Una disyuntiva estructural
Cuando, el pasado d¨ªa 18, quien fuera secretario general y n¨²mero dos de Converg¨¨ncia Democr¨¤tica de Catalunya (CDC), Miquel Roca i Junyent, ofici¨® como entusiasta presentador del ¨²ltimo libro del l¨ªder de Uni¨® Democr¨¤tica, Josep Antoni Duran i Lleida, Entre una Espanya i l'altra. De l'11M a l'atemptat de Barajas, en ese momento el disco duro que almacena los datos de la historia pol¨ªtica catalana reciente debi¨® de experimentar una fuerte sacudida. S¨ª, es cierto que Roca ya hab¨ªa aceptado previamente prologar el libro en t¨¦rminos muy corteses. Sin embargo, durante el acto de presentaci¨®n en el significativo escenario del hotel Majestic, el hoy ilustre abogado fue mucho m¨¢s all¨¢: expres¨® sin ambages su apoyo a la postura actual de Duran, a la tesis seg¨²n la cual Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) deber¨ªa incorporarse al Gobierno espa?ol, aun cuando permanezca en la oposici¨®n en Catalu?a. Contemplada desde la retrospectiva de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas, la imagen resulta chocante, parad¨®jica: Roca y Duran, los encarnizados rivales de principios de la d¨¦cada de 1990 en la c¨²pula de CiU -con Pujol como crucial tercero en discordia-, ?convertidos ahora en c¨®mplices y defensores a coro de una misma estrategia para la federaci¨®n nacionalista!
Si de la sorpresa pasamos al an¨¢lisis, una conclusi¨®n se impone de inmediato: demasiado a menudo, periodistas y articulistas hemos trivializado las tensiones internas en el seno de Converg¨¨ncia i Uni¨® a base de personalizarlas. ?Recuerdan cuando todo el problema de la entonces coalici¨®n radicaba en que Miquel Roca se mor¨ªa de ganas de ser ministro, y Jordi Pujol, temiendo por su primac¨ªa incluso protocolaria, no le consent¨ªa semejante promoci¨®n? Pues sospecho que hoy, con respecto a Duran Lleida, estamos incurriendo en el mismo error. La imagen de un Duran hambriento de poder, desliz¨¢ndose d¨ªa y noche por los pasadizos de La Moncloa para ofrecerse a Rodr¨ªguez Zapatero como ministrable de lo que sea, esa imagen puede servir de chascarrillo en una tertulia, o como gag para provocar unas risas en el programa Pol¨°nia, pero no describe con seriedad el dilema que sacude a Converg¨¨ncia i Uni¨®.
Ese dilema es, a mi juicio, estructural, y existe desde el nacimiento del catalanismo pol¨ªtico, all¨¢ por los albores del siglo XX. Habiendo carecido en general de una dimensi¨®n secesionista fuerte, el nacionalismo catal¨¢n mayoritario ha albergado siempre en su seno dos almas, o dos pulsiones: la que propugnaba actuar Catalunya endins, reivindicando y -en su caso- gestionando el grado de autogobierno posible en cada momento, y la que, para allanar el camino a este objetivo b¨¢sico, cre¨ªa necesario ejercer no s¨®lo como grupo particularista, sino tambi¨¦n como fuerza reformista, democratizadora y federalizante en la pol¨ªtica espa?ola. Ciertamente, el balance de resultados de esta segunda tendencia es muy mediocre, pero apostaron por ella tanto el catalanismo de derechas como el de izquierdas: lo mismo el Camb¨® destinatario del famoso reproche de Alcal¨¢-Zamora -"su Se?or¨ªa no puede ser a la vez el Bol¨ªvar de Catalu?a y el Bismarck de Espa?a"- que la Esquerra de Maci¨¤ y Companys -abanderada del federalismo espa?ol en 1931 y estrecha aliada de Aza?a hasta 1936- o que Jordi Pujol y Miquel Roca con su -de ambos, no s¨®lo del segundo- Operaci¨®n Reformista de 1985-86.
Desde luego, la situaci¨®n de 2007 es, en este terreno, m¨¢s compleja que nunca. Por un lado, la Converg¨¨ncia i Uni¨® de Artur Mas carece ahora mismo en Catalu?a de la hegemon¨ªa pol¨ªtico-institucional que tuvieron en su d¨ªa los Camb¨®, Maci¨¤ y Pujol. Por el otro, Espa?a ya constituye una democracia homologable y formalmente descentralizada en la que, si algo falta, es m¨¢s bien centrismo, moderaci¨®n y sosiego. De ah¨ª que, en su libro y en sus ¨²ltimas declaraciones, Duran Lleida reclame abiertamente la aparici¨®n de un tercer partido, de una fuerza centrista, de un Bayrou espa?ol. Es un deseo plausible y que muchos podr¨ªan compartir. Pero, desde 1918 a 1986, pasando por el naufragio en 1977 del Equipo Dem¨®crata-Cristiano del Estado Espa?ol, est¨¢ archidemostrado que tal centrismo no puede arraigar en Espa?a si procede de Catalu?a o muestra componentes catalanistas. Con lo cual el papel de CiU en este asunto se reduce al de simple espectadora. Interesada, sol¨ªcita, pero espectadora.
Problema distinto es el de la eventual entrada de los herederos de Pujol en el Gobierno central que salga de las elecciones generales de 2008, una hip¨®tesis que Uni¨® defiende con vehemencia ante los recelos convergentes. Pero atenci¨®n: tanto Duran como su brazo derecho, Ramon Espadaler, han dejado claro que "en un Gobierno del PP, tal como est¨¢n las cosas, no se puede entrar"; "mientras el PP mantenga el recurso contra el Estatuto, es imposible". S¨®lo queda, pues, el pacto con el PSOE, y es frente a ¨¦l que se abre la disyuntiva entre el intervencionismo espa?ol y el Catalunya endins.
Ignoro hasta qu¨¦ punto Artur Mas y la joven c¨²pula de Converg¨¨ncia conocen la experiencia de la Lliga entre 1917 y 1923, d¨¢ndole ministros a Espa?a sin fruto alguno para Catalu?a y arruinando, por ello, su reputaci¨®n nacionalista. En todo caso, Mas y los suyos s¨®lo conciben la participaci¨®n ministerial como un corto rodeo para recuperar el poder en la Generalitat y romper la inercia -para ellos, fatal- de un tripartito tras otro. En cambio, Uni¨®, Duran y -desde su retiro- los viejos roquistas priorizan la defensa de intereses sociales, y creen que hay que estar en los consejos de ministros de Zapatero sin otra condici¨®n que haber pactado un programa de Gobierno. "A veces -dijo Roca en el Majestic- la causa del pa¨ªs se defiende no desde el amor, sino desde el inter¨¦s". En efecto, a partir del Memorial de Greuges (1885) el catalanismo se ha sostenido sobre dos patas: los ideales y los intereses. Para tener futuro -arguyen los socialcristianos-, una fuerza pol¨ªtica tiene que ser ¨²til a sus electores. Tambi¨¦n es verdad, pero con matices: el utilitarismo no debe hacer olvidar los sentimientos, que son la primera mercanc¨ªa pol¨ªtica, y un partido no puede confundirse con una gestor¨ªa.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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