"Intentaron que me violasen tres perros"

Cuenta torturas tan atroces que te duele todo el cuerpo s¨®lo de escucharle. Ashraf Alhajuj, el m¨¦dico de origen palestino acusado por las autoridades libias, junto con cinco enfermeras b¨²lgaras, de haber inoculado el virus del sida a m¨¢s de 400 ni?os, asegura que sus torturadores no s¨®lo le "violaron repetidamente", sino que intentaron que tres perros le penetraran. "Dec¨ªan que en ?frica se hab¨ªan hecho experimentos con monos y que ellos lo iban a hacer con canes. Lo intentaron con tres perros, pero no lo consiguieron", dice. Ashraf, de 38 a?os, comienza a hablar y es dif¨ªcil pararle. Salta de un tema a otro como si su mente fuese m¨¢s r¨¢pida que sus palabras, como si hablando disminuyera el fardo que le aprisiona tras un martirio de ocho a?os y medio en las c¨¢rceles libias. La conversaci¨®n de m¨¢s de dos horas se desarrolla en la residencia Boyana, a una veintena de kil¨®metros de Sof¨ªa, cedida por el Gobierno b¨²lgaro para que el grupo descanse con sus familiares y disfrute de sus primeros d¨ªas de libertad.

"Me tuvieron meses esposado con los brazos atr¨¢s y arrodillado", cuenta de la detenci¨®n

"Todo se lo debo a Occidente, a la piedad cristiana y a las ONG", dice el doctor liberado

"Vi y viv¨ª lo peor que hay en la naturaleza humana. Se qued¨® marcado en mi interior a sangre y fuego y no podr¨¢ borrarse jam¨¢s. Me tuvieron meses esposado con los brazos atr¨¢s y arrodillado. Si me dorm¨ªa y se me ca¨ªa la cabeza hacia delante, me daban una patada. Los animales tienen m¨¢s moral que ellos", se?ala. Detenido el 29 de enero de 1999, diez d¨ªas antes de su fiesta de compromiso nupcial, sostiene que comenzaron a golpearle desde el mismo momento en que acudi¨® a la comisar¨ªa de Bengasi como se le ordenaba en la nota que le hab¨ªa dejado la polic¨ªa en su residencia universitaria. Tras varias horas de interrogatorio, le encerraron esposado en el maletero de un Mercedes durante el trayecto de 1.500 kil¨®metros que separa la segunda ciudad libia, de la capital. En Tr¨ªpoli, sufri¨® tres terribles jornadas de golpes y m¨¢s golpes en una comisar¨ªa y de all¨ª le trasladaron al centro policial de entrenamiento de perros, donde le encerraron tres d¨ªas en una celda con tres canes. "El juego hab¨ªa comenzado", dice buscando en piernas y brazos las marcas de los mordiscos de las veces que azuzaron a los animales contra ¨¦l. En ese centro, aislado en una celda min¨²scula, permaneci¨® hasta el 17 de abril de 2000.

"Fueron meses horribles amenizados por la llamada m¨¢quina m¨¢gica, una especie de tel¨¦fono de campa?a del que sal¨ªan unos cables que los verdugos me conectaban a cualquier parte del cuerpo, desde los test¨ªculos a los pies o la cabeza. Tendido desnudo en un camastro y conectado, me ense?aban los pasaportes de las enfermeras b¨²lgaras para que les contara lo que sab¨ªa de ellas y daban vueltas a la manivela de la m¨¢quina para subir la potencia el¨¦ctrica". A partir del 10 de febrero la picana ya no fue con pasaportes sino con las mismas enfermeras. "Las torturaban desnudas, colgadas por las mu?ecas o con las manos esposadas a la espalda delante de m¨ª y a m¨ª delante de ellas".

