La novia
Este antiguo comunista, hoy arquitecto de ¨¦xito, un tipo elegante de pelo plateado, vive en una casa con jard¨ªn guardada por dos perros rottweiler, de orejas cercenadas. Cuando alguna visita, sobrecogida por los ladridos, le pregunta por qu¨¦ vive protegido por ese par de asesinos, este antiguo progresista comenta: "El hombre nuevo, que anunci¨® Lenin, se ha demorado. El mundo est¨¢ lleno de maleantes". El domingo este arquitecto ir¨¢ a votar montado en el todoterreno, en compa?¨ªa de su mujer y de su hija, que acaba de llegar de una isla de la Polinesia donde ha practicado submarinismo y de un hijo becado en la Universidad de Arizona. Despu¨¦s, los cuatro, guapos y felices, con las mangas del jersey anudadas en el pecho, tomar¨¢n el aperitivo en una terraza antes de almorzar en un famoso restaurante japon¨¦s y por la tarde ¨¦l se echar¨¢ la siesta y luego esperar¨¢ en su estudio el resultado de las elecciones oyendo una ¨®pera de Verdi mientras analiza el proyecto de una nueva urbanizaci¨®n en la costa, de la que espera sacar una sustanciosa tajada que corone definitivamente su espl¨¦ndida madurez. Este arquitecto ha salido indemne de dos casos de corrupci¨®n, aunque en su conciencia todo parece estar bien trabado. Ha evolucionado, eso es todo. Pero ayer mismo tuvo un encuentro inesperado que le devolvi¨® todo su pasado a la memoria. Entr¨® por casualidad en una librer¨ªa donde trabaja como directora su primera novia, a la que no ve¨ªa desde hac¨ªa muchos a?os. Se saludaron no sin cierto rubor; se analizaron durante unos segundos el fondo de la mirada y despu¨¦s de expresar su sorpresa decidieron tomar un caf¨¦ en el bar de la esquina. Hab¨ªan envejecido cada uno a su manera, porque ella en el rostro a¨²n conservaba aquella disposici¨®n juvenil, ahora renovada, que la hab¨ªa empujado siempre a apoyar las causas perdidas. Recordaron los viejos tiempos, su amor en el campus de la universidad, su viaje a Nicaragua cuando cre¨ªan cambiar el mundo, la ca¨ªda con otros camaradas que los llev¨® a la c¨¢rcel y todo lo que vino despu¨¦s hasta que se cada uno se fue por su lado. De pronto, guardaron silencio, ya no ten¨ªan nada que decirse, en la sonrisa congelada percib¨ªan la larga distancia que los separaba. Los dos sab¨ªan muy bien a qui¨¦n iban a votar ma?ana, pero no hablaron de eso. Ella regres¨® a la librer¨ªa y envolvi¨® un libro de Pavese para un cliente. ?l lleg¨® a casa, les ech¨® de comer a los perros y ellos lo agradecieron con una furia inocente, como s¨®lo los perros muy peligrosos saben hacerlo.
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