Kafka, la CNN y los crust¨¢ceos
Tambi¨¦n David Foster Wallace (Ithaca, Nueva York, 1962), ese rebelde con causa al que tildan de enfant terrible porque no toleran su inteligencia antisistema, nos confirma que el humor es algo muy serio. Despu¨¦s de los l¨²cidos art¨ªculos compilados en Algo supuestamente divertido que nunca volver¨¦ a hacer (1997), el autor de esa gran novela program¨¢tica que es La broma infinita (1996), re¨²ne en Hablemos de langostas diez art¨ªculos con los que lleva a su punto de ebullici¨®n ese estilo suyo tan exc¨¦ntrico que indaga en el absurdo de este tinglado que llamamos civilizaci¨®n occidental, jugando a comentar su realidad de la mano de modelos discursivos nacidos de la ficci¨®n y a?adiendo al art¨ªculo un aparato cr¨ªtico en ocasiones hipertrofiado de interminables notas al pie que, como ocurre en Presentador -sobre pol¨ªtica, periodismo y deontolog¨ªa a prop¨®sito del locutor ultrarrepublicano John Ziegler-, pueden llegar a generar una suerte de encrucijada hipertextual muy visible por su configuraci¨®n gr¨¢fica. Su lucidez cr¨ªtica es capaz de convertir un asunto banal o marginal en un buen trampol¨ªn desde el que el lector puede saltar hacia un reconocimiento cr¨ªtico de nuestra sociedad, como advertir¨¢ el lector de Hablemos de langostas -cr¨®nica sat¨ªrico-burlesca del Festival de la Langosta del Maine-, con delirantes incursiones en la etimolog¨ªa o la gastronom¨ªa e incitantes reflexiones sobre ecolog¨ªa animal que por un momento traen a la memoria de ese lector Las vidas de los animales, de Coetzee.
HABLAMOS DE LANGOSTAS
David Foster Wallace
Traducci¨®n de Javier Calvo
Mondadori. Barcelona, 2007
421 p¨¢ginas. 20 euros
A Wallace le gusta perderse
por los mismos laberintos textuales y discursivos que ¨¦l mismo disfruta construyendo y, perdi¨¦ndose con ¨¦l, el lector encuentra no pocos parajes en los que sentirse a gusto, como el berenjenal electoral que el autor de Ithaca describe en Arriba, Simba. Siete d¨ªas de campa?a de un anticandidato, una cr¨®nica en forma de reportaje jocoso que, encargada por Rolling Stone, pasar¨ªa por una parodia sabia de aquellas cr¨®nicas de Mailer sobre las manifestaciones contra Vietnam, cargadas de cr¨ªtica pero m¨¢s cargadas a¨²n de solipsismo. Arriba, Simba tiene mucho del talante del new journalism. Acidez y vehemencia a partes iguales, algunas dosis de fina hermen¨¦utica y un golpe de sarcasmo arrojan como resultado un bebedizo realmente ¨¢spero llamado Ciertamente el final de alguna cosa, o por lo menos eso es lo que a uno le da por pensar. (Sobre Hacia el final del tiempo de John Updike), rese?a letal para los updikianos m¨¢s furibundos y, sin embargo, modelo de perspicacia y de valent¨ªa cr¨ªtica, que demuestra conocerse al dedillo la narrativa anglosajona contempor¨¢nea y la obra del "fal¨®crata, narcisista y solipsista" autor de Conejo rico -aunque los lectores de Wallace saben que leen a un narcisista muy inteligente, emparentado con narcisistas m¨ªticos como Nabokov- por los pies de p¨¢gina y la obsesi¨®n por la lexicograf¨ªa (l¨¦ase La autoridad y el uso del ingl¨¦s americano)- o como el propio Wallace, que entre la instancia del autor y la del personaje elige a ciegas la del autor, sobre todo si el autor es ¨¦l.
En su habitual sinfon¨ªa de g¨¦neros y formas, Wallace se decanta por el reality show para acercarse nuevamente, en La vista desde la casa de la se?ora Thomson, a los estatutos de la realidad y de la ficci¨®n, esta vez con el pretexto del 11 de septiembre de 2001. La se?ora Thomson confiesa que sus "chavales pensaban que era todo una pel¨ªcula tipo Independence Day hasta que se dieron cuenta de que daban la misma pel¨ªcula por todos los canales", p¨¢gina 165, pero donde el autor saca a relucir sin miramientos su talento para radiografiar este hip¨®crito mundo nuestro en Gran hijo rojo, un reportaje a todo color acerca de la industria del porno, con ilustrativas notas a pie de p¨¢gina. Last but not least, 'Algunos comentarios sobre lo gracioso que es Kafka, de los cuales probablemente no he quitado bastante', un espl¨¦ndido art¨ªculo sobre humor y modernidad en Kafka, trufado de ideas interesantes. El caso es que seguramente Hablemos de langostas no supera Algo supuestamente divertido que nunca volver¨¦ a hacer, pero engrandece su narrativa extravagante, heredera del pionero Lawrence Sterne, de la metaficci¨®n posmoderna de Barthelme, Barth y su maestro Pynchon y de la vanguardia surrealista, divertida, estridente y monologante, lenguaraz coleccionista de enmiendas a la totalidad y de jugosas disquisiciones sobre el sexo de los ¨¢ngeles.
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