Las autoridades libias quer¨ªan detalles del supuesto compl¨® con los servicios secretos de EE UU e Israel para expandir el sida entre los ni?os libios a cambio de dinero. "Todo era absurdo. Un circo para salvar a los funcionarios y responsables del Gobierno de los errores que provocaron la epidemia infantil de sida. Fue un montaje de la corrupci¨®n que ha destruido ese pa¨ªs", destaca. "?Firm¨¦? ?Claro que firm¨¦ lo que me pusieron delante! Yo ya estaba roto. ?Que me importaba? Acept¨¦ todo lo que me pidieron que confesara porque me amenazaron con violar a mis hermanas menores delante de m¨ª", proclama en un grito, "pero un d¨ªa demostrar¨¦ que soy, que somos inocentes".

Ashraf sostiene que pese a haber firmado continuaron tortur¨¢ndole. "Era el m¨¢s d¨¦bil del grupo: un palestino sin pasaporte, sin pa¨ªs y sin gobierno". De ah¨ª que no dudara en pedir la nacionalidad b¨²lgara en mayo de 2002. Transcurr¨ªa entonces el mejor periodo del cautiverio (febrero de 2002 a julio de 2003). Viv¨ªa bajo arresto domiciliario, junto con las cinco enfermeras y el doctor Zdravko Georgiev, marido de una de ellas, en un amplio apartamento de la Fundaci¨®n Gadafi.

Las torturas quedaron atr¨¢s, al igual que las celdas con otros reos hacinados. A partir de entonces, incluso en el corredor de la muerte, tuvo una celda individual, con televisi¨®n y aseo dentro. La presi¨®n psicol¨®gica, sin embargo, no ces¨®. En junio de 2004, despu¨¦s de condenar a las cinco enfermeras y a ¨¦l a muerte, Ashraf fue separado del grupo. Tem¨ªa que lo envenenaran o lo mataran de un tiro en la espalda como si hubiera querido huir. "Al fin y al cabo, yo era el m¨¢s d¨¦bil, pero tambi¨¦n el m¨¢s fuerte porque soy el ¨²nico que habla ¨¢rabe y los ¨¢rabes de todo el mundo, en su propia lengua, van a escucharme muy pronto". No volvi¨® a ver a las enfermeras ni a Georgiev hasta el pasado 24 de julio, cuando abord¨® el avi¨®n presidencial franc¨¦s rumbo a Sof¨ªa.

Ahmed y Afifa, los padres de Ashraf escuchan el relato sobrecogidos. "Hay cosas que nosotros no sab¨ªamos", dice Ahmed, de 65 a?os, con la voz quebrada, mientras Afifa, de 59, le besa y le acaricia la mano. El matrimonio lleg¨® a Libia cuando Ashraf ten¨ªa dos a?os. Todo les fue bien hasta que desapareci¨® su hijo.

Ahora viven desde diciembre de 2005, como refugiados pol¨ªticos en Holanda. Cuando en julio de 2003 comenz¨® el juicio contra Ashraf, los vecinos se volvieron contra ellos. La vida en Tarhuna, una ciudad 65 kil¨®metros al sur de Tr¨ªpoli, se hizo insoportable. Las hijas, las cuatro estudiantes universitarias, fueron expulsadas de sus clases. "Mi madre quiso quedarse para seguir visit¨¢ndome semanalmente, pero le dije que mi vida corr¨ªa menos peligro con ellos en Europa. Yo sab¨ªa que mi salvaci¨®n vendr¨ªa de Europa y que era mejor cuanto m¨¢s ligado estuviera a ella. En el mundo ¨¢rabe no existen los derechos humanos y nadie ha movido un dedo por m¨ª. Todo se lo debo a Occidente, a la piedad cristiana y a las ONG internacionales".

"Ahora soy un hombre nuevo", comenta respirando hondo el aire fresco de la extensa terraza de Boyana, un lugar id¨ªlico, en las faldas de las boscosas colinas que bordean la capital b¨²lgara. "Otros muchos no lo han conseguido. Europa no puede olvidar la situaci¨®n de los derechos humanos en Libia", manifiesta con contundencia y a modo de despedida y advertencia.