Srebrenica, doce a?os despu¨¦s del genocidio
El duelo sigue vivo en el verano de 2007, doce a?os despu¨¦s del genocidio de Srebrenica. M¨¢s de 8.000 musulmanes bosnios, de edades comprendidas entre los 14 y los 85 a?os, murieron asesinados en julio de 1995 en los alrededores de esta peque?a localidad, pr¨®xima a la frontera que separa Bosnia de Serbia. "El mayor genocidio en Europa desde la II Guerra Mundial" -as¨ª lo llaman los bosnios, y no s¨®lo ellos- est¨¢ quiz¨¢ m¨¢s presente hoy que en el momento en el que se cometi¨®. Ha echado ra¨ªces en el sentimiento, la memoria, la conciencia. Ni los habitantes de Srebrenica y la zona de alrededor que, despu¨¦s de todo lo que les sucedi¨®, permanecieron en su pueblo, ni los que huyeron para establecerse en otro lugar tienen ya fe en nadie, ni siquiera en sus representantes directos en Sarajevo.
Se consideran traicionados por todos: por el general franc¨¦s Morillon, que hab¨ªa proclamado de forma pat¨¦tica que la zona iba a estar "protegida", y por los dem¨¢s: los soldados holandeses all¨ª presentes bajo la bandera de Naciones Unidas y el mando del general Janvier, que les dejaron en manos de los asesinos; Boutros-Boutros Gali, secretario general de la ONU, e incluso el mando supremo del peque?o ej¨¦rcito bosnio, que, a pesar de ser un d¨¦bil y poseer pocas armas, deber¨ªa haber acudido en su ayuda. Como tambi¨¦n les traicionaron numerosos pol¨ªticos que ellos hab¨ªan contribuido a elegir y les traicionaron los medios de comunicaci¨®n internacionales, que no dedicaron la atenci¨®n suficiente a sus v¨ªctimas. Los habitantes de Srebrenica ya no tienen nada que perder, as¨ª que no es de extra?ar que persigan incluso aquello que no pueden obtener: separarse de la llamada "rep¨²blica serbia" en Bosnia-Herzegovina. Una nueva escisi¨®n en los Balcanes, con las consecuencias que pueden imaginarse.
No es f¨¢cil describir la dimensi¨®n hist¨®rica de los hechos, y todav¨ªa menos la dimensi¨®n pol¨ªtica, siempre determinada e impuesta por los intereses y exigencias de otros, que no tienen suficientemente en cuenta a aquellos a quienes se refiere la realidad en cuesti¨®n. Son muchos los que hablan sin cesar sobre la necesidad de ayudar a Srebrenica, pero muy pocos los que lo hacen. Hay momentos en los que resulta verdaderamente dif¨ªcil saber qu¨¦ habr¨ªa que hacer y c¨®mo.
Existe, adem¨¢s, en toda esta situaci¨®n un error innegable de los pa¨ªses occidentales que viene ya de antes. Los musulmanes bosnios, unos eslavos convertidos tard¨ªamente al islam, eran quiz¨¢ los musulmanes m¨¢s moderados del mundo. Un gran escritor perteneciente a esa naci¨®n, Mehmed Mesa Selimovic, escribi¨® en un libro extraordinario titulado El derviche y la muerte, traducido a casi todas las lenguas europeas: "?ramos demasiado pocos para ser un lago y demasiados para que nos tragara la tierra". Los nacionalistas serbios de Bosnia y los nacionalistas croatas de Herzegovina quer¨ªan verlos a todos engullidos por su tierra natal. Europa prest¨® o¨ªdos c¨®mplices a la propaganda tendenciosa de los secuaces de Slobodan Milosevic y Franjo Tudjman, que presentaban a los musulmanes bosnios como una "plataforma", una cu?a mediante la cual el islam iba a poder penetrar en Europa. Y, en cambio, no los vio como lo que eran: tal vez el islam m¨¢s laico del mundo, un modelo que pod¨ªa servir para contraponerlo a los verdaderos fundamentalistas isl¨¢micos, un modelo de islam europeo.
Ahora, heridos de muerte y reunidos en torno a los f¨¦retros de sus hermanos, quiz¨¢ han perdido parte de ese laicismo. ?De qui¨¦n es la culpa? No s¨®lo de los criminales Mladic y Karadzic.
He estado hace unos d¨ªas en Srebrenica, pero no para participar, en absoluto, en las manifestaciones y los rituales conmemorativos. Vi el nuevo cementerio musulm¨¢n (mezarje) y los Potocari en los que se produjo gran parte de la tragedia, recorr¨ª la ciudad y sus alrededores. Pude ver una largu¨ªsima fila de mujeres, de criaturas infelices que perdieron a sus maridos, sus padres, sus hijos, sus hermanos, sus amantes -se calcula que hubo m¨¢s de 8.000 muertos, todos varones- en el pogrom m¨¢s espantoso ocurrido en Europa desde Hitler y Stalin. Tambi¨¦n las "mujeres de negro" serbias hab¨ªan ido a unirse a las viudas musulmanas. Es dif¨ªcil reprimir los sentimientos en presencia de escenas de ese tipo; yo no pude. A¨²n me siento mal pese a estar de vuelta en Roma.
