La mujer de verde
Hab¨ªa una se?ora de verde, guapa y elegante, que se pas¨® la corrida como rezando. Antes del pase¨ªllo, absorta y recogida, la nariz metida en un arco entre las manos y los ¨ªndices, tapando la abertura de los p¨¢rpados a la altura de los lagrimales. Apenas levant¨® un momento la cabeza cuando desfilaron los toreros serios, mirando al suelo, entre el bullicio del p¨²blico de Las Ventas, que apagaba los sones d¨¦biles de la exigua banda. La banda de Madrid siempre suena a chatarra en el pase¨ªllo. Luego, cuando L¨®pez Chaves recibi¨® al primero de rodillas en busca de aplausos calientes, parpadeaba y volv¨ªa a su postura, con espor¨¢dicas miradas de resignaci¨®n o tal vez de angustia suprema. El toro, justo de fuerzas, iba d¨®cil, sin mucho gas, y en el centro el de Ledesma lo llevaba despacio, sin demasiada gracia, sac¨¢ndolo fuera sin rematar. Era m¨¢s ¨¦l espatarrado, pero no llegaba la emoci¨®n en este animal necesitado de muletas m¨¢s l¨ªricas. Y menos en el cuarto, que anduvo punteando, cabeceando, rebrincado y como su nombre -Vendaval- se aplac¨® pasando a un estado de blanda mansedumbre, muy ajeno a la casta brava. Evidentemente, personaje tan luctuoso no estaba pasando inadvertido entre los aficionados. Prueba de ello es que cuando el diestro salmantino dio muerte a su segundo, un se?or de gafas, dejando el bote de cerveza tras las piernas, coment¨® confidencialmente a los compa?eros de localidad: "Es un familiar cercano del matador".
Lagunajanda / Chaves, Gallo Capea
Toros de Lagunajanda; Muy flojos y descastados. El 1? embisti¨® con nobleza. El 5?, un sobrero de Pereda, soso. El 6?, de Juan Antonio Ruiz, flojo tambi¨¦n. Domingo L¨®pez Chaves: bajonazo y cinco descabellos (silencio); media, media ca¨ªda y cinco descabellos (silencio). Eduardo Gallo: pinchazo y estocada algo ca¨ªda (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Pedro Guti¨¦rrez, El Capea,: estocada (silencio); estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 11 de mayo. 2? corrida de abono. Lleno.
Algo parecido ocurri¨® cuando Gallo, que estuvo sin convicci¨®n, fr¨ªo y f¨¢cil, hac¨ªa pasar a Adefesio. "?Hay que torear!" -se oy¨® en la grada-. Y era verdad. Esper¨¢bamos m¨¢s de aquel novillero que diera muletazos interminables por esta misma arena. Ayer, lo interminable fue su faena. Con su segundo, un sobrero de Pereda que floje¨® como todos los Juanpedros, y llev¨® un trote gordo, acompasado cabeceo y amor al albero, no pudo desperezar a Gallo la tarde y se perdi¨® en alardes de estilo y arrimones tan in¨²tiles como prescindibles. Ahora fue una se?ora, m¨¢s jacarandosa y desinhibida (su comentario lo pudimos o¨ªr todos y eso que se sentaba unas cuantas filas m¨¢s arriba): "Como est¨¢ sufriendo esta mujer con Eduardo Gallo".
Pero m¨¢s parecieron crecer sus angustias con el tercer torero. Capea, que ven¨ªa hoy a poner la carne en el asador, brind¨® el tercero -y hubo una recepci¨®n fr¨ªa-; lo llam¨® de lejos y le dio una serie -m¨¢s frialdad-; le cambi¨® la tela por detr¨¢s -ni una voz de aliento-; el toro perdi¨® las manos y ya no supo qu¨¦ hacer. Desde el tendido 7 arreciaron los pitos y las palmas de tango, aunque el silencio del resto era a¨²n m¨¢s desolador. Y eso que Pedro Guti¨¦rrez, que sacaba sus mejores maneras, le dio una buena estocada. Como tambi¨¦n se la dio al ¨²ltimo, un sobrero de Espartaco que sustituy¨® a un cojo y ciego de Lagunajanda, al que gritaban ?fuera! hasta los monosabios. A estas alturas de la tarde-noche el p¨²blico ya se divid¨ªa entre guasones y desesperados, y s¨®lo hubo una ovaci¨®n para un paisano que solt¨® una paloma. Mientras el diestro se estiraba por uno y otro terreno con la muleta punteada, se espesaba el silencio, s¨®lo quebrado por alg¨²n grito, alguna gracia tosca en los tendidos, que aplaud¨ªa forzado el sector circundante. Tambi¨¦n fue muy aplaudida una acomodadora de melena rubia y gorra de plato azul que presentaba unas hechuras imponentes. La mujer de verde, como si de su propio hijo se tratase, no abandon¨® en ning¨²n momento su mortificante recogimiento. Y a¨²n hubo osad¨ªa para una tercera intervenci¨®n: "No me extra?a, la pobre mujer, con las que ha pasado toda la tarde con el chiquillo". "Es que -terci¨® alguien- me parece que es la madre del matador". "?Qu¨¦ dice usted, por Dios! -se volvi¨® un calvo de azul-, ?desde cu¨¢ndo viene una madre a los toros!". "?Y la del Fundi?". "Ya estamos".
Cuando nos ¨ªbamos, aburridos y flojos como la corrida de Lagunajanda, alguien hizo una revelaci¨®n que puso las cosas en su sitio: "?Se han fijado ustedes en esa se?ora de verde, esa que...?". "S¨ª hombre s¨ª". "Pues viene todos los a?os y as¨ª se pasa toda la corrida. Creo que es de Salamanca".
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