Un torero de Madrid y otro madrile?o
Al fin volvi¨® la pertinaz sequ¨ªa. Las ¨²ltimas tardes de toros en Madrid, refugiados de lluvias e inclemencias, o agitados trastos y rostros por los vientos del Norte, parecieron poco propicios a estas fiestas Pero llega San Isidro, santo de campo, patroneando un rito agrario en la ciudad m¨¢s urbana de la piel de toro. O a lo mejor, no tan urbana. Hermosa contradicci¨®n para fiesta tan contradictoria y humana; tan sensible e imp¨ªa como la vida misma. Estamos en San Isidro y luce el sol. Los aficionados se estrenan repitiendo por tendidos, gradas y andanadas: "Los toros con sol y moscas". Y uno, ante la t¨®pica reiteraci¨®n, que efectivamente atrae a los insectos, empieza a a?orar el suave sirimiri.
Martelilla / Encabo, Ferrera, Cruz
Toros de Martelilla; muy flojos y sosos. El 1? embisti¨® bien y con nobleza. Luis Miguel Encabo: media y dos descabellos (silencio); dos pinchazos y media (silencio). Antonio Ferrera: estocada entera (silencio); pinchazo, media y un descabello (silencio). Fernando Cruz: pinchazo, metisaca y pescuecera -aviso- (saludos); estocada y dos descabellos -aviso- (algunas palmas). Plaza de Las Ventas, 10 de mayo. 1? corrida de abono. Lleno.
Encabo, torero de Madrid, torero completo. Muchas suertes dominadas, muchos ganados, muchos toros desde su alternativa. Cuando se tiene esta posici¨®n se alcanza tambi¨¦n una disposici¨®n: la de romper un d¨ªa y triunfar a lo grande. Hoy no ocurri¨®. Y pudo. No nos dio buena espina. Salt¨® Enjaleado, primer toro de la feria. Un capic¨²a en el peso: 555. Buena suerte. Y as¨ª fue, porque, aunque flojo, puso la cabeza -arm¨®nica y bien hecha- celoso en el capote. ?C¨®mo no brindar el primero de la feria? En el tercio, con calma y despegado de la suerte, lo iba haciendo pasar sin pena ni gloria. Una pena, porque embest¨ªa que era una gloria. La que Encabo debi¨® conquistar. El 4? envi¨® al picador a la arena en gr¨¢cil salto y como renqueara cual sus hermanos, fue subiendo el tono de la protesta. As¨ª que, las banderillas, para los peones; lo que nos permiti¨® degustar el sabroso gracejo del Ni?o de Santa Rita. Luego el tullido cuadr¨²pedo se dedic¨® al paro y al cabeceo previa la siesta que se ech¨® entre las rayas del 9.
Sobornante dobl¨® las manos en tierra en el capote. Mala se?al para los picadores. Por ejemplo, para Presumido, que no pudo hacer gala de su apellido con la vara: se iba al suelo en seguida y no merec¨ªa las banderillas de los matadores, a las que acudi¨® con trote cansino, y ello desluci¨® un quiebro de Ferrera. Todo lo dem¨¢s que hizo el toro en la muleta fueron tristezas de animal vencido. El extreme?o-balear se puso a trabajar en una empresa in¨²til, hasta que se dio cuenta que con un toro sin pases s¨®lo cabe el estoque: que entr¨® lento y en su sitio. Friedulces, el 5?, era una mole. Coje¨®, pero el respetable call¨® porque lo quer¨ªa ver en el peto, y cuando se hinc¨® de hinojos bajo ¨¦l, ya era tarde. Ya que nos lo hab¨ªamos tragado, el diestro le puso vistosas banderillas -un par llamando de espaldas desde el centro y clavando tras airoso quiebro, y otro por dentro, quebrando en alto riesgo, que calent¨® los tendidos-. Le dio distancia, andaban dos palomas picoteando por el ruedo, y el toro, atacado, trotaba a la franela con cierto desamparo y se defend¨ªa en el remate. Nada se pudo hacer. Y hab¨ªa peligro.
Sali¨® el tercero, Entreoto?o, tan derrengado de la suerte de carioca como los dem¨¢s y perd¨ªa terreno en las chicuelinas del quite. Tal flojera estropeaba la faena de buenos trazos que le inventaba el chamberilero, y que con la izquierda, llev¨¢ndole un pel¨ªn distanciado, consigui¨®, sorteando el peligro propio de los d¨¦biles, naturales que no ten¨ªa. Al final pudo encelarlo con redondos y, mientras lo enroscaba a la cintura entre ovaciones, un desarme interrumpi¨® el calor de las series.
Posee Fernando Cruz ese toreo tan madrile?o de facilidad honda y garbo mesurado. Y lo quiso mostrar de nuevo en el sexto, bicho que tambi¨¦n desmont¨® al piquero, y como el p¨²blico se aburr¨ªa e intuy¨® que eran motivo de estos desafueros los malos aparejos de estribos y monturas, indignose. Porque lo necesitaba. Sin embargo, el madrile?o brind¨®, lo traste¨® dobl¨¢ndose con gusto y asent¨® las zapatillas bien dispuesto. Abri¨® el comp¨¢s, se cimbre¨® con ¨¦l y volvi¨® a sacar, como ya hiciera en su primero, m¨¢s pases de los que el sosote cabezaalta quer¨ªa permitirle. M¨¢s de una vez se tuvo que quitar los pitones de un manotazo; le dio una buena estocada, y cuando cay¨® tras los descabellos, el reloj marc¨® las nueve y diez.
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