"Un n¨²mero de v¨ªctimas casi cuatro veces superior al de las Torres Gemelas de Nueva York", dicen, y parece que es verdad. Y pese a ello, las noticias sobre Srebrenica fueron a parar desde el primer momento al fondo de la p¨¢gina, entre otros sucesos de discreta importancia. La tragedia no inflam¨® las pantallas de todo el mundo. Incluso nosotros, los ex ciudadanos de la antigua Yugoslavia, nos pregunt¨¢bamos, al principio, si aquello pod¨ªa ser verdad.
Pues s¨ª, hab¨ªa ocurrido lo imposible. Ratko Mladic y Radovan Karadzic, los principales culpables -aunque no los ¨²nicos- de la matanza, calificada por el Tribunal de La Haya de "crimen contra la humanidad", est¨¢n todav¨ªa en libertad. Y tal vez lo est¨¦n siempre.
En un n¨²mero reciente del semanario montenegrino Monitor se cuenta que la polic¨ªa local tuvo en su poder a Karadzic ya en 1996, pero recibi¨® ¨®rdenes superiores de no tocarlo. Tambi¨¦n tuvo en sus manos a Mladic un a?o despu¨¦s, cuando este grotesco personaje fue a "tomar el sol" a la costa de Montenegro acompa?ado de quince guardaespaldas armados hasta los dientes. Y tambi¨¦n a ¨¦l le dejaron tranquilo, porque era peligroso rodearlo y desarmarlo, y nadie ten¨ªa ganas.
He estado hace poco en Grecia, en Sal¨®nica, con motivo de un acontecimiento literario. El gu¨ªa que nos mostraba la ciudad me llev¨® a una suntuosa villa que era la residencia real cuando el soberano visitaba la ciudad. "En esta casa vivi¨® tambi¨¦n Radovan Karadzic", dijo, casi con orgullo. ?Ay! Estamos en la parte ortodoxa de la Uni¨®n Europea. Pero es posible que Karadzic est¨¦ ahora en Rusia. Aunque tambi¨¦n dicen que quiz¨¢ se encuentre en la monta?a sagrada, en Athos.
En Bosnia pude leer una declaraci¨®n, al mismo tiempo c¨ªnica y vergonzosa, de uno de los corifeos ultranacionalistas del aparato pol¨ªtico atribuible al d¨²o Milosevic-Seselj: dec¨ªa que los musulmanes bosnios amontonaron en los alrededores de Srebrenica cad¨¢veres procedentes de todas partes, y no s¨®lo de su gente, sino de otros grupos, para sumarlos a la cuenta y exhibirlos. Es una historia que ya o¨ªmos cuando se produjo la matanza -causada por granadas- de inocentes que buscaban un poco de pan en el mercado de Markale, en Sarajevo: "Se matan entre s¨ª mismos para llamar la atenci¨®n del mundo", ¨¦ste fue el tono del comunicado ultranacionalista de los serbobosnios de Pale.
Nunca se me ha ocurrido acusar de cr¨ªmenes semejantes al pueblo serbio, al que amo y del que me considero hermano, del mismo modo que me opongo a identificar a todos los croatas con los ustasha de la II Guerra Mundial y con su reaparici¨®n en tiempos de Tudjman. Pero no basta con pedir disculpas de manera general o abstracta: a los delincuentes hay que llamarlos por su nombre, condenarlos y castigarlos. Es la ¨²nica forma de proceder para restituir la dignidad a un pueblo y lavar la conciencia. De no ser as¨ª, los Balcanes podr¨ªan volver a incendiarse, Dios sabe cu¨¢ndo, d¨®nde y c¨®mo.
Despu¨¦s de todo lo que aqu¨ª he recordado, tal vez resulte asombroso que quien ha vivido y soportado lo imposible reclame ahora m¨¢s de lo que sabe que puede obtener. Si la Bosnia-Herzegovina actual consiguiese librarse de la mordaza colocada por los acuerdos de Dayton, si el Estado de Bosnia y Herzegovina se convirtiera verdaderamente en un solo Estado, una comunidad formada por todos los ciudadanos que lo constituyen, sin divisiones internas derivadas de una guerra absurda, no har¨ªa falta hacer ninguna petici¨®n concreta de ese tipo; ser¨ªa la consecuencia de una situaci¨®n natural.
Y, sin embargo, no sabemos cu¨¢nto tiempo vamos a tener que esperar a¨²n para que se haga realidad.
Predrag Matvejevic es escritor croata, profesor de Estudios Eslavos en la Universidad de Roma. Traducci¨®n del italiano de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.