Aquel 'Marat-Sade' del 68
Marcos Ord¨®?ez reconstruye los recuerdos del actor y director Jos¨¦ Mar¨ªa Pou sobre el m¨ªtico montaje de la obra de Weiss que realiz¨® Adolfo Marsillach y que revolucion¨® el teatro durante el franquismo
En los d¨ªas de Mayo del 68 -cuenta Pou- yo era un chiquilicuatre que estudiaba el primer curso en la Escuela de Arte Dram¨¢tico y me mor¨ªa de ganas de hacer teatro. Un d¨ªa apareci¨® por all¨ª Marsillach: buscaba, dijo, cuatro alumnos "altos y fuertes, capaces de meter en cintura a unos locos peligrosos". Marsillach pas¨® revista, como en la mili, y dijo: "T¨², t¨², t¨² y t¨²". Antonio Malonda, nuestro profesor de expresi¨®n corporal, nos explic¨® las razones de la misteriosa visita. Adolfo iba a montar Marat-Sade, la obra que Peter Brook hab¨ªa catapultado al ¨¦xito desde Londres. Parad¨®jicamente, trat¨¢ndose de una obra tan controvertida, era un encargo del Gobierno: Mat¨ªas Antol¨ªn, entonces director del Espa?ol, le hab¨ªa propuesto inaugurar temporada con tres ¨²nicas funciones del texto de Weiss. Malonda nos cont¨® tambi¨¦n que Marat-Sade transcurr¨ªa en un manicomio de Charenton y que nuestro papel era el de enfermeros, "figurantes sin frase, pero con mucha acci¨®n".
"El teatro estaba repleto de inspectores de la Secreta. Los locos gritaron: '?Revoluci¨®n!".
"Llegamos a Barcelona amenazados de prohibici¨®n si se repet¨ªa lo de Madrid"
Los ensayos empezaron a mediados de agosto. El encuentro tuvo lugar en la cafeter¨ªa Punto y Coma. A las tres ya estaban all¨ª Marsillach y Prada, o sea, Sade y Marat. Llegaron luego Antonio Iranzo, el Pregonero, con Gerardo Malla y su mujer, Amparo Valle, que interpretaban al fan¨¢tico Roux y a Simone, la compa?era de Marat. Poco m¨¢s tarde, los Coulmier, los amos del sanatorio: Enrique Cerro y Silvia Rousin, esposa, por cierto, de Jos¨¦ Viv¨®, que interpretaba a Duperret, el loco que quer¨ªa tirarse a Carlota Corday, personaje con el que debutar¨ªa en el teatro la deslumbrante Serena Vergano, musa oficial de la Escuela de Barcelona.
Me "asignaron" el loco a quien deb¨ªa controlar -el maravilloso Pepe Viv¨®- y me dieron mi uniforme: saldr¨ªa a escena con pantalones de cuero, delantal de matarife y el torso desnudo. Pintado de gris, eso s¨ª. Como las caras de todos, como la escenograf¨ªa entera. Paco Nieva andaba por los pasillos como un sheriff armado con dos sprays de pintura gris, disparando contra cualquier blanco que se le pusiera a tiro. Marsillach parec¨ªa una dinamo, subiendo y bajando continuamente del escenario, para interpretar y dirigir. Todos est¨¢bamos convencidos de que Adolfo estaba cocinando un plato explosivo, tanto que m¨¢s de uno pensaba que no llegar¨ªamos a servirlo. El texto estaba lleno de momentos "peligrosos", y Alfonso Sastre hab¨ªa tenido que firmar su traducci¨®n con el seud¨®nimo de Salvador Moreno Zarza. A mitad de mes aparecieron los cuatro cantores, que eran Charo Soriano y tres alumnos de Malonda: Eusebio Poncela, Jos¨¦ Enrique Camacho y Modesto Fern¨¢ndez. Dos semanas antes del estreno, irrumpieron, nunca mejor dicho, los "locos de Barcelona" que, como yo, debutaban con la funci¨®n.
Nos sentamos todos en la platea para verles actuar y quedamos boquiabiertos. Hab¨ªa tanta pasi¨®n y tanta furia en su trabajo que Adolfo modific¨® sus planes para acoger las propuestas de Alberto Miralles. Cuando estuvimos todos juntos, en cuesti¨®n de d¨ªas la funci¨®n comenz¨® a subir como un souffl¨¦. Ya todo Madrid hablaba de "lo de Marsillach" como de un acontecimiento. El ambiente estaba caldead¨ªsimo. Pocos d¨ªas antes del estreno, ETA hab¨ªa asesinado a un jefe de la temible brigada pol¨ªtico-social, el comisario Melit¨®n Manzanas. No era dif¨ªcil imaginar un inminente recrudecimiento de la represi¨®n.
La noche del 2 de octubre, el Espa?ol abri¨® sus puertas con todo el papel vendido. Estaba all¨ª la profesi¨®n al completo, y las "fuerzas vivas" de la cultura y el antifranquismo. El espect¨¢culo comenzaba en la misma platea, con los locos m¨¢s peligrosos encerrados en una enorme jaula que ocupaba el pasillo central del teatro. Los locos sub¨ªan y bajaban como monos por las rejas; increpaban a los espectadores, les arrojaban pieles de pl¨¢tano, les escup¨ªan. El resto de la compa?¨ªa esper¨¢bamos en el alucinante y barroqu¨ªsimo espacio creado por Nieva. En el centro, una vaca desollada y abierta en canal colgaba de unas cadenas. Aquella escenograf¨ªa fue lo m¨¢s grande que hizo Nieva, tan creador de Marat-Sade como Marsillach.
Arrancamos la obra convencidos de que la polic¨ªa interrumpir¨ªa la funci¨®n durante el mon¨®logo revolucionario de Roux. El teatro estaba repleto de inspectores de la Secreta. Los parlamentos de Marat y Sade se escucharon con un silencio sobrecogedor. El mon¨®logo de Roux fue recibido como una verdadera arenga, y cuando los locos arrancaron las tripas de la vaca y las lanzaron al p¨²blico gritando: "?Revoluci¨®n! ?Revoluci¨®n!", todos comenzaron a corear como si realmente estuvieran a las puertas del palacio de El Pardo, mientras un diluvio de octavillas, en un efecto genial ideado por Adolfo, ca¨ªa del piso superior. Gerardo Malla dijo la ¨²ltima frase -"?cu¨¢ndo aprenderemos a ver?"- y el Espa?ol se vino abajo. Nunca he vuelto a vivir una noche como aqu¨¦lla. Adolfo recordar¨ªa la imagen de Carlos Robles Piquer, director general de Teatro y cu?ado de Fraga, vitoreando y rodeado de pu?os en alto.
Durante la segunda funci¨®n, Adolfo / Marat improvis¨®. Se acerc¨® al palco donde estaban los Coulmier, tom¨® un bomb¨®n, se lo llev¨® a la boca y volvi¨® al centro del escenario mientras segu¨ªa hablando, hasta que de repente qued¨® mudo y comenz¨® a toser y escupir: en su obsesi¨®n detallista, Paco Nieva hab¨ªa rociado los bombones con pintura gris. Nos re¨ªmos mucho entre bastidores, pero era una risa nerviosa, porque todos nos tem¨ªamos que iba a pasar algo. Y pas¨®: un grupo de extrema izquierda aprovech¨® el lanzamiento de falsas octavillas para sembrar la platea de panfletos contra la dictadura. Al d¨ªa siguiente llegamos al teatro para hacer la ¨²ltima funci¨®n y nos encontramos la plaza tomada por la polic¨ªa. Desde el escenario escuch¨¢bamos las carreras y las violentas cargas de los antidisturbios. Marat-Sade se hab¨ªa convertido en un acto pol¨ªtico, un desaf¨ªo al r¨¦gimen.
A finales de octubre llegamos a Barcelona bajo una rotunda amenaza de prohibici¨®n "si se repet¨ªan los hechos de Madrid". El ¨¦xito del Poliorama desbord¨® cualquier previsi¨®n. Cada noche, el p¨²blico nos esperaba a la salida y ocupaba las Ramblas. Y segu¨ªa, segu¨ªamos all¨ª todos, yendo de grupo en grupo en una tertulia apasionada que duraba hasta el amanecer. Durante 10 d¨ªas viv¨ª en un estado de euforia casi el¨¦ctrica. No pude quedarme m¨¢s tiempo: maldec¨ªa el momento en el que los cuatro enfermeros pedimos que nos sustituyeran para no perder el curso.
Una noche, en mitad de la funci¨®n, escuchamos un grito terrible que ven¨ªa de los camerinos. Paco Nieva hab¨ªa tomado un trago de una botella de Vichy, pero el envase conten¨ªa aguarr¨¢s para quitarse la famosa pintura gris: se quem¨® el es¨®fago y hubo que llevarlo a urgencias. Poco m¨¢s tarde sucedi¨® una tragedia que conmocion¨® a toda la compa?¨ªa. Gerardo Malla y Amparo Valle hab¨ªan alquilado un apartamento en Castelldefels y su hijo peque?o se ahog¨® en la piscina. Continuaron con un inmenso coraje. Volv¨ª a Madrid agotado y con el ¨¢nimo entenebrecido. Supe que Serena Vergano hab¨ªa dejado el montaje para rodar una pel¨ªcula. La sustituy¨® Emma Cohen.
En diciembre, Franco decret¨® el estado de excepci¨®n en Guip¨²zcoa. Poco despu¨¦s lleg¨® la noticia de la muerte de un estudiante, Enrique Ruano: seg¨²n la polic¨ªa, se hab¨ªa arrojado desde un s¨¦ptimo piso durante un interrogatorio. Nadie crey¨® la versi¨®n oficial de los hechos. El 4 de enero, con las facultades de Madrid y Barcelona en pie de guerra, el estado de excepci¨®n se extendi¨® a todo el pa¨ªs. Lo m¨¢s ir¨®nico del final de Marat-Sade fue que no lo prohibi¨® la dictadura sino el propio Peter Weiss como medida de protesta, y que Robles Piquer, en nombre de Fraga, exigi¨® a Marsillach que continuaran las representaciones. Adolfo no quiso seguirles el juego. Reuni¨® a toda la compa?¨ªa y les comunic¨® su decisi¨®n de retirar la obra de cartel. Fue muy triste, pero la semilla ya estaba plantada. Pienso ahora que el compromiso de los c¨®micos, que culminar¨ªa en la famosa huelga del 74, empez¨® a gestarse en aquellas noches inolvidables, cuando todos nos dec¨ªan que gracias a Marat-Sade hab¨ªamos entrado en la modernidad teatral. Y a casi 40 a?os vista no resulta presuntuoso decir que ten¨ªan raz¨®n.
Babelia
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