B¨²nker s¨®lo para blancos
Los terribles ideales del 'apartheid' surafricano subsisten en Orania, un peque?o pueblo al otro lado de la historia
Die Bybel, la Biblia, reposa en unas rocas en la colina que se eleva sobre Orania, un pueblo de unos 600 habitantes -la mayor¨ªa rubios, la mayor¨ªa de ojos azules, todos blancos- en pleno centro de Sur¨¢frica. Se re¨²nen 60 personas y atienden al pastor que lee en afrikaans pasajes del ?xodo: Mois¨¦s liberando a su pueblo, la tierra prometida, la formaci¨®n de una gran naci¨®n... No es de extra?ar la elecci¨®n del predicador: los fundadores de Orania la crearon en los noventa como el ed¨¦n desde el que los afrik¨¢ners, descendientes de los colonizadores europeos, desplegar¨ªan su Volkstaad, el Estado del pueblo elegido que les proteger¨ªa de, en su opini¨®n, una Sur¨¢frica multirracial dispuesta a vengarse por el apartheid y a acabar con su cultura, su lengua y su religi¨®n. A diferencia de Mois¨¦s, empero, pocos seguidores han tenido los fundadores de Orania. S¨®lo 600 de los m¨¢s de dos millones y medio de afrik¨¢ners, muchos de los cuales les consideran racistas y ultraconservadores, fan¨¢ticos religiosos con un proyecto trasnochado risible. Es como si no se hubiesen enterado de que la Sur¨¢frica de la supremac¨ªa blanca y el apartheid est¨¢ ya condenada por la historia.
Verwoerd, arquitecto del 'apartheid', es admirado en Orania, donde viven su hija y su yerno
La mayor¨ªa de los afrik¨¢ners les creen ultraconservadores, racistas y con un proyecto risible
Tras la ceremonia, que conmemora el fin de la guerra anglo-b¨®er, fiesta p¨²blica en la poblaci¨®n, se desvelan los bustos de cinco presidentes de la Sur¨¢frica predemocr¨¢tica. Entre ellos, el arquitecto del apartheid, el hombre que encarcel¨® a Nelson Mandela, Hendrik Verwoerd. Es apreciado en Orania: no en vano, su yerno, Carel Boshoff, es uno de los fundadores. "Era un gran hombre, muy respetable", asegura este doctor en teolog¨ªa, de 79 a?os, del pol¨ªtico que instaur¨® las leyes m¨¢s odiadas por la poblaci¨®n negra, como la de ser confinada en el 13% del territorio en falsas patrias creadas seg¨²n unas supuestas etnias inmutables. "Pero los blancos, preocupados por la econom¨ªa, reclutaron a negros para sus f¨¢bricas", narra Boshoff, "y ¨¦stos trajeron a sus familias, y hubo que abrir escuelas y hospitales, y ya fue imposible desarrollar sus patrias. El espacio vital del afrik¨¢ner fue invadido. Hab¨ªa que buscar alternativas y elegimos Orania".
Boshoff deja caer, casual, la expresi¨®n "espacio vital", de obvias reminiscencias nazis (el Lebensraum hitleriano), sin pesta?ear. Tampoco lo hace al reconocer que Orania no ha tenido mucho ¨¦xito: "La reacci¨®n no fue la esperada, pero es que supon¨ªa un cambio radical en un tiempo en el que no era aceptable". Boshoff se refiere al periodo de exultante optimismo tras la liberaci¨®n de Nelson Mandela y las primeras elecciones en las que la poblaci¨®n negra vot¨®, en 1994. "El afrik¨¢ner pens¨® que las cosas no cambiar¨ªan; pero ahora hay una africanizaci¨®n del pa¨ªs, y eso inquieta. Adem¨¢s, es v¨ªctima de la discriminaci¨®n positiva [que favorece al negro a la hora de ser empleado]. Si no cambian las cosas, desapareceremos", augura.
La preservaci¨®n de la cultura es la cantilena de los oran¨ªes. "Aqu¨ª, buscando, puedes encontrar uno o dos, pero hay muchos m¨¢s racistas en Ciudad del Cabo o en Johanesburgo", dice John Strydom, un m¨¦dico en la cincuentena reconvertido a agricultor y gu¨ªa de la poblaci¨®n. Strydom se mud¨® hace diez a?os: "Para estar con los m¨ªos. Conscientes de nuestro pasado ¨¦tnico y cultural, optamos por un retorno a la comunidad, frente a una sociedad cosmopolita". Seg¨²n ¨¦l, lenguaje, historia y religi¨®n definen al afrik¨¢ner. El idioma afrikaans, basado en el holand¨¦s, se cre¨® al incorporar giros de los esclavos malayos y de los ind¨ªgenas zul¨²es o xhosas, del ingl¨¦s, franc¨¦s y portugu¨¦s. Una lengua usada por parte de la poblaci¨®n blanca y mayoritariamente hablada por los coloureds (mulatos), protegida por la Constituci¨®n.
Para los oran¨ªes, la protecci¨®n no es suficiente. "En las escuelas, all¨¢ fuera, el afrikaans que se ense?a es kafrikaans", r¨ªen Od¨¦l y Ren¨¦e, de 14 y 16 a?os; t¨¦rmino con reminiscencias al kaffir importado del ¨¢rabe, que en espa?ol deriv¨® en cafre, con el significado de salvaje: el ep¨ªteto con el que se insultaba a los negros en Sur¨¢frica.
"La religi¨®n es importante", asegura Strydom, seg¨²n la cual los oran¨ªes, calvinistas recalcitrantes, se sentir¨ªan "m¨¢s cercanos a un cat¨®lico que a un budista, a un anglicano que a un hind¨²". Y es que los aspirantes al seudo-Volkstaadt pasan un examen de ingreso. "Entrevistamos a unas 48 personas al mes, buscan huir del crimen o del paro. Vemos si tienen antecedentes penales o problemas con drogas. Les decimos que estamos lejos de la ciudad, que el trabajo est¨¢ complicado", dice el gu¨ªa. La aceptaci¨®n depende, seg¨²n Boshoff, "de que el aspirante est¨¦ c¨®modo entre nosotros, y nosotros con ¨¦l". La escasez de melanina ayuda. En Orania no vive un solo negro o coloured. Ni siquiera para limpiar casas o recoger la basura, trabajos que durante el apartheid se reservaban a los negros. En Orania son los blancos pobres los que se dedican a estas tareas. "Somos autosuficientes", dice Strydom. El s¨ªmbolo de Orania es un ni?o arremang¨¢ndose, presto al trabajo.
El pueblo, una colonia usada en los sesenta para construir un pantano, fue comprado en 1991 por una compa?¨ªa creada ad hoc. Tras su restauraci¨®n, contin¨²a recordando a colonia, a vida regulada. Casas unifamiliares con jardines, escuela, biblioteca, piscina, una joyer¨ªa, una bodega, una planta de reciclaje. "Me gusta porque es limpio, agradable y tranquilo", dice Christiaan van Zyl, arquitecto, de 40 a?os. "Adem¨¢s soy un afrik¨¢ner orgulloso de serlo". Van Zyl incide en el concepto que los oran¨ªes potencian. "Somos l¨ªderes en iniciativas ecol¨®gicas", asegura el arquitecto, creador de edificios construidos con balas de paja. "Lo del racismo es m... de vaca", dice sin acabar la palabrota. "Invenci¨®n de los medios, de los liberales. No nos une el color de la piel, sino la historia, la cultura". "Somos una naci¨®n sin Estado. Lo queremos y lo tendremos", concluye Boshoff.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.