A trav¨¦s de la palabra
Dos pasiones como el cine y el teatro estaban de alg¨²n modo destinadas a confluir en una tercera pasi¨®n: la literatura, la novela. Ingmar Bergman se despidi¨® del cine en 1982 con Fanny y Alexander y, desde entonces, se entreg¨® a otra manera de contar historias o, mejor, a otra manera de interrogarse sobre su propia historia, que fue desde siempre el impulso ¨²ltimo de su creaci¨®n art¨ªstica. Bergman cambia los focos y los escenarios a los que hab¨ªa consagrado su vida por las palabras desgranadas en soledad, pero las obsesiones del artista son las mismas, la desgarradora mirada sobre el mundo y los seres no ha cambiado. Vuelve sobre sus angustias y sus ¨ªntimos placeres de siempre, ahora vali¨¦ndose del relato. Aunque no de cualquier relato: trat¨¢ndose de Bergman, del creador que nunca se propuso distinguir entre la obra y la vida, no pod¨ªa ser m¨¢s que el relato autobiogr¨¢fico.
Las tres novelas que escribir¨¢ en sus a?os de retiro -Las mejores intenciones, Ni?os del domingo y Conversaciones ¨ªntimas- se concentran en su entorno familiar inmediato. Con la misma morosidad que en sus pel¨ªculas o en sus adaptaciones teatrales, Bergman disecciona las dif¨ªciles relaciones de pareja que vivieron sus padres y que, en el fondo, no son tan diferentes de las que ¨¦l mismo vivi¨® y de las que dej¨® testimonio en su obra cinematogr¨¢fica. Recrea la pasi¨®n inicial y su progresivo e inevitable deterioro, hasta llegar al adulterio; un deterioro del que, en rigor, no se puede ni se debe culpar a nadie. Tambi¨¦n evoca las huellas imborrables que el paso del tiempo va dejando en los seres que una vez aceptaron compartir la vida y que, sin embargo, se van viendo obligados a construirse un mundo ¨ªntimo y aparte para sobrellevar los d¨ªas. La vida familiar parece entonces un escenario convencional en el que s¨®lo comparece la fachada de los seres, su apariencia exterior, mientras en el interior transcurren sus historias verdaderas.
La obra literaria de Bergman, breve pero de una perturbadora belleza e intensidad, aparece como una continuaci¨®n natural de su filmograf¨ªa, como una versi¨®n de sus pel¨ªculas realizada desde otro ¨¢ngulo y con otros instrumentos. Pero el Bergman novelista se inscribe, adem¨¢s, en una saga literaria que no tarda en remitir a Proust y a tantos autores del siglo XX que, como Virginia Woolf, se propusieron contar la vida. Pero contarla no tanto a trav¨¦s de la simple descripci¨®n como de la b¨²squeda desesperada de un sentido. Las novelas de Bergman remiten, adem¨¢s, a los autores, a los memorialistas, que no arrojan sobre su pasado una mirada complaciente, sino que se valen del relato, de la autobiograf¨ªa o de la confesi¨®n, para enfrentarse a las verdades ¨ªntimas, por dolorosas que resulten. Hay compasi¨®n en la mirada de Bergman hacia la madre ad¨²ltera, como tambi¨¦n hacia el dolor que siente el padre enga?ado.
Como en su sobrecogedora despedida cinematogr¨¢fica, Saraband, no hay en sus libros intenci¨®n de moralizar o de juzgar. Tan s¨®lo interrogar, comprender.
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