Cuando el mito regresaba a casa
La viuda del Che recuerda en un libro la aspereza de la vida ¨ªntima con el guerrillero y c¨®mo antepuso sus ideales a la familia
Despu¨¦s de 40 a?os de silencio autoimpuesto, Aleida March, la viuda de Ernesto Che Guevara, ha escrito un libro de memorias ¨ªntimas que revela el lado m¨¢s desconocido de un mito revolucionario que ha marcado, y sigue marcando todav¨ªa, a varias generaciones. Evocaci¨®n es un acercamiento humano a la figura del Che por la mujer que estuvo a su lado durante ocho a?os y con quien tuvo cuatro hijos, un testimonio excepcional de la persona que m¨¢s sabe de las satisfacciones y sinsabores de convivir con un h¨¦roe guerrillero para el que la revoluci¨®n y su propio destino fue siempre lo primero.
"El Che volv¨ªa tarde a casa, a las tres o cuatro de la madrugada, a veces a las seis. Dorm¨ªa s¨®lo cinco o seis horas diarias. ?Imag¨ªnese! ?Estaba construyendo una nueva sociedad! ?No pod¨ªa dedicarse al hogar y a la casa!", dice, sin reproches, Aleida March (Manicaragua, 1936), en v¨ªsperas de la presentaci¨®n del libro, que se realiz¨® ayer en Italia.
Aleida no escribe las an¨¦cdotas desde el reproche de esposa, sino desde el amor
La viuda del Che ha puesto a disposici¨®n de EL PA?S cap¨ªtulos relevantes de la obra antes de su edici¨®n en Espa?a. Evocaci¨®n incluye cartas, reflexiones, postales, poemas y otros documentos de Guevara que se publican por primera vez y que forman parte de su correspondencia privada. Al leerlos, se entiende mejor la psicolog¨ªa de un hombre que fue inflexible consigo mismo y antepuso sus sue?os pol¨ªticos a su propia vida, as¨ª como los esfuerzos que hizo Aleida junto a ¨¦l para construir un verdadero hogar.
Cuenta que llevaban s¨®lo 10 d¨ªas de casados cuando, el 12 de junio de 1959, el Che sali¨® de gira por los pa¨ªses del Pacto de Bandung. Era un viaje largo, de tres meses, y por ello le pidi¨® que la llevara como su secretaria, lo que realmente era en Cuba. "Fue el momento en que comenc¨¦ a conocerlo con mayor profundidad, cuando me argument¨® que adem¨¢s de secretaria era su esposa y que se ver¨ªa como un privilegio, porque los otros no pod¨ªan hacerse acompa?ar de sus compa?eras". Aleida no oculta el dolor que sinti¨® en aquel momento: "Antes de despedirnos fuimos a ver a Fidel a su casa y ¨¦ste tambi¨¦n trat¨® de convencerlo de que me llevara, pero no acept¨®. Comenz¨® mi llanto, un llanto que siempre me reproch¨®".
?stas y otras an¨¦cdotas similares no las escribe Aleida desde el reproche de esposa, sino desde el amor y la relaci¨®n que tuvo con ¨¦l como compa?era de armas y de revoluci¨®n, pero aun as¨ª son reveladoras.
El nacimiento de la primera hija de ambos, Aleida Guevara March, el 24 de noviembre de 1960, cogi¨® al Che en una "misi¨®n" por el campo socialista, durante la cual firm¨® los primeros convenios comerciales de Cuba con esos pa¨ªses. El Che quer¨ªa que fuese ni?o y hab¨ªa elegido hasta el nombre con Aleida. Se llamar¨ªa Camilo, en honor de su compa?ero de lucha y amigo Camilo Cienfuegos. "En tono jocoso y con su iron¨ªa habitual, me envi¨® un telegrama en el que dec¨ªa que si era ni?a la tirara por el balc¨®n", escribe. Estando en Shanghai supo del nacimiento de la ni?a y le envi¨® una postal, ahora publicada por primera vez. Le dice: "T¨² siempre empe?ada en hacerme quedar mal. Bueno, de todas maneras un beso a cada una y recuerda: a lo hecho pecho. Abrazos. Che".
Sin referirse a ello directamente, Aleida desmiente en Evocaci¨®n que la partida de Cuba de su esposo se debiera a discrepancias con Fidel Castro, como han dicho varios de sus bi¨®grafos.
Se publica la carta que envi¨® a Armando Hart desde Tanzania en 1965, meses antes de comenzar su aventura boliviana. En ella propone la introducci¨®n en la isla de un nuevo plan de estudios sobre filosof¨ªa, debido a las dificultades que ¨¦l mismo acababa de pasar para estudiar esta materia. "En Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos sovi¨¦ticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y t¨² debes digerir. Como m¨¦todo, es lo m¨¢s antimarxista, pero, adem¨¢s suelen ser muy malos", dice el Che; su voz es la de alguien comprometido, que no ha tirado la toalla.
