Crimen y castigo
Unas semanas atr¨¢s la CNN hab¨ªa entrevistado en M¨¦xico a Teodoro Petkoff, el director del diario Tal Cual de Caracas, acerca del entonces inminente cierre de la emisora RCTV de Venezuela. Me toc¨® estar en M¨¦xico cuando en el mismo programa compareci¨® una diputada, emisaria del Gobierno del presidente Ch¨¢vez, para replicar a Petkoff, y su argumento capital para justificar la pena capital impuesta a la emisora fue el de que en su programaci¨®n introduc¨ªa formas extra?as de cultura, que enajenaban las costumbres y creencias del pueblo venezolano.
He escuchado otras justificaciones oficiales, la m¨¢s reiterada de ellas que se trataba de una emisora golpista, pues se hab¨ªa puesto del lado de quienes buscaron derrocar al presidente Ch¨¢vez en el a?o 2002, y ¨¦l mismo, tras dictar la sentencia, le fue contando con fruici¨®n los d¨ªas que le quedaban de vida. Pero saber ahora que tambi¨¦n se trata de un acto de represi¨®n ideol¨®gica, y que la medida est¨¢ destinada a restringir los espacios de convivencia cultural, me da una idea de lo que debe esperarse en el futuro.
El reclamo de callar todas las voces que atentan contra determinada concepci¨®n cultural, parte necesariamente de la idea de que es necesario defender una identidad propia puesta en peligro por todo lo que viene de fuera de las fronteras, unas fronteras que no son s¨®lo territoriales, sino tambi¨¦n ideol¨®gicas. En este sentido, el Estado se hace cargo de promover y defender esa llamada identidad cultural, que se erige como oficial, y frente a la cual no caben alternativas de expresi¨®n.
El Estado bolivariano tiene una concepci¨®n oficial de su identidad pol¨ªtica, que pasa a ser una identidad cultural. La misma definici¨®n de "Estado bolivariano" implica ya una definici¨®n nacionalista, que de acuerdo a la doctrina del presidente Ch¨¢vez, reiterada en sus discursos, es popular adem¨¢s de nacionalista. Le he o¨ªdo anunciar la filmaci¨®n de superproducciones donde se narrar¨¢ la vida y las haza?as de los h¨¦roes de Venezuela, para contrarrestar a las pel¨ªculas enajenantes de Hollywood, por ejemplo, y las emisiones de Telesur, su canal internacional de televisi¨®n, vienen a perseguir el mismo prop¨®sito.
A m¨ª me parece bien que exista Telesur, porque brinda una alternativa de informaci¨®n dentro de la compleja red de ofertas que existe hoy d¨ªa en el mundo, y si el presidente Ch¨¢vez quiere realizar una multimillonaria inversi¨®n para que haya en Venezuela unos estudios de cine en competencia con los de Hollywood, ya se ve que tiene el dinero para hacerlo. Lo malo ser¨ªa que en mi pantalla yo tuviera las veinticuatro horas del d¨ªa nada m¨¢s que Telesur, y a la hora de la pel¨ªcula de la noche s¨®lo vidas y haza?as de pr¨®ceres, y todo lo dem¨¢s quedara fuera por tratarse de basura enajenante.
Si tras el cierre de la RCTV se extendiera por Am¨¦rica Latina la ola justiciera en contra de la enajenaci¨®n cultural inoculada por las emisoras de televisi¨®n, desde Miami a M¨¦xico, y de R¨ªo de Janeiro a Santiago, y de Bogot¨¢ a la propia Caracas, donde sobrevive Venevisi¨®n, los ayatol¨¢s culturales me dejar¨ªan con no poca nostalgia. Nostalgia por los chocarreros juicios fingidos delante de jueces de togas negras, en los que se ventilan a grito pelado conflictos familiares; por los edulcorados programas de entrevistas donde las amas de casa lloran sus penas delante de entrevistadoras implacables; por los longevos concursos de aficionados con premios vistosos, autos deportivos relucientes y viajes al fin del mundo, ofrecidos por presentadoras de sonrisa congelada; por las telenovelas venezolanas donde las hero¨ªnas y las malvadas, sobre todo las malvadas, se levantan ya maquilladas de la cama, y los escenarios de casa rica parecen siempre las salas de exhibici¨®n de una tienda de muebles.
Ser¨ªa mi nostalgia por el mal gusto, pero para miles de televidentes ser¨ªa su nostalgia por lo que les gusta, que en asunto de preferencias no hay nada escrito. El gusto tiene que ver con la libertad, m¨¢s all¨¢ de las categor¨ªas culturales oficiales, y suprimir las opciones, para dejar ver s¨®lo lo que el criterio oficial determina que uno debe ver, es como levantar barrotes de acero frente a la pantalla, y hacer de cada hogar una celda de castigo. Es obligarlo a uno a entregar al Estado el poder de decidir acerca de lo que quiere ver o escuchar, en la televisi¨®n, en el cine y en la radio, de donde f¨¢cilmente se pasa a arrebatarle a uno ese mismo poder en lo que respecta a lo que quiere leer.
Es la gran distancia entre lo que uno quiere hacer y lo que otros determinan desde arriba que uno debe hacer. En lugar de las transmisiones enajenantes de la RCTV, habr¨¢ ahora en Venezuela un canal oficial con programas de sano esparcimiento, a prueba de enajenaci¨®n, ideol¨®gicamente correctos y culturalmente pulcros, y con noticieros bien filtrados. Programas que para alcanzar la sanidad moral y la pureza ideol¨®gica tendr¨¢n que ser elaborados necesariamente por un eficiente equipo de ¨¢ngeles celestiales, de pensamiento homog¨¦neo y a prueba de tentaciones y deslices. Las telenovelas tendr¨¢n ahora mensaje moral. ?Telenovelas sanas, sin colesterol!
?Y qui¨¦n dice que esos ¨¢ngeles militantes ser¨¢n ajenos a la mediocridad, al mal gusto y a la ortodoxia ramplona? No olvidemos que se tratar¨¢ de ¨¢ngeles disciplinados, y que toda ortodoxia es enemiga ac¨¦rrima de la imaginaci¨®n, que es la m¨¢s soberana forma de libertad. Y tampoco olvidemos que cuando el Estado se mete con las preferencias personales para reglamentarlas y conducirlas, al ofrecer el cielo, nos da el infierno.
Sergio Ram¨ªrez es escritor y fue vicepresidente de Nicaragua.
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