Vida encuadernada
Una muestra de los tesoros de la biblioteca de Cort¨¢zar permite acercarse a las man¨ªas lectoras del autor argentino
"Pinochet se lo vender¨¢ a los yanquis, es lo m¨¢s seguro", le responde Julio Cort¨¢zar a Pablo Neruda cuando ¨¦ste pregunta en sus memorias por el sino de su colecci¨®n de caracolas; a Federico Garc¨ªa Lorca, por su Poeta en Nueva York, le suelta: "Maravilloso", mientras que a Gonzalo Rojas le deja el remitente de una carta, junto a una entrevista de prensa al propio Rojas por su obra Oscuro.
Pero todo eso el autor de Rayuela, nada bibli¨®latra, lo dijo o lo hizo a trav¨¦s de los ejemplares de su biblioteca, que sin complejo sacr¨ªlego doblaba, anotaba o utilizaba como un cajoncito, como demuestra la exposici¨®n Los libros de Cort¨¢zar, que s¨®lo hasta el d¨ªa 21 puede verse en el Centro Cultural C¨ªrculo de Lectores de Barcelona. Una muestra que acompa?a al sexto volumen de la obra completa de Cort¨¢zar que edita Galaxia Gutenberg y que re¨²ne su obra cr¨ªtica.
Nada 'bibli¨®latra', el autor doblaba, anotaba o usaba sus vol¨²menes como un cajoncito
"Leer, para ¨¦l, era un di¨¢logo privilegiado con el autor", afirma la viuda del escritor, Aurora Bern¨¢rdez, que en 1993 don¨® a la Fundaci¨®n Juan March la biblioteca personal de su marido: 4.000 documentos entre libros y revistas. De ellos, 161 presentan anotaciones de su propietario. "El libro, en su caso, es un objeto para comunicarse m¨¢s que un objeto en s¨ª", apunta Jes¨²s Marchamalo, comisario de una exposici¨®n que sienta al visitante junto al sill¨®n negro de piel y pata corta donde el gigant¨®n autor se encog¨ªa para leer en su casa de la rue de Martel de Par¨ªs.
Cort¨¢zar "nunca fue un coleccionista bibli¨®filo, aunque amaba los libros que hab¨ªa le¨ªdo con placer, por m¨¢s que fueran ediciones discretas", apunta su compa?era. Y eso explica la dualidad de trato a sus vol¨²menes, s¨®lo en parte ordenados en su casa alfab¨¦ticamente por autores, pero que marcaba con todas la variantes posibles, incluso, con Julio Denis, su primer pseud¨®nimo, con el que firm¨® su debut po¨¦tico, Presencia, y con el que dej¨® su huella en un ejemplar de Po¨¦sie de Rilke, de 1938.
Pero lo suyo era hablar con el autor, en l¨¢piz o en bol¨ªgrafo, en ingl¨¦s, castellano o franc¨¦s. "Era un lector muy emocional y heterog¨¦neo en sus gustos", le define Marchamalo. Y eso explica una nota as¨ª en las Poes¨ªas completas de Pedro Salinas: "Leo en un restaurante de Rothemburg. Hace fr¨ªo. Mucho Weiss Wein". O menos sensibles, como la destinada a Jorge Luis Borges ("?a pour ton ¨¦pitaphe") cuando ¨¦ste hablaba de la infancia en Otras inquisiciones. O aspectos casi fetichistas, como el recorte de una foto de Alfonsina Storni metida en la Antolog¨ªa po¨¦tica de la bardo argentina suicida.
En el paseo por la cata de la biblioteca cortaziana atrae la letra verde y poderosa de Pablo Neruda, que le dedic¨® algunos de los 513 libros que el escritor argentino ten¨ªa firmados por otros colegas. "Para Julio Cort¨¢zar, con la envidia y la amistad de Gabriel", le escribe Garc¨ªa M¨¢rquez en 1966 en un ejemplar de Los funerales de la Mam¨¢ Grande. M¨¢s dura, por el final de su autora, es la de Alejandra Pizarnik, que pasa de pulcras dedicatorias na?f a una premonitoria autodefinici¨®n ca¨®tica, escrita en cinco partes de la hoja: "(...) que tiene miedo de todo salvo (ahora, ?oh Julio!) de la locura y de la muerte. Hace dos meses que estoy en el hospital. Excesos y luego intento de suicidio -que fracas¨®, ?h¨¦las!", le confiesa en su La p¨¢jara en el ojo ajeno.
En la muestra tambi¨¦n hay mensajes para los amantes de lo esot¨¦rico: una separata acoge el m¨ªtico cap¨ªtulo desaparecido (en realidad, suprimido) de Rayuela (el 126) y una variante mecanografiada del poema de Borges In memoriam A.R. hallada en El hacedor, que hace dudar a los estudiosos de si el folio era de uno o del otro.
Cort¨¢zar -de quien el Grec coproduce la obra teatral El perseguidor, del 25 al 29 en la Sala Muntaner y, antes, el C¨ªrculo de Lectores ofrece el concierto escenificado La maga y el club de la serpiente los d¨ªas 10 y 11- controla sus pertenencias en la exposici¨®n desde las fotograf¨ªas que Antonio G¨¢lvez le hizo en Par¨ªs. "Estrenaba el traje y hasta los zapatos..., ?lo que me cost¨® convencerle!", recuerda frente a ellas Bern¨¢rdez en Barcelona, de las pocas ciudades donde pod¨ªa hallar ropa con la talla de su marido.
Tambi¨¦n rememora la an¨¦cdota que cierra la muestra, ¨¦sa en la que durante un viaje de ambos en tren por Italia en los a?os cincuenta, Julio compr¨® unos libros en edici¨®n econ¨®mica de los que arrancaba cada p¨¢gina le¨ªda, que pasaba a su mujer. ?sta, hecho lo propio, lanzaba la hoja por la ventanilla para descargarse de peso. Jugando con eso, y con las notas que los seguidores del escritor dejan en su tumba bajo unas piedrecitas, el visitante se puede llevar, con china incorporada, una p¨¢gina desraizada del relato cortaziano Final del juego. Un gui?o a una vida encuadernada.
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