Mayo de 1937
En mayo de 1937 las calles de Barcelona se ti?eron de sangre y tragedia. Se saldaron all¨ª, en apenas cuatro d¨ªas, del 3 al 7 de ese mes, algunos de los principales conflictos que arrastraba la Rep¨²blica desde el comienzo de la Guerra Civil, agravados por la constante cosecha de fracasos militares y por la desuni¨®n pol¨ªtica en el Gobierno, en el frente y en la retaguardia. El POUM fue liquidado, Francisco Largo Caballero, presidente del Gobierno hasta ese momento, se qued¨® sin apoyos y los anarcosindicalistas vieron c¨®mo se aceleraba la p¨¦rdida de su poder pol¨ªtico y armado. Desplazado Largo, Juan Negr¨ªn iba a ser el hombre de la Rep¨²blica hasta el final de la guerra.
Barcelona proporcion¨® el escenario id¨®neo para esa confrontaci¨®n. Era una ciudad alejada del frente, s¨ªmbolo de la revoluci¨®n de la CNT. Ten¨ªa caracter¨ªsticas pol¨ªticas muy peculiares: un Gobierno aut¨®nomo con notable influencia de los republicanos de izquierda, un poderoso movimiento anarquista, un partido comunista que controlaba a la UGT y un min¨²sculo partido revolucionario marxista, el POUM, enemistado a muerte con los comunistas. En su econom¨ªa pesaba mucho la producci¨®n industrial, por cuyo control se hab¨ªa desatado una encarnizada pugna entre el sindicalismo revolucionario, la UGT y la Generalitat. Contaba asimismo con una alta densidad de poblaci¨®n, con decenas de miles de refugiados.
Tampoco faltaban armas, abundantes armas, que luc¨ªan las diversas fuerzas de polic¨ªa, los militantes de las diferentes organizaciones pol¨ªticas, los ex milicianos que las hab¨ªan llevado desde el frente. Estaban tambi¨¦n los provocadores, de uno u otro signo, espa?oles y extranjeros, metidos por todas partes, desde la polic¨ªa al POUM, que no hab¨ªan creado por s¨ª solos esa situaci¨®n explosiva pero eran los primeros en tener la cerilla preparada para hacerla estallar. Atm¨®sfera caliente, en fin, la de aquella Barcelona de la guerra, mucho m¨¢s caliente que la de otras ciudades de la retaguardia republicana.
Los primeros intercambios de disparos se oyeron el 3 de mayo. El dirigente de Esquerra Artemi Aiguader, consejero de Seguridad de la Generalitat, orden¨® ese d¨ªa a Eusebio Rodr¨ªguez Salas, reci¨¦n nombrado comisario general de Orden P¨²blico, que ocupara el edificio de la Telef¨®nica en la plaza de Catalu?a, en poder de la CNT desde julio de 1936. All¨ª llegaron tres camionetas de fuerzas de asalto. Sitiaron el edificio y fueron recibidos a tiros por algunos militantes de la CNT que se encontraban dentro. Corri¨® la voz de que se hab¨ªa iniciado un ataque armado contra la CNT, contra uno de los s¨ªmbolos del poder conquistado unos meses antes en la lucha contra los militares sublevados. Acudieron anarquistas armados en ayuda de los sitiados. Las barricadas volv¨ªan a la ciudad. Detr¨¢s de ellas, y frente a las fuerzas de seguridad, socialistas y comunistas, se encontraban antiguos milicianos que se hab¨ªan negado a incorporarse al nuevo ej¨¦rcito, j¨®venes libertarios, anarquistas de la FAI y militantes del POUM.
Largo Caballero convoc¨® urgentemente al Gobierno, que resid¨ªa entonces en Valencia. Se acord¨® enviar una delegaci¨®n con dos de los ministros anarquistas, Garc¨ªa Oliver y Federica Montseny, y con algunos dirigentes de la CNT y de la UGT. Como las palabras no iban a bastar, salieron para Barcelona cerca de cinco mil guardias. Todos los intentos de negociaci¨®n resultaron infructuosos y los sangrientos combates continuaron durante los d¨ªas 5 y 6. En la tarde del 7, la normalidad, seg¨²n George Orwell, testigo de aquellos hechos, "era casi absoluta". Los guardias de asalto llegados desde Valencia, ayudados por militantes del PSUC, ocuparon la ciudad y acabaron con las ¨²ltimas resistencias. Se dio por oficial la cifra de cuatrocientos muertos y mil heridos.
Restablecida la "normalidad", quedaba por resolver una m¨¢s que probable crisis de Gobierno que ven¨ªa anunci¨¢ndose desde la ca¨ªda de M¨¢laga en febrero, una p¨¦rdida importante para la Rep¨²blica que incit¨® a los comunistas a criticar abiertamente la direcci¨®n militar de la que Largo Caballero era su principal responsable pol¨ªtico. Largo Caballero, dec¨ªan los comunistas, no era el hombre apropiado para poner unidad en el campo republicano ni orden en la retaguardia, y tampoco para ganar la guerra. ?sa era tambi¨¦n, en mayo de 1937, la opini¨®n de los republicanos y de los socialistas de Indalecio Prieto.
Manuel Aza?a decidi¨® encargar al socialista Juan Negr¨ªn la formaci¨®n del nuevo Gobierno, del que fueron excluidos la CNT y la UGT. A Negr¨ªn no lo nombraron los comunistas, como han repetido muchos, tratando de mostrar que, tras haber entregado el oro a Mosc¨², era un vendido al comunismo y a la Internacional. Lo nombr¨® Aza?a, que era, como presidente de la Rep¨²blica, quien ten¨ªa esa potestad y lo hizo porque consideraba que Negr¨ªn, hombre culto y nada revolucionario, era la persona id¨®nea para acabar con la indisciplina y el "desbarajuste" en la retaguardia, para restablecer la autoridad del poder de la Rep¨²blica en Catalu?a y para forzar la paz con ayuda del exterior. Porque Aza?a cre¨ªa, y lo crey¨® pr¨¢cticamente desde el principio, que la Rep¨²blica no podr¨ªa ganar la guerra y que la ¨²nica salida posible era una mediaci¨®n internacional.
El otro asunto pendiente que dej¨® mayo de 1937, qu¨¦ hacer con el POUM, se resolvi¨® de forma r¨¢pida y expeditiva. Se acus¨® a la 29 Divisi¨®n de abandonar el frente, acusaci¨®n que los comunistas ven¨ªan haciendo desde febrero de 1937, y el 16 de junio se detuvo a su jefe militar, Jos¨¦ Rovira. La 29 Divisi¨®n fue disuelta y reorganizada y los militantes del POUM acabaron perseguidos y torturados. Peor le fue a Andreu Nin, raptado, "desaparecido" y asesinado.
Andreu Nin, antiestalinista y antiguo secretario de Le¨®n Trotski en Mosc¨², hab¨ªa sido consejero de Justicia de la Generalitat hasta mediados de diciembre de 1936, cuando el POUM, acosado ya por el creciente PSUC, fue separado del Gobierno catal¨¢n y arrinconado pol¨ªticamente. El 16 de junio de 1937, a la vez que se declaraba ilegal al POUM, Andreu Nin, su secretario pol¨ªtico, fue detenido en Barcelona por un grupo de polic¨ªas que lo trasladaron a Madrid y despu¨¦s a la prisi¨®n de Alcal¨¢ de Henares. Pese a estar vigilado por miembros de la Brigada Especial de la Direcci¨®n General de Seguridad, fue secuestrado el 21 y asesinado, en fecha todav¨ªa desconocida, por agentes de los servicios secretos sovi¨¦ticos en Espa?a, dirigidos por el general de la NKVD, Alexander Orlov. Su cad¨¢ver nunca apareci¨®. Adem¨¢s de Nin, tambi¨¦n fueron secuestrados y desaparecieron otros trotskistas extranjeros como los periodistas Kurt Landau y Mark Rein y Jos¨¦ Robles Pazos, amigo del novelista John Dos Passos.
Esa violencia pol¨ªtica en la retaguardia, que se sald¨® con varios asesinatos pol¨ªticos, m¨¢s los centenares de muertos que dejaron las luchas en las calles de Barcelona en mayo de 1937, era la mejor prueba de que la Rep¨²blica ten¨ªa un grave problema en su desuni¨®n interna, un verdadero obst¨¢culo para ganar la guerra. La perdieron los republicanos, finalmente, por el desequilibrio de las fuerzas materiales de los dos bandos, por la pol¨ªtica de no intervenci¨®n de las potencias democr¨¢ticas, por la intervenci¨®n de la Alemania nazi y de la Italia fascista, porque Franco ten¨ªa a las tropas mejor preparadas del ej¨¦rcito espa?ol. Pero tambi¨¦n, por el fraccionamiento pol¨ªtico y las disputas que siempre acompa?aron a la Rep¨²blica. Las grietas, como se comprob¨® en mayo de 1937, eran profundas, un abismo de desconfianza y divisi¨®n muy dif¨ªcil de salvar.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Zaragoza.
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