La capital cercada
Extra?a a muchas personas que Madrid sea tan conservadora, cuando nadie deber¨ªa sorprenderse de ello. La esencia de Madrid es el poder y el poder es conservador por definici¨®n.
Mientras el poder de Madrid, que se basa en su capitalidad (cuyo origen est¨¢ en su situaci¨®n geogr¨¢fica; no hay m¨¢s motivos para ese hecho), no se ha discutido, Madrid ha sido una ciudad abierta, m¨¢s tolerante incluso que el resto, pero, en cuanto ese poder ha sido puesto en cuesti¨®n, la ciudad ha cerrado filas en su defensa, como esas familias nobles que ejercen de liberales mientras nadie les toca sus privilegios. Cuando eso ocurre, como ahora aqu¨ª, sacan a relucir su verdadera identidad conservadora.
Cuando hablo de conservadurismo, no lo hago en t¨¦rminos ideol¨®gicos; al contrario, lo hago desde la perspectiva del que observa el poder como algo abstracto, algo que en realidad no le pertenece a nadie, pero que todos quieren y por el que todos luchan. Madrid, como otras ciudades importantes del pa¨ªs, incluso de fuera de ¨¦l (hay quien dice, por ejemplo, que Lisboa habr¨ªa sido sin duda alguna la capital natural de la pen¨ªnsula, de haber estado ¨¦sta toda unida: tiene mar y est¨¢ en el centro, si bien que desplazada hacia el Oeste), se han disputado desde hace siglos la capitalidad real y efectiva del pa¨ªs, como, por otra parte, sucede en todas las naciones. Mil¨¢n y Roma, Washington y Nueva York, Par¨ªs, Lyon y Marsella, Berl¨ªn y las ciudades del Rhin, incluso Londres y Manchester son ejemplos de esa lucha sempiterna por llevarse al poder a su territorio; m¨¢xime cuando la capitalidad real y econ¨®mica no coinciden, como sucede en muchos de los pa¨ªses. En el caso de Espa?a eso ha sido as¨ª y la historia nos lo demuestra, si bien que no se discuta p¨²blicamente.
La cuesti¨®n es que ahora el poder pol¨ªtico se ha atomizado merced al nuevo modelo auton¨®mico, aunque parad¨®jicamente, mientras tanto, el poder econ¨®mico se ha desplazado hacia una capital que hasta hace poco s¨®lo lo era a nivel pol¨ªtico; un fen¨®meno que a muchos les sorprende porque lo que esperaban era justo lo contrario. As¨ª las cosas, Madrid se ha convertido en la capital de facto de este pa¨ªs, y no s¨®lo a nivel pol¨ªtico, lo cual no impide que siga viendo con desconfianza los continuados intentos de otras regiones por desligarse de su influencia y de su poder. A la rivalidad de siempre se une ahora la sospecha de que Madrid lo acapara todo, amparada en su capitalidad.
Por su parte, Madrid se ha ido ensimismando, entusiasmada por su poder¨ªo creciente, al tiempo que mira con desconfianza los continuados intentos del resto de las regiones por poner ¨¦ste en entredicho. As¨ª interpreta los sue?os nacionalistas, sin pararse a pensar en lo que ¨¦stos puedan tener de justos, y as¨ª entiende los intentos de otras ciudades por tener su propio poder al margen del que ella ostenta. Cree que detr¨¢s de ellos s¨®lo existen la envidia y la mala fe.
Las ¨²ltimas elecciones han demostrado esa situaci¨®n, con un Madrid distanciado -cada vez m¨¢s distanciado- de lo que ocurre en el resto de la naci¨®n. En estos d¨ªas, hay quien trata de explicarlo con argumentos pol¨ªticos y electorales (la idoneidad o no de los candidatos, la de la campa?a en s¨ª), cuando la realidad es que esos resultados son el reflejo palmario de las dos derivas contrapuestas que rigen ¨²ltimamente en este pa¨ªs: la de Madrid (y algunas regiones m¨¢s: Valencia y Murcia principalmente, aunque por distintas causas) y la del resto del territorio. Reducir la explicaci¨®n de por qu¨¦ Madrid cada vez vota m¨¢s a la derecha, al rev¨¦s de lo que ocurre en otras muchas regiones, a simples causas electorales es ignorar esa realidad que indica que, mientras m¨¢s crece el poder de la periferia, aunque s¨®lo sea virtual en muchos casos, m¨¢s se enroca Madrid en torno al suyo. Hasta el punto de que parece que hay dos fuerzas contrapuestas en Espa?a, una centr¨ªfuga, representada principalmente por el PSOE, y otra centr¨ªpeta, encabezada por el PP y cada vez m¨¢s radicalizada. Cualquiera que conozca m¨ªnimamente nuestro pa¨ªs sabe que la crispaci¨®n, las tensiones pol¨ªticas y judiciales, la agitaci¨®n continua y mediatizada, son patrimonio casi exclusivo, aparte del Pa¨ªs Vasco, de la capital de Espa?a.
Esa extra?a coincidencia (en el refer¨¦ndum de la Constituci¨®n europea, por ejemplo, los resultados fueron los mismos, exactamente los mismos, en Euskadi y en los barrios m¨¢s se?eros de Madrid) es la que ha hecho a algunas personas hablar de vasquizaci¨®n de la capital. Una vasquizaci¨®n a la contra: la de la espa?olidad extrema, que se manifiesta no s¨®lo en las elecciones, sino en la gran cantidad de s¨ªmbolos, banderas y distintivos que se ven ¨²ltimamente por sus calles. Y que no se ven en otros lugares. Parece como si los madrile?os, al afirmar su espa?olidad, defendieran su ciudad de un acoso imaginario, pero que ellos creen verdadero. M¨¢xime cuando continuamente desde ciertos medios y partidos les bombardean con esa idea, por inter¨¦s o por convencimiento.
Por fortuna, Madrid es m¨¢s poli¨¦drica. Aunque lo que domina es eso (ah¨ª est¨¢n los ¨²ltimos resultados electorales), hay otra parte de su poblaci¨®n que no comulga con esa idea y vive de otra manera. As¨ª que identificar Madrid con la urbe cerrada y espa?olista que algunos ven desde fuera, porque es la que domina sobre el resto, es reducir a sus habitantes, a todos sus habitantes, a la condici¨®n de conservadores; cosa que ni mucho menos es cierta ni se corresponde con la realidad. Pero est¨¢ claro que, a¨²n siendo esto verdad, Madrid se ha derechizado, olvidando su pasado y su leyenda de ciudad roja y cosmopolita, abierta a todos, menos a la intolerancia. La izquierda no lo ha entendido y ha pagado su error caro en las urnas. Y lo seguir¨¢ pagando, a menos que se d¨¦ cuenta y hagan algo por corregir las cosas (no se puede gobernar en un pa¨ªs teniendo a su capital enfrente). Pero la derecha tambi¨¦n tiene un problema con Madrid: mientras m¨¢s se radicalice ¨¦sta, mientras m¨¢s conservadora y espa?olista sea su imagen, m¨¢s rechazo encontrar¨¢n en otros sitios, que tambi¨¦n votan y ganan o pierden las elecciones. Y de ese modo puede ocurrir, como en cierta manera ha ocurrido ahora, que la derecha gane Madrid, pero pierda Espa?a. ?sa a la que tanto quiere y cuyos s¨ªmbolos llevan en la solapa o en el retrovisor del coche (y algunos hasta en el collar del perro) como si les perteneciera.
Julio Llamazares es escritor.
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