El mes que fui Bono
Hasta entonces las personas le hab¨ªan mirado como miramos todos: para asegurarnos de que el desconocido s¨®lo es desconocido y no peligroso o porque nos llama la atenci¨®n su camisa. Y luego miraban a otros. Lo normal. Pero, como el que no quiere la cosa, se fue fijando en que las miradas se le posaban un poquito m¨¢s, unas mil¨¦simas extras de segundo, y que se acompa?aban de medias sonrisas. Le gust¨®. Pens¨®, despu¨¦s de revisar que no llevaba la bragueta abierta ni monos en la cara, que tendr¨ªa "el guapo subido", que es una cosa que hasta a los feos les pasa. Y le sigui¨® gustando. Se compr¨® unas gafas de sol y se dijo que ser¨ªa un buen verano.
Los d¨ªas pasaban y not¨® que le miraban m¨¢s. Le miraban con familiaridad, como se mira a un primo lejano en el tiempo y en el espacio (con esto quiero decir que lo miraban como se mira a un t¨ªo que se parece al primo Gerardo del pueblo, que vete t¨² a saber si a¨²n vive). Ajustando la vista, gui?ando un poco los ojos, fij¨¢ndose. A veces lleg¨® a pensar que efectivamente el que le miraba era un amigo o pariente, pero eso no pod¨ªa ser porque estaba lejos de todo. Un d¨ªa entr¨® en un bar y todos los clientes se volvieron, antes o despu¨¦s, a mirarle, como si se hubiera ido corriendo la voz de que hab¨ªa llegado, como en una perfecta coreograf¨ªa de muchos ojos que se iban encontrando con los suyos. Ojos observadores, ojos sorprendidos y ojos que escapaban al chocarse con los que quer¨ªan ver. Y le gust¨® tambi¨¦n. Pag¨® y sali¨® a la calle.
En los d¨ªas siguientes estuvo claro: la gente lo conoc¨ªa o lo trataba como si lo conociera. Muchos le miraban, con naturalidad casi todos, incluso las chicas que iban con chicos, incluso las chicas que iban con chicas. Y lo hac¨ªan con no s¨®lo el consentimiento de sus c¨®nyuges, sino con su complicidad convertida en lo que conocemos como "sonrisa qu¨¦ b¨¢rbaro" (que es la que acude a nuestros rostros cuando, por ejemplo, has encestado una piedrita en una litrona vac¨ªa que est¨¢ bastante lejos y ves que otro tambi¨¦n lo ha visto. Ver una estrella fugaz o delfines tambi¨¦n vale). Le miraban y le saludaban con el dedo pulgar hacia arriba, no como un emperador romano, con un dedazo, sino con el pulgar de Pulgarcito, con dedito, con verg¨¹encita. Y le miraban y esperaban una respuesta suya, aunque s¨®lo fuera un casi imperceptible movimiento de cabeza. Y ¨¦l lo hac¨ªa y le gustaba mucho hacerlo.
Y ¨¦l sigui¨® viajando y le segu¨ªan mirando y empezaron a hablarle, y a invitarle y se lig¨® a una azafata muy guapa y le invitaron a quedarse en el hotel a muy buen precio y le invitaban a copas y a fiestas y charlaban sobre nada en particular y sobre la vida en general y todo iba bien. Un d¨ªa por la ma?ana pide el desayuno en la habitaci¨®n del hotel y, como en realidad nadie le conoce, no nos olvidemos, le piden que si puede abonarlo en el momento, por favor. Y la mujer que est¨¢ en su habitaci¨®n le dice: "?Pero t¨² no eres famoso?". ?l paga el desayuno y le contesta que no. Le encanta, pero tambi¨¦n piensa que ya no puede seguir pensando que tiene "el guapo subido", sino que se parece, ?a qui¨¦n? por cierto. Y ella pregunta y contesta al mismo tiempo: "?Pero t¨² no eres Bono?". ?l supone que se refiere a Bono, de U2, claro, porque puestos a suplantar a quien sea, mejor que sea el bueno. Y adem¨¢s, supuestamente, estamos a miles de kil¨®metros del otro, el de U1 y de Albacete. Y le dice que no, que no es. Y ella le sigue mirando mientras se va como si lo conociera o como si lo quisiera conocer. A ¨¦l.
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