?r, catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica, es profesor invitado en la Universidad Carlos III de Madrid.
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