Los encuentros clandestinos de la pareja en Tanzania y Praga, poco despu¨¦s de la fracasada experiencia guerrillera del Congo, son momentos duros. En enero de 1966, al llegar a Tanzania disfrazada y despu¨¦s de un viaje con varias escalas, Aleida temblaba: "Llegu¨¦ muy nerviosa, en un mar de dudas y con una inc¨®gnita mayor que la esfinge que hab¨ªa dejado atr¨¢s en El Cairo. Sin embargo, ese estado desapareci¨® de inmediato, al darme cuenta de que era ¨¦l, y que ya est¨¢bamos juntos de nuevo". A los cuatro meses, de nuevo luch¨® por reunirse en Praga con ¨¦l, pese a las dudas del Che. Antes de encontrarse, Aleida recibi¨® una carta de su esposo: "Dos letras. No es verdad que no quiera verte ni que huyera. (...) Vine para impulsar las cosas y ya se han impulsado algo; no cre¨ª bueno que vinieras porque podr¨ªan detectarte (checos o enemigos), porque se notar¨ªa nuevamente tu ausencia de Cuba, porque cuesta plata y porque me afloja las patas. Si Fidel quiere que vengas, que los pese ¨¦l (los factores que pueden interesarle) y decida...".
En octubre de 1966, el ¨²ltimo encuentro de Guevara con Aleida y sus hijos, en una casa de seguridad en La Habana antes de partir hacia Bolivia, fue especialmente amargo. El Che estaba "transformado ya en el viejo Ram¨®n", calvo y con unas gruesas gafas y aparentaba tener unos 60 a?os. Quer¨ªa despedirse de sus hijos. "Cuando llegaron los ni?os, les present¨¦ a un uruguayo muy amigo de su papa que quer¨ªa conocerlos. (...) Tanto para el Che como para m¨ª fue un momento muy dif¨ªcil, en particular para ¨¦l en extremo doloroso, porque estar tan cerca de ellos y no pod¨¦rselo decir, ni tratarlos como deseaba, lo pon¨ªa ante una de las pruebas m¨¢s duras por las que hab¨ªa tenido que pasar".
De esa casa Guevara sali¨® hacia el aeropuerto. Ella no lo vio nunca m¨¢s, pero poco despu¨¦s de su partida recibi¨® un poema que dej¨® escrito para ella: "Adi¨®s, mi ¨²nica, no tiembles ante el hambre de los lobos / ni en el fr¨ªo estepario de la ausencia / del lado del coraz¨®n te llevo / y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume". Cuarenta a?os despu¨¦s de la muerte del Che en Bolivia y alentada por sus hijos, Aleida se ha decidido a contar secretos guardados celosamente; no son pol¨ªticos ni pretenden cambiar la biograf¨ªa del Che, pero descubren al mito en su intimidad.
Flechazo en la toma de Santa Clara
Aleida March ten¨ªa 24 a?os cuando conoci¨® al Che en la sierra del Escambray, en noviembre de 1958. De origen campesino, era una activa militante clandestina del Movimiento 26 de julio y subi¨® a la sierra con el encargo de llevar dinero a la guerrilla.
En aquel mes largo de combates surgi¨® el idilio. Confiesa Aleida que el Che "no escogi¨® el mejor momento" para declararse, el 2 de enero de 1959, mientras avanzaba la caravana guerrillera hacia La Habana: "Se sirvi¨® de un momento en que nos encontr¨¢bamos solos, sentados en el veh¨ªculo. Me dijo que se hab¨ªa dado cuenta de que me quer¨ªa el d¨ªa que la tanqueta nos cay¨® atr¨¢s, cuando la toma de Santa Clara, y que hab¨ªa temido que me pasara algo". Y a?ade: "A aquella confesi¨®n inesperada, medio dormida como estaba, no le di la importancia que ten¨ªa".
Tras la boda, que se efectu¨® el 2 de junio, d¨ªas despu¨¦s de que el Che obtuviera el divorcio de su primera esposa, la peruana Hilda Gadea -con quien tuvo una hija, Hildita-, el matrimonio vivi¨® dos a?os en varias casas itinerantes, acompa?ados de colaboradores y soldados. En 1962, se mudaron a una casa en el barrio de Nuevo Vedado. Esa casa es hoy el Centro Che Guevara, dedicado a la divulgaci¨®n del pensamiento del guerrillero.
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