Los armisticios plat¨®nicos
En plena Segunda Guerra Mundial, el poeta Ren¨¦ Char, participante activo en la resistencia contra los nazis que ocupaban su pa¨ªs, escribi¨® lo siguiente: "Esta guerra continuar¨¢ m¨¢s all¨¢ de los armisticios plat¨®nicos". Parece una frase puramente po¨¦tica, pero la verdad es que las guerras nunca terminan en forma definitiva. El nazismo, aplastado por las fuerzas aliadas, rebrota en diversas formas y en diversos lugares del mundo: en Ir¨¢n, en los territorios palestinos, en el coraz¨®n de algunas grandes capitales europeas, a la vuelta de nuestras propias esquinas. Fue derrotado, es cierto, pero ninguna derrota es total y absoluta. En alguna parte quedan secuelas, resquicios, restos. Y uno a veces tiene la impresi¨®n pesimista de que todo en la historia tiende a volver. ?No hay algo hitleriano, por ejemplo, en el fanatismo de Bin Laden o en algunas declaraciones del actual presidente de Ir¨¢n? Nunca podemos permitirnos un optimismo completo. Si el pesimismo radical es nocivo, est¨¦ril, el absoluto optimismo es una ingenuidad peligrosa.
Me hago estas preguntas o estas reflexiones a prop¨®sito de la guerra fr¨ªa. Me alegr¨¦ mucho del fin de la guerra fr¨ªa, que mantuvo al planeta Tierra al borde de la destrucci¨®n nuclear, pero muchas veces, en determinadas circunstancias, me digo que esa guerra est¨¢ lejos de haber terminado en forma total. Hubo finales espectaculares, que el poeta Ren¨¦ Char a lo mejor habr¨ªa calificado de plat¨®nicos, y el derrumbe del muro de Berl¨ªn en el espacio de una sola noche pareci¨® una conjunci¨®n de la historia y de la magia colectiva, pero de repente parece que la vieja guerra, guerra de nervios, de declaraciones truculentas, de amenazas siniestras, ha vuelto a colarse por alg¨²n lado. Cuando termin¨® la segunda conflagraci¨®n mundial, otro poeta europeo, y ahora no recuerdo si fue Stephen Spender, W. H. Auden o alg¨²n otro, dijo que las condiciones de la paz, las aut¨¦nticas, las infalibles, s¨®lo pod¨ªan construirse en el interior de la mente humana. Esta idea fue una de las bases te¨®ricas que sirvieron para redactar la carta de la Unesco. Se supon¨ªa que esta nueva organizaci¨®n, parte del sistema global de las Naciones Unidas, ten¨ªa que promover las condiciones de la paz del mundo en la mente humana y a trav¨¦s de la educaci¨®n, la cultura, la ciencia y la comunicaci¨®n. Ni m¨¢s ni menos. En otras palabras, se pensaba que todo prop¨®sito de paz que no estuviera arraigado en la propia conciencia de los hombres tendr¨ªa una base fr¨¢gil. ?En qu¨¦ quedaron todas estas aspiraciones superiores, ambiciosas, humanistas: en la nada, o podemos imaginar que el esp¨ªritu sopla todav¨ªa en alguna parte?
Observo ciertas actitudes, ciertos lenguajes, y llego a la conclusi¨®n de que la guerra fr¨ªa, por lo menos en su aspecto mental, todav¨ªa sigue. La clausura en Venezuela de una estaci¨®n de radiotelevisi¨®n, empresa que ha salido al aire durante m¨¢s de medio siglo y que ahora ser¨¢ clausurada por un simple decreto de gobierno, es un verdadero acto de guerra. Parec¨ªa dif¨ªcil de imaginar hace muy pocos a?os, pero ahora comprobamos que todo puede deteriorarse hasta extremos que van m¨¢s all¨¢ de la imaginaci¨®n. ?Qu¨¦ vendr¨¢ despu¨¦s de esta confiscaci¨®n, qu¨¦ procesos seguir¨¢n, en medio de las m¨¢s diversas e in¨²tiles condenas, condenas plat¨®nicas, para abundar en la visi¨®n del poeta resistente? Aqu¨ª en Chile, donde a menudo no nos damos cuenta del sentido de nuestras palabras y de nuestros actos, se ha propuesto que la presidencia de una instituci¨®n oficial dedicada a los derechos humanos sea entregada al Partido Comunista. Para que no se sienta excluido de la vida pol¨ªtica. ?Qu¨¦ miedo habr¨¢n sentido los Fidel Castro, los Hugo Ch¨¢vez, los dictadores din¨¢sticos de Corea del Norte, frente a estos vigilantes tan particulares de los derechos humanos!
En medio de todo esto, las palabras del ministro Jos¨¦ Antonio Viera-Gallo, encaminadas a buscar "un entendimiento parlamentario de fondo" entre el oficialismo y la oposici¨®n de derecha, me parecieron interesantes, razonables, tranquilizadoras. Pero la mentalidad de guerra fr¨ªa subsiste en las m¨¢s diversas trincheras, arraigada, enconada, irreductible. Salen de todos lados, de un extremo y del otro, y salen a veces, incluso, del centro del espectro, voces agrias, ¨¢speras, que huelen a cada rato la trampa, la traici¨®n, la jugada sucia. Pero mejorar la educaci¨®n, fortalecer el sistema previsional, modernizar laContralor¨ªa, apoyar a las empresas medianas y peque?as, ?no podr¨ªan ser elementos de un consenso general, objetivos comunes? Alguien protesta diciendo que en todas partes hay Gobierno y hay oposici¨®n. En otras palabras, al Gobierno le corresponder¨ªa gobernar y a la oposici¨®n oponerse. Parece muy simple, pero est¨¢ lejos de ser tan simple como parece. Cada vez que hay conflictos serios en una sociedad, guerras internas declaradas o larvadas, como ocurri¨® entre nosotros y en tantos otros lugares del mundo, queda en evidencia la necesidad de alcanzar convergencias mayores, formas amplias de consenso m¨¢s all¨¢ de los partidos y de las divisiones ideol¨®gicas habituales. No desaparece la oposici¨®n, desde luego, pero se la ejercita con menos crispaci¨®n, con menos personalismo, con un sentido m¨¢s claro de los intereses generales. El gran conflicto reciente de la vida chilena empieza a alejarse en el tiempo y me pregunto si esto no favorece la proliferaci¨®n de conflictos menores, bulliciosos e in¨²tiles. Recorro mi experiencia personal y compruebo que me ha tocado vivir en diversos lugares en per¨ªodos hist¨®ricos de notable convergencia, de oposiciones ejercidas en forma civilizada, con amplio esp¨ªritu de colaboraci¨®n. Eso ocurr¨ªa, por ejemplo, en la Espa?a de Adolfo Su¨¢rez y en la de los primeros a?os de Felipe Gonz¨¢lez. El hecho de que Espa?a sea uno de los pa¨ªses que m¨¢s se desarroll¨® en aquellos mismos a?os en toda Europa, en un desarrollo acompa?ado de protecci¨®n social, de cultura, de altos niveles educacionales, no es en absoluto ajeno a un esp¨ªritu de reconciliaci¨®n, de entendimiento entre las facciones, que presidi¨® toda la primera etapa del postfranquismo. El acuerdo de 2003 entre el presidente Ricardo Lagos y Pablo Longueira, en su calidad de cabeza del partido m¨¢s fuerte de la derecha, acuerdo que se enfocaba en el tema de la modernizaci¨®n del Estado, todav¨ªa era el reflejo de una atm¨®sfera general de consenso, de negociaci¨®n racional entre adversarios razonables. Ese a?o 2003 est¨¢ muy cerca y a la vez, en el estado de esp¨ªritu dominante, parece de una lejan¨ªa extraordinaria. Algunos dicen que falta un l¨ªder en la derecha y otros que falta en la izquierda. Tampoco s¨¦ si el asunto es tan claro. Los l¨ªderes que existieron hace poco pasaron de repente a retiro, sin que nos di¨¦ramos cuenta, o se resisten a ejercer su liderazgo. En cuanto al liderazgo intelectual, que en otros pa¨ªses existe y consigue su espacio propio, aqu¨ª vegeta adentro de una burbuja.
Ahora me dicen que la presidenta Bachelet, en su mensaje del 21 de mayo, prometi¨® repartir un curioso "malet¨ªn literario" con un par de libritos, un diccionario y unos cuadros sin¨®pticos. Para animar, como quien dice, el entusiasmo masivo por las bellas letras. A este respecto, se me ocurre algo que podr¨ªa ser interesante. Chile ha ofrecido ser la sede del pr¨®ximo Congreso de la Lengua, cuya ¨²ltima versi¨®n se acaba de celebrar en Colombia. La propuesta chilena ya fue aceptada y la reuni¨®n tendr¨ªa lugar a fines de enero de 2010 en Valpara¨ªso y en alguna otra ciudad. Claro est¨¢, de acuerdo con nuestras muy arraigadas costumbres, propusimos la sede, los dem¨¢s la aceptaron con simpat¨ªa, hasta con entusiasmo, y despu¨¦s parece que nos olvidamos del tema. Ahora bien, no es necesario que echemos a volar demasiado la imaginaci¨®n. El Congreso ser¨ªa el primer evento de un a?o de bicentenarios en toda la regi¨®n y se har¨ªa en torno al tema unificador por excelencia, el de la lengua com¨²n. Y en el Valpara¨ªso de Rub¨¦n Dar¨ªo y la revoluci¨®n del modernismo, de Pablo Neruda y Gonzalo Rojas, de Salvador Reyes y Carlos Le¨®n, de tantos otros. Si se organiza bien, podr¨ªan venir los grandes escritores, ensayistas, fil¨®logos, de la lengua actual, adem¨¢s de observadores y de invitados especiales. No s¨¦ si el inter¨¦s o la utilidad pr¨¢ctica de una reuni¨®n de esta especie, de esta envergadura, puede definirse. No se le pueden poner n¨²meros, lo cual, en los tiempos que corren, la convierte en una reuni¨®n bastante original. Pues bien, si se gasta tanto dinero en tonter¨ªas y en reuniones pomposas y ociosas, dos o tres millones para un encuentro as¨ª, repartidos entre el Estado y colaboradores privados, no es mucho. Y hablar de Rub¨¦n Dar¨ªo, del famoso Certamen Varela, de la publicaci¨®n de Azul, frente al mar Pac¨ªfico y a los pel¨ªcanos, al pie de los cerros porte?os, en medio de un paisaje relacionado con la literatura nuestra y con la universal, con Herman Melville, con Joseph Conrad, con Pierre Loti, no dejar¨ªa de ser extravagante y hermoso. Algo que nos ayudar¨ªa a salir de nuestras rencillas mezquinas, que nos podr¨ªa levantar el ¨¢nimo y hacer bien a todos.
Jorge Edwards es escritor chileno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.