Valencia, antifascista
Hace ahora setenta a?os, en el verano de 1937, mientras la guerra desangraba Espa?a y amenazaba ya desde Berl¨ªn a toda Europa, el segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas iniciaba aqu¨ª su andadura. Y lo cierto es que nunca como entonces esta ciudad lleg¨® a verse reflejada en el espejo de la mejor literatura mundial: Ernest Hemingway, John dos Passos, W.H. Auden, Alejo Carpentier, Max Aub, Le¨®n Felipe, Alberti, Machado... A muchos de ellos se les pod¨ªa ver paseando por los jardines de Viveros, o entrando en un teatro de la calle Trinquete de Caballeros y abarrotando los caf¨¦s. Algunos estaban de paso, s¨®lo para obtener un permiso o trabajar como corresponsales en distintos medios; otros se quedaron m¨¢s tiempo. La ciudad era un hervidero que reventaba por todas sus costuras sobre todo cuando se produjo el traslado del Gobierno y empezaron a llegar miles de refugiados.
En el hotel Palace de la calle de la Paz, y en el Metropol y en el Londres, decenas de periodistas de medio mundo escrib¨ªan a m¨¢quina compulsivamente mientras apuraban sus cigarrillos americanos y reclamaban en idiomas extranjeros conferencias que siempre se cortaban. En la esquina de la calle de la Paz con la calle Comedias se hallaba el Caf¨¦ Ideal Room con veladores de m¨¢rmol y baldosines blancos y negros, donde ten¨ªan lugar las tertulias m¨¢s vivas. Bajo sus ventiladores de aspa, que hoy sirven de adorno a una elegante tienda de lencer¨ªa fina, se forjaron esperanzas y amistades para toda la vida, pero tambi¨¦n desenga?os encarnizados como en cualquier lugar donde la pasi¨®n ense?a sus tripas.
Contaba Haro Tecglen en sus memorias, que muchos de los madrile?os evacuados en los camiones del Quinto Regimiento, al principio no supieron entender Valencia y cuando aprendieron a quererla, era ya demasiado tarde. Bromeaban sobre el idioma y con el hambre a la espalda se permit¨ªan hacer ascos a los pollos abiertos en canal y a los caracoles y a las anguilas vivas del mercado Central, desde?ando con arrogancia capitalina a una ciudad que les ofrec¨ªa todo cuanto ten¨ªa.
Valencia era cort¨¦s, arom¨¢tica y generosa. Ten¨ªa esa calidad de refugio de ciertas ciudades que en un momento dado se ven colocadas en el punto de mira del mundo y saben estar a la altura de lo que se espera de ellas. Diplom¨¢ticos, corresponsales, esp¨ªas, escritores que se reun¨ªan por la noche en el bar Wodka y brigadistas de todos los puntos cardinales, hac¨ªan de ella un cosmos fascinante.
Cuesta mucho reconocer aquella gran urbe del mundo en esta Valencia de hoy tantas veces ensimismada en la contemplaci¨®n de su propio ombligo. No s¨¦ en que mal momento aquella ciudad republicana y so?adora empez¨® a enclaustrarse en un caparaz¨®n de crust¨¢ceo que redujo su horizonte a un pu?ado de lugares comunes de la derecha m¨¢s rancia. Pero todav¨ªa existen algunos momentos en los que a la salida de un mitin electoral donde palpita la esperanza o al doblar la esquina de una calle cualquiera, de pronto, como si una r¨¢faga de viento luminoso levantara la punta de un velo, aparece debajo, brillante y n¨ªtida, la estela de aquella ciudad abierta que fue el ¨²ltimo territorio libre, cuando Madrid era s¨®lo Madrid y Valencia era la capital de la Rep¨²blica.
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