De perfiles
Los arquitectos norteamericanos han extremado en las ¨²ltimas d¨¦cadas el componente estrat¨¦gico de sus carreras, conscientes de que s¨®lo tras una larga traves¨ªa del desierto, y en caso de haber definido un perfil original y atractivo, comenzar¨¢n a ser "necesarios" en determinados contextos (imprescindible sobresalir previamente en el ambiente acad¨¦mico y muy conveniente haberse estrenado con alg¨²n edificio en Asia o Europa).
El caso de Diller y Scofidio es quiz¨¢s el m¨¢s sofisticado. Su carrera recibi¨® un significativo impulso, cuando en 1999 recibieron la MacArthur Foundation Fellowship, conocida coloquialmente como the genius grant, siendo los ¨²nicos arquitectos entre artistas, receptores naturales de la misma. Ricardo Scofidio es una pieza clave en Cooper Union, la escuela m¨¢s arty, heredero del mundo personal de John Hedjuk, mientras Elizabeth Diller tiene su base operativa en Princeton, una escuela que seg¨²n Stan Allen, su de¨¢n, tiene solvencia para aspirar a ser la mejor escuela del mundo. El elitismo de Princeton y la componente art¨ªstica de Cooper son buenas referencias para situar la construcci¨®n de un discurso como el de Diller+Scofidio, en ese l¨ªmite difuso entre las pr¨¢cticas arquitect¨®nicas y las pl¨¢sticas definido en torno a la idea de "instalaci¨®n", un espacio que muchos artistas han ocupado proponiendo arquitecturas pero muy pocos arquitectos se han atrevido a traspasar.
Las salas del museo, de proporciones muy elegantes y neoyorquinas, traen algo del glamour de Chelsea a Boston
Si bien es dif¨ªcil encontrar un ¨²nico estatuto disciplinar para sus instalaciones de los ochenta y noventa, han sido siempre suficientemente inteligentes como para elegir sujetos arquitect¨®nicos tratados cr¨ªticamente, desde una actitud que bien podr¨ªa referirse a la "filosof¨ªa de la sospecha" foucaltiana, poniendo ¨¦nfasis en la deconstrucci¨®n de los mecanismos de control y poder con los que las distintas instituciones construyen sus miradas. Sus trabajos durante m¨¢s de una d¨¦cada han okupado las galer¨ªas de los mejores museos despertando el inter¨¦s de p¨²blico y cr¨ªtica. A la inteligencia de sus propuestas y a la calidad de la realizaci¨®n f¨ªsica han superpuesto una impecable pol¨ªtica editorial, editando libros-cat¨¢logo, como el publicado por el Whitney Museum con motivo de su primera retrospectiva en 2003 (algo ins¨®lito, una retrospectiva sin una sola obra terminada), que, si estaban dirigidos en parte al ¨¢mbito de la arquitectura, su mercado natural, adoptaban sin embargo el formato del "libro de artista".
Sin duda esta cuidada cons
trucci¨®n de un perfil, dirigida a llamar la atenci¨®n de curadores y directores de museos, ha acabado dando sus frutos y tras varios intentos -como el Eyebeam de Nueva York, su propuesta arquitect¨®nica m¨¢s integral- han levantado por fin su primer museo construido, el ICA de Boston, reconocible a su vez por su caracter¨ªstico perfil frente al Charles River, con una sala rectangular (el museo) levantada sobre una especie de baldaquino de madera que se retuerce sobre s¨ª mismo prolongando el deck del muelle y abrazando en ese gesto un auditorio acristalado interior y otro exterior. Y parad¨®jicamente, ahora que ya son iguales entre sus iguales, la recepci¨®n de su trabajo como arquitectos ha sido cuanto menos tibia, m¨¢s cr¨ªtica entre arquitectos que entre artistas, como si la Arquitectura se vengase de quienes la han sometido a matrimonios de conveniencia, exigiendo una vez m¨¢s fidelidad, paciencia y tozudez a quienes la cortejan. Y es que no es sencillo atravesar el camino que va de unas instalaciones cuyo n¨²cleo intelectual era la cr¨ªtica a los sistemas de exposici¨®n, a la visibilidad desplegada por la cultura, para situarse al otro lado, como constructores ahora de las instituciones antes cuestionadas.
La visita que realizo al edificio me permite entender esta tensi¨®n de forma privilegiada. Casualmente rodeado por arquitectos y por artistas y curadores (Scott Cohen, Llu¨ªs Ortega, Renata Sentkiewicz, Antonio Muntadas, Ute Meta Bauer), adopto secretamente la postura del psicoanalista y escucho distra¨ªdamente, pareci¨¦ndome significativo comprobar que mientras el juicio m¨¢s positivo de los segundos est¨¢ basado en el reconocimiento de ciertas t¨¦cnicas compositivas desplegadas en sus anteriores instalaciones, algunos arquitectos ven precisamente en ello un rasgo de inseguridad e inadecuaci¨®n, como si firmar la obra con gestos descontextualizados revelase una cierta impericia. Caracter¨ªstico es el gesto del lazo (ribbon) conformado por el tablero de madera, un gesto de continuidad entre planos mediante curvado de los mismos (extra¨ªdo y cambiado de escala del mobiliario en pl¨¢stico y contrachapado de los sesenta) con una genealog¨ªa compleja en su paso a la arquitectura contempor¨¢nea, reivindicado por Winny Maas, Rem Koolhaas, FOA y Diller+Scofidio, quienes aqu¨ª hacen un uso del mismo francamente forzado y con detalles casi rid¨ªculos (v¨¦ase el rodapi¨¦ curvado interior). Si algunos ven en el espectacular espacio exterior creado por este gesto una oportunidad para ligar el museo a la ciudad, otros ven c¨®mo su grader¨ªo choca bruscamente contra el muro de vidrio, forzando su composici¨®n a realizar un auditorio acristalado en un museo de artes pl¨¢sticas cuya transparencia dificulta su uso y roba el protagonismo a las salas, de forma que m¨¢s parece el programa un auditorio con una sala de exposiciones que un museo con un blackbox. No obstante, el efecto de este gesto al exterior, de relaci¨®n con la ciudad (algo dif¨ªcil siempre en una tipolog¨ªa tan introspectiva como es un museo), recibe un elogio un¨¢nime de ambos lados. Por otra parte est¨¢ el espacio muse¨ªstico en s¨ª mismo. Alguno apunta que las salas de exposici¨®n de la cubierta est¨¢n muy bien proporcionadas y son muy agradables, pero lejos de ser ¨¦ste un comentario que pudiese gustar a sus autores esconde una cr¨ªtica perversa sobre el sentido de su propio trabajo, porque es cierto que las salas, de proporciones muy elegantes y neoyorquinas, traen algo del glamour de Chelsea a Boston, y ¨¦sa es, se quiera o no, la misi¨®n que inclin¨® la balanza por Diller+Scofidio, dejando su criticismo en un lugar incierto y parad¨®jico...
Paradojas de los perfiles apar
te, la propia pol¨¦mica suscitada explica la capacidad de la pareja para provocar, habiendo hecho de la discusi¨®n sobre este edificio un lugar com¨²n entre arquitectos y artistas -en s¨ª mismo un logro arquitect¨®nico-. Pero tambi¨¦n subraya la brillantez y eficacia de esta operaci¨®n, cuya diminuta escala -similar a la del New Museum que termina Sejima en Nueva York- e inmensa repercusi¨®n como nuevo icono de Boston -y medi¨¢tica-, trasladadas a nuestro contexto, cuestionan la megaloman¨ªa e indefinici¨®n program¨¢tica de algunos nuevos museos espa?oles, grandes y costosos, por no hablar de la dificultad de construir colecciones que los americanos evitan, convencidos de que la guerra de guerrillas es una forma no parasitaria sino simbi¨®tica del Gran Museo en el arte contempor¨¢neo. Otros perfiles, ¨¦stos locales, que convendr¨ªa quiz¨¢s reconsiderar.
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