Nostalgia est¨¦ril y autocomplacencia

Dentro de esa caprichosa ruleta de la fortuna en la que se ha convertido el circo del rock para masas, la vuelta de los brit¨¢nicos The Cult no es ni m¨¢s ni menos censurable que cualquier otra de las que vemos hoy en d¨ªa. Ni agarrados al factor de justicia po¨¦tica que a otros se les neg¨® en su tiempo ni descaradamente inmersos en el desahucio creativo: hace a?os que no aportan nada rese?able, pero al menos anuncian un nuevo ¨¢lbum para septiembre.

As¨ª, con un Ian Astbury reci¨¦n recuperado de su lucrativo rol de impersonator de Jim Morrison al frente de lo que queda de The Doors, los Cult se aferran a la recreaci¨®n mec¨¢nica de un repertorio que es, como tantos otros, la viva imagen de una repetici¨®n de lo m¨¢s previsible.

Tan s¨®lo una faena de taxidermia de la canci¨®n con la que tratar de revivir un temario amojamado por el paso de los a?os, las nuevas modas y esa palabra, llamada evoluci¨®n, que muchos han desterrado de su acervo.

Claro que para eso cuentan con la inestimable colaboraci¨®n del p¨²blico valenciano, tan dado -otra de nuestras particularidades m¨¢s curiosamente exportables- al ensimismamiento en una nostalgia de lo m¨¢s infructuosa, como si el reloj se hubiera atascado en la eterna post adolescencia. Unos cuantos miles de personas, de todas las edades y est¨¦ticas posibles, gozaron de lo lindo con esa retah¨ªla de riffs de hormig¨®n (escuela AC/DC), estribillos inflamados hasta el l¨ªmite de lo ¨¦pico y tenebrismo el¨¦ctrico que tantos r¨¦ditos reportaron a Astbury y Billy Duffy -¨²nicos miembros originales- en la segunda mitad de los ochenta.

Y no faltaron, uno por uno y casi en fila india, la totalidad de sus hits (los hubo, pese a lo mediano de su obra), en otra de esas ceremonias en las que el rock se convierte en un sobredimensionado espect¨¢culo, pleno de banalidad y autocomplacencia.