La fiesta de los otros
"?Te has pasado por la noche?". Esta pregunta menudea entre los noct¨¢mbulos espa?oles y explica, por s¨ª misma, algunos misterios sobre la subversi¨®n del tiempo que se consuma en la juerga nocturna. "Ir a la noche": he aqu¨ª el dictum desde el cual la nocturnidad no se presenta como un tiempo, sino como un espacio, un ¨¢mbito donde expandir la otra vida; tal vez la vida, para qu¨¦ enga?arnos. Bajo ese prisma espacial nos percatamos r¨¢pidamente de un malentendido: la fiesta no es la noche, sino un disparo de luz en medio de ¨¦sta. Por eso los grandes fiesteros, y los mejores afterhours, no hacen otra cosa que simular, de sol a sol, el d¨ªa infinito.
De ese fogonazo surge La fiesta vigilada. Una pieza promiscua que hace equilibrios entre la novela, el ensayo, las memorias, la cr¨®nica de un periplo interior que se ejerce como contrapunto del viaje tur¨ªstico. No es ¨¦ste el ¨²nico libro cubano que entra a La Habana por Graham Greene y sale de all¨ª por Berl¨ªn. (De hecho, es casi natural este viaje para un autor que ha nacido en la Cuba de 1964 y vivido los distintos avatares de la revoluci¨®n, la diversidad de periodos que cifran su continuidad). Pero a diferencia de otros escritores cubanos con una vida similar, Antonio Jos¨¦ Ponte no se instala con comodidad en el poscomunismo. La de Ponte es siempre, si no la fiesta del capitalismo, s¨ª la del dinero y el trapicheo de unas pintorescas relaciones mercantiles, la fiesta del d¨®lar y del turismo, el remake infinito de Nuestro hombre en La Habana. No compone tampoco su libro un cat¨¢logo de aquellas fiebres cubanas de s¨¢bado noche, cuando los prospectos del hombre nuevo bailaban, a golpe de ponche, la "m¨²sica del enemigo" hasta el minuto exacto en que Roberto Carlos invad¨ªa sin clemencia las primeras madrugadas de su adolescencia. Ni hay que buscar en ¨¦l, como ocurre en un Severo Sarduy, la bacanal del sexo sino el toque de su insinuaci¨®n. No importa tanto lo lis¨¦rgico como lit¨²rgico. M¨¢s que la apoteosis de los cuerpos -aunque cuerpos y licras no faltan- se privilegia aqu¨ª la intriga de las m¨¢scaras (no olvidemos que en La fiesta vigilada se solapa una ins¨®lita historia de espionaje kitsch).
LA FIESTA VIGILADA
Antonio Jos¨¦ Ponte
Anagrama. Barcelona, 2007
239 p¨¢ginas. 17 euros
La fiesta vigilada condensa
las obras anteriores del escritor: Las comidas profundas, El libro perdido de los origenistas, Un asiento en las ruinas, Cuentos de todas partes del imperio, Contrabando de sombras. Y podemos llamarle autor o Jueves, simplemente narrador o nuestro hombre en La Habana; Antonio Jos¨¦ Ponte tambi¨¦n puede nombr¨¢rsele. Una multiplicidad tan austera como su prosa, que no alcanza la abundancia de personalidades de Juli¨¢n Herbert, en Coca¨ªna. (Manual del usuario), o Carlos Labb¨¦ (Navidad y Matanza), por s¨®lo mencionar dos potentes narradores latinoamericanos editados recientemente.
A contrapelo de su incisiva mirada sobre los otros, Ponte es muchas veces pudibundo con respecto a s¨ª mismo. Aplica sin piedad el bistur¨ª a las v¨ªsceras de los dem¨¢s, pero se guarda de aplicarse un poco de anestesia que mantenga inc¨®lume el modo en que vigila, desde su propio dolor, la fiesta de los otros. Acaso porque sus lastres consiguen derrotar a sus afinidades: Sartre hunde a Greene, el museo de la represi¨®n arrastra al museo de arte, el Berl¨ªn de la Stasi no deja vibrar el Berl¨ªn libertario del poscomunismo, un detalle que lo coloca en la l¨ªnea de artistas alemanes como el cineasta Florian Henckel von Donnesmarck, los fot¨®grafos Daniel & Geo Fuchs o el mismo Hans Haacke.
Hipnotizados por el "alumbr¨®n" en medio de la oscuridad, los personajes de este libro parecen captados por una polaroid. Por eso, despu¨¦s del flash inicial, las im¨¢genes terminan por confundirse hasta desaparecer. Algo nos dice que tambi¨¦n Antonio Jos¨¦ Ponte est¨¢ llamado a atravesar la cortina de luz -m¨¢s all¨¢ de la fiesta- para que su obra futura est¨¦ a la altura de las altas expectativas que, con justicia, ha despertado su escritura hasta hoy